Muchos y muchos años atrás, al otro lado del mar, había un país diferente; tenía un sol como ninguno otro. A ese sol le gustaba al música… y le gustaba tanto, que si el pueblo allá abajo, no tocase música, para pedir que el sol se despertara, éste continuaba dormido. No salía de su sueño y el día no amanecía.
Todo mundo sabía de esto. Y por eso muy tempranito, antes de tomar el café, los despertadores del sol subían a lo alto de la colina en procesión y, desde arriba, mirando al horizonte, tocaban sus instrumentos. Eran violines, guitarras, violas, cavaquiños, flautas, panderos, cuicas, berimbaus y acordeones. Aquella música iba hasta los escondrijos del sol, después del mar; él se despertaba y sonreía feliz, pensando que todos gustaban de él… y muy despacito, mostraba su rostro rojo y sonriente en la superficie de las olas, allá lejos, en el horizonte.
Cuando llegaba la noche y los niños iban a la cama, sus papás les contaban historias de otros tiempos, cuando el sol quedaba dormido y la noche parecía que no iba a acabar, todo por culpa del olvido: no le habían llevado las serenatas acostumbradas en la madrugada…
Los niños quedaban con el miedo de que esto sucediera de nuevo, pero sus padres y sus madres los tranquilizaban y les garantizaban que cada mañana, los músicos subirían al morro* con los instrumentos en la mano y la música sería de nuevo oída por cielo y tierra. Así los niños dormían y soñaban sueños felices.
Fue durante la noche que sucedió.
Estaba oscuro. Las personas dormían y soñaban.
Ellos fueron llegando en silencio nadie sabe de dónde. Enormes gigantes verdes, con dientes de hierro y dragones amarillos, con puntiagudas escamas de oro. Fueron ocupando todos los lugares: calles, plazas, carreteras, playas…
Cuando los habitantes salieron con sus instrumentos, al despertarse, para hacer nacer el sol, vieron que su tierra había sido invadida. A donde quiera que mirasen ahí estaban los gigantes y los dragones. Nadie se movió. Se quedaron ahí en las puertas de sus casas, paralizados de miedo, sin saber que hacer. Entonces un gigante verde empezó hablar (debía ser el jefe) y un extraño barullo metálico salía de se pecho:
“-de ahora en adelante ustedes están bajo nuestra protección, si obedecen nuestras órdenes. Todas las familias podrán dormir tranquilas”.
(Nadie tuvo el coraje de decir que hasta aquel momento todos habían dormido tranquilos y que ese era el primer momento de intranquilidad en sus vidas.)
“-Ningún extraño los perturbará,” el gigante continúo.
“Hay un peligroso enemigo rondando este país. Ustedes nada saben al respecto. Nosotros sabemos mejor. Es por esto que nuestra protección es necesaria. Es un enemigo astuto…”
“-Papá”, -dice un pequeñín, en voz baja para no ser oído por el gigante. “Qué es astuto? Yo nunca oí esta palabra…”
El padre quedó sorprendido y no pudo contenerse:
“-Y ni yo, hijo mío…”
“-Anda siempre escondido y cuando aparece es tan bonito que todos lo aman. Es muy peligroso amar las cosas bonitas,” continuó el gigante. “Por eso estamos aquí, para que ustedes aprendan a amar los cosas ciertas.”
Era una voz de bajo profundo, grave, gruesa, hablando en forma pausada, sin titubear, haciendo que las palabras marcharan a la voz de quien tiene la certeza de saber todo:
“-La belleza es engañoza”, él continuó: “Nosotros les enseñaremos lo que se debe amar. El enemigo es engañoso como la belleza. El enemigo es bello. La belleza es el enemigo. Su nombre es Sueño. Por eso de hoy en adelante los sueños están prohibidos. Y como a los sueños les gusta aparecer al ritmo de la música, la música también está prohibida.”
Ahí un muchacho se armó de coraje:
“Si la música va a ser prohibida, ¿Quién es el que va a hacer al Sol nacer?”,
-preguntó él.
“-No necesitamos del sol,” -dijo el gigante. “Tendremos luz eléctrica. La electricidad es buena para comprar y vender. El sol, al contrario, es inútil. Es gratuito. No cuesta nada.
Las personas se deberán de ligar a cosas que serán útiles y prácticas, cosas que pueden ser transformadas en riquezas. Trabajar mucho, día y noche para que haya progreso y para que el Sueño no aparezca. Quien trabaja duro en cosas prácticas no tiene tiempo para soñar…”
Acto seguido, los gigantes verdes y los dragones amarillos tomaron los instrumentos que los músicos traían en sus manos y se los comieron ahí mismo, como si fueran plátanos o papas fritas.
Y así sucedió.
Los sueños se pararon.
Pararon las canciones…
Sólo quedaba a la gente el trabajo para llenar el vacío del tiempo, para espantar la tristeza, para olvidarse del miedo.
Ni siquiera conversaban sobre sus sueños de otros tiempos (ni aún cuando no había gigantes o dragones cerca). Hablaban de otras cosas: cuadernos de economía, negocios, carros nuevos, de casas que estaban construyendo, de cuentas que tenían que pagar… E imaginaban que los cuadernos de economía de sus hijos serían mayores que los suyos y en los negocios ganarían más dinero y, que sus carros serían más veloces, que sus casas más modernas. Y concluían: “Y serán mucho más felices que nosotros…”
El sol nunca más nació. Pero en compensación -así decían los gigantes- había energía eléctrica de sobra. Y todos podían tomar un baño de lámpara, ya que no había para los baños de sol…
Y la oscuridad no terminaba nunca, la gente encerrada dentro de su casa, tenía siempre frío, ya por la mañana las lámparas tenían que ser encendidas. Y había frío y obscuridad también dentro de las personas pues era ahí donde los sueños y la belleza habían sido enterrados. Algunos se acordaban dentro de sus camas, hablando muy bajito, de los tiempos en que subían al morro para hacer al Sol nacer, en grupos de carnaval y cantaban sus sueños lindos en las canciones que habían inventado para llamar al día.
Hasta que sucedió aquello que nadie esperaba.
Sin que nadie supiese como explicar, descendió de las montañas un hombrecito con una flauta en la mano. Cuando lo vieron, todos quedaron con mucho miedo, porque los instrumentos de música habían sido prohibidos, mucho tiempo atrás. Aquel hombre extraño: sin duda era aquel del Sueño que los gigantes verdes y los dragones amarillos querían destruir. Y trataron de esconderse en sus casas para ver lo que sucedía.
El hombrecito, que parecía no temer nada, fue calmadamente hasta los gigantes verdes que afilaban su espada sentado en una piedra.
Puso su flauta en la boca y tocó una vieja melodía.
El gigante dio un rugido de pavor con la espada levantada. Pero fue inútil. Como por arte de magia se transformó en un árbol de mangos. El hombrecito siguió caminando hasta encontrar a otro gigante. Puso se flauta en la boca y tocó otra melodía.
Y sucedió la misma cosa. Solo no fue árbol de mangos. Fue de duraznos…
Después fue hacía un dragón dorado, que se trasformó en un ipê amarillo**, cubierto de flores.
Los habitantes dentro de sus casas, con ojos de sorpresa, veían lo que estaba sucediendo. Y comenzaron a recordar las viejas canciones olvidadas, la risa al nacer del sol y la armonía de los instrumentos… y extraños arpegios de nostalgias y de emociones comenzaron a vibrar en sus cuerpos, salieron de sus casas en una gran procesión, caminando y cantando y siguiendo la canción, no tenían flautas, pero sabían silbar y cantar y, quien no sabía hacer ni una ni otra cosa, tomaron las tapas de las ollas y con ellas hicieron un enorme ruido, barullo, la música más linda del mundo, parecían los ejércitos de Josué en torno de Jericó; mientras los campos se cubrían de árboles frutales y de ipês floridos.
Y aprendieron que los gigantes y los dragones se derrotan con la Belleza y con los Sueños…
Fue entonces que alguien se acordó del hombrecito. Se habían olvidado de él, mientras marchaban en busca de gigantes y dragones.
“-¿En donde esta el hombrecito, -alguien gritó.”
Buscaron y buscaron. Pero no fue encontrado en ningún lugar. Desapareció tan misteriosamente como había aparecido.
Sólo un niño dijo haberlo visto. Estaba solito tocando su flauta, subiendo la montaña, en dirección de las nieves, a donde nadie aún había ido. Dice el niño que de vez en cuando, él miraba hacia atrás y sonreía al ver el verde y el amarillo que iban en aumento allá abajo, en la planicie. La luz del sol naciente, caliente, lo envolvía con un brillo extraño, y él parecía hasta un entre de otro mundo. Y así desapareció para su casa, muy lejos, allá al lado de las montañas. Pero yo pienso diferente. Creo que él regresó a su casa muy cerca, dentro de nosotros; allá donde viven el sueño y la Belleza. ¿Por qué yo pienso así?
Es que cada vez que oigo su flauta tocar, los árboles frutales y los ipês amarillos se vuelven muy bonitos…
Notas:
Traducción de Maricela Chávez A.
“O flautista mágico! Edic. Loyola, SP, Bras.
* Se refiere a un monte o cerro, como los que circundan a la ciudad de Río de Janeiro [N. del E.]
** El ipê es una especie de árbol que puede encontrarse en gran parte de Brasil, cuya característica es la hermosa coloración de sus flores y de las cuales reciben sus nombres: ipê roxo, ipê amarelo, ipê rosa e ipê branco [N. del E.]
Datos para citar este artículo:
Rubem Alves. (2004). Cuentos: El flautista mágico. Revista Vinculando, 2(1). https://vinculando.org/documentos/cuentos/flautista_magico.html
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