Un amigo me pidió que escribiera un cuento para una pequeñita, hija de un matrimonio separado.
Puse la idea dentro de mi y me quedé esperando mucho tiempo para que las imágenes apareciesen. Es inútil esforzarse: las imágenes sólo llegan cuando quieren y del modo que quieren. Como si ellas tuvieran vida propia y estuvieran ya listas, escondidas en algún lugar. Quien escribe no hace más que ver y contar lo que vio.
Eso fue lo que me pasó. Sólo que las imágenes a medida que iban siendo puestas en el papel, me di cuenta de que no eran para pequeños.
Intenté recordar, modificar la intención, pero no lo logré.
La historia es pues para los grandes; para aquellos que una vez amaron y después se separaron. Yo pensaba que el padre o la madre la podrían leer para sí mismos y también para el pequeñín. Reconozco que el texto es difícil. Pero yo me pregunto sí, por esto mismo, el texto no pudiera ser el lugar para el inicio de una larga conversación: Cuándo el niño pregunta: “¿Mamá, qué es esto?”, “Papá, yo no entendí…”
Las ideas claras y distintas siempre concluyen la conversación. Pero en las sombras y en las neblinas hay posibilidad de una nueva intimidad, es cuando las personas comparten sus sentimientos.
Y fue así como yo redefiní este cuento:
Es escrito para los grandes, con la esperanza de que ellos lo lean a sus hijos; y de esta lectura surja una habla sincera sobre el dolor de la separación.
Voy a contar una historia de separación.
Toda separación es triste.
Guarda memoria de tiempos felices
(o de tiempos que pudieron haber sido felices…)
En la separación vive la nostalgia.
La nostalgia se quedó en el rostro de una pequeña,
dividida entre dos lugares,
y su cuerpecito se extendía
de viaje en viaje,
entre la casa del padre
y la casa de la madre,
agarrada,
queriendo hacer un punto inmenso
que juntase de nuevo
aquella que la vida había separado.
La pequeña se quedaba preguntando: ¿Por qué?
Y es por esto que lo cuento,
Para ayudar a entender…
Su madre nació en el mar
y ella era enterita,
amor al mar.
¡Ah! Tu quieres saber lo que es el amor…
Amar es querer traer muy cerca
aquello que está lejos, abrazar.
Esfuerzo de poner dentro aquello que está fuera,
beber con placer, aquello que hace a los ojos sonreir.
Eso es: ella bebía del mar todo lo que veía,
y el mar en ella vivía
y ella al mar enamoraba.
La intensidad azul misterio,
las cosas que vivían en sus profundidades:
corales rojos,
algas verdes,
peces de colores brillantes,
icebergs blanco/helados de mares nunca vistos,
músicas silenciosas de catedrales encantadas.
Así era el cuerpo de la joven.
¿Lo ves extraño?
¿Pensabas que el cuerpo estaba hecho de carne,
de sangre y de huesos?
Puro engaño.
Nuestro cuerpo está hecho con aquello
que el amor puso ahí dentro.
Y donde el amor quiso, pero no pudo,
quedó un vacío,
que es donde habita la nostalgia…
Así era el cuerpo de aquella joven, casi niña:
tenía los sonidos captados por sus oídos,
murmullos de olas,
un paciente ir y venir sin fin,
como la vida…
Olores de cosas marinas
entraban ahí dentro
por sus palpitantes fosas nasales
y hacían bien en lugares ocultos;
perfumes azules de olas
y aromas de perlas blancas…
(¿alguna vez sentiste esto, lo bien que hace un perfume,
en algún lugarcito dentro de ti y que ni siquiera
sabes dónde está?
Su piel jugaba con el agua
y se le enchinaba toda
cuando la brisa
le hacía caricias.
Y en sus ojos se veían gaviotas de blancas alas
y barcos con la vela al viento.
Quien le oyera el corazón latir
juraría que eran olas…
sus senos, conchas lisas que abrigaban
criaturas blancas.
Su vientre lugar de misterios,
como la vida secreta del mar,
caverna oscura donde nadan peces minúsculos
e invisibles semillas en apacible espera.
Pero había una cosa que ella no podía entender:
Era una tristeza suave, nostalgia.
No le bastaba el mar infinito.
Había los Vacios,
Deseos,
Ausencia inmensa,
“Saudade” de algo que le faltaba.
Y ella soñaba con cosas lejanas
Y las amaba:
bosques que nunca vió
y pensaba que sería bueno si
un día
el mar y la selva se encontrasen
y el azul y el verde se mezclaran.
ella amaba al mar que en ella habitaba,
y a la selva, ausencia, pedazo que le faltaba.
Y cantaba el nombre de su amado:
“Los bosques son bellos, sombríos, profundos…”
Sus ojos se dirigían entonces hacia lo alto
de las montañas, a lo lejos,
y veía las siluetas de los árboles,
al cielo,
e imaginaba bellezas y misterios diferentes
de los del mar.
Y amaba a al bosque con el que soñaba.
El padre nació en medio de la selva
y su cuerpo creció
con árboles viejos de muchos años,
frutas silvestres de muchas aves,
musgos blandos de muchos verdes,
mariposas de las de muchos colores,
avecillas cantoras de muchos cantos,
grillos ocultos en muchas noches,
arrollos de agua de muchas piedras,
flores silvestres de muchos aromas,
tierra blanda de muchos brotes,
vidas que renacen de muchas formas…
¡Ah! Era así su cuerpo.
“¡Y cómo se entregaba él!
Amaba su mundo interior: casi salvaje,
bosque antiquísimo, sobre cuyo silencioso despertar verde-luz
su corazón se erguía” (Rilke).
Pero él también tenía un sentimiento triste, vacío,
le dolía el lugar de la Carencia.
Y cuando el sol se ponía sobre el mar
sentía una nostalgia inmensa.
Como si al bosque no le bastase,
era el deseo de algo bello-distante,
ausente.
Y de la sombra verde de los árboles
miraba lo azuloso del mar,
solemne en el horizonte,
juguetón en la arena,
y deseaba sumergirse en él.
Y pensaba la felicidad es eso:
la selva penetrando el mar.
Un día los dos se encontraron,
se amaron,
el bosque se sumergió en el mar,
el mar abrazó al bosque,
sus semillas se mezclaron,
y una niña nació…
y tenía en su cuerpo
un poco de mar
y un poco de selva…
*****
Felicidad mayor no podría haber,
y hasta llegaron a pensar que sería eterna…
Se fueron a vivir allá arriba,
en el lugar del Padre,
los tres.
Felices…
El padre en su mundo verde, viejo amigo, conocido.
La madre, en el mundo verde, misterio con el que siempre soñaba y deseaba.
La niña, feliz por ser selva y ser mar.
*****
Pero el tiempo pasó
y la felicidad se acabó.
En el pecho de la joven fue creciendo un dolor.
Primero fue la nostalgia mansa que se hizo tristeza:
Y el bosque, tan bello de lejos se hizo prisión…
Y el joven a quien tanto amara
se le hizo raro,
gigante verde,
señor del bosque,
su carcelero.
¡Ah! Ella ya no podía amar a la selva
y su rostro se transtornó.
Entonces el mar que habitaba en ella se volvió siniestro,
una tempestad enorme le nació por dentro,
en su rostro se rompían las olas
en cuya furia hasta la misma niña
entró.
Y la joven madre se hizo triste
Por verse así, tan fea.
(Es necesario que tu sepas de esto: entre las personas nos amamos por aquello de bello que ellas hacen nacer en nosotros.
Como si fuesen espejos. Si nos vemos bellos en aquellos ojos
que nos contemplan, nosotros las amamos.
Pero si
nos vemos feos, las odiamos…).
entonces ella comprendió que,
por bellas que las hierbas fueran,
ella siempre sería una extraña,
exiliada,
sin hogar.
Eso fue lo que le dijo a su compañero
que la entendió y le dijo que no importaba.
Vivirían ahora en la costa del mar
Para que ella reencont
rase
La felicidad perdid
a.
Y así sucedió. La alegría volvió.
Pero el tiempo pasó y la nostalgia llegó
ahora en el pecho del joven, donde la soledad fue creciendo,
tristeza de quien vive en el destierro,
prisionero de islas cercadas por mares sin fin.
Y la joven que el tanto amaba
se transfiguró en un mar de tristezas,
olas que se repetían de noche y de día sin parar:
“Nunca más, nunca más…”
Y el bosque que habitaba en él se enfureció,
se despertaron los animales siniestros que dormían en el,
serpientes, escorpiones; venenos y oscuridades,
y afloró todo en aquel rostro,
en otro tiempo manso, y se hizo siniestro, y había fuego en su mirar
y espinas constantes en su hablar.
Y lloró al ver el espanto en los ojos de su hija,
espejos tristes, y sintió que ya no era el mismo,
y que nunca volvería a serlo lejos de la selva,
donde estaba su hogar.
Fue entonces que comprendieron que para continuar siendo bellos
era necesario que el mar y el bosque
fueran verdaderos consigo mismos
y viviesen en sus lugares.
Fue así que vivieron, lejos:
La joven a la orilla del mar, con querencias del bosque,
El joven en el bosque, con nostalgias del mar…
por eso las personas se separan,
por más que eso las aflija,
para volver a ser bonitas de nuevo y regresar a los mares y bosques perdidos…
Cada separación es la búsqueda de un amor que se perdió:
en cada partida hay un deseo de reencuentro.
En cuanto a la hija, decían los astros, que no sabían nada:
“-No tiene donde vivir…” Ignoraban los mundos dónde vivía
y que en su cuerpo pequeño habitaba un mar y una selva.
Y si ahora estaba en la madre, a la orilla del mar; y ahora con el padre,
en el bosque; no era que le faltaba un hogar.
Ella era el mar, era bosque,
y podía sentirse en casa dondequiera que estuviese.
Tradujo Jesús R. para sus hijos
Datos para citar este artículo:
Rubem Alves. (2004). Cuentos: La selva y el mar (la historia de un amor que fue). Revista Vinculando, 2(1). https://vinculando.org/documentos/cuentos/selva_mar.html
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