Este artículo se enfoca en los fundamentos teóricos de la mediación escolar, desde la perspectiva psicoanalítica. La posición del mediador es un aspecto crucial en la resolución de conflictos, y el objetivo es reflexionar sobre la importancia de adoptar una postura adecuada para ayudar a los sujetos a superar y/o morigerar las problemáticas que acontecen en las instituciones educativas.
La mediación, entendida como proceso, se basa en la escucha activa y la circulación de la palabra, que permite a los sujetos expresarse y resolver sus conflictos de manera efectiva. Se trata de un proceso en el que se busca que los sujetos se sientan escuchados y validados, lo que les permite expresar sus preocupaciones y puntos de vista sin sentirse juzgados. Ducach (2008) enfatiza que la mediación “otorga la palabra a los sujetos para que éstos puedan diseñar estrategias y conseguir aquello que dicen necesitar y acompañarlos en este proceso”.
En este sentido, siendo una intervención que apunta a trabajar los conflictos que surgen en el encuentro con los otros, su propósito será tramitar las diferencias a partir de habilitar la circulación de la palabra. En este sentido, los procesos de mediación, educativos, producen subjetividad y puede tener efectos de inclusión o exclusión en los sujetos. La mediación tendrá uno u otro efecto en función de cómo sea llevada a cabo y bajo qué presupuestos.
En esta propuesta, se entiende que la institución educativa es permeable y refleja el contexto epocal, económico, político, jurídico, entre otros. En palabras de Porras Nieto (2008), la escuela actúa como caja de resonancia de procesos y de cambios producidos en el amplio campo de lo social. De este modo, el papel del mediador es fundamental, ya que debe actuar como un facilitador que ayuda a los sujetos a expresarse de manera efectiva y a encontrar soluciones que satisfagan sus necesidades. La posición del mediador debe ser neutral e imparcial, sin tomar partido por ninguna de las partes involucradas. Debe tener habilidades de escucha activa y empatía, lo que le permitirá conectarse con los sujetos y comprender sus preocupaciones.
En cuanto a los tiempos subjetivos, la mediación se enfoca en el presente, pero se conecta con el pasado y el futuro de los sujetos. El mediador debe ser capaz de comprender cómo la historia personal de los sujetos puede estar afectando sus modalidades relacionales actuales. También debe ser capaz de ayudar a los sujetos a proyectarse en el futuro y visualizar soluciones a largo plazo para sus problemas.
De este modo, es central reconocer la dimensión psicológica del sujeto a educar, haciendo foco en la posición que el mediador sostiene en relación con los sujetos y su importancia en la posibilidad de trabajar el malestar. La dimensión psicológica del sujeto en el contexto educativo es esencial para comprender cómo la mediación puede ser efectiva en la resolución de conflictos.
La posición que el mediador sostiene en relación con los sujetos es fundamental para que se genere un espacio de confianza y respeto mutuo. Es importante destacar que el mediador no es un juez que dictamina lo que es correcto o incorrecto, sino que es un facilitador del proceso de diálogo y reflexión que se produce en la mediación.
Teniendo en cuenta estas definiciones preliminares, trabajaremos la idea de la mediación como una herramienta posibilitadora del encuentro con el otro, considerando a los sujetos como portadores de un mensaje dirigido a un otro adulto que se dispone a escuchar esa demanda. Delimitamos cuál es la posición más favorable a adoptar por quien se ubica como mediador y en qué consiste la demanda de los sujetos destinatarios de la intervención.
Posición del mediador
El concepto de posición implica no solamente la situación sino el conjunto de ideas que una persona tiene y que la sitúan en relación con otras personas (Tizio, 2003). Es decir que, si pensamos en el mediador, importa no sólo ocupar formalmente el lugar de mediador, sino también el modo en que ese lugar es ocupado, la manera en la que esa función es desempeñada, lo que estará determinado por la mirada que se sostenga sobre los sujetos de la intervención, por la forma en que se acompaña y se hace lugar a la escucha de aquello a trabajar.
En este sentido, Tizio (2003) agrega que “la posición del agente forma parte del problema del que se ocupa en la medida que el profesional con su aparato conceptual contribuye a configurarlo y esto define el tratamiento a seguir”. Por lo tanto, resulta fundamental pensar qué posición es la más conveniente asumir, ya que, en función de ella, los conflictos que surgen en el devenir escolar podrían ser negados, evitados, desestimados, enfrentados, asumidos, etc.
A su vez, es importante considerar que la posición del profesional de la educación se encuentra en parte condicionada y sostenida en un determinado discurso, entendido como aquellos “[…] enunciados que estabilizan significados en una época, en determinado momento socio- histórico y en cada contexto en particular” (Zelmanovich, 2006). Estos discursos de época poseen una eficacia simbólica, en tanto inciden en el modo en que el docente lleva a cabo su tarea.
Es central en la intervención con niños/as y adolescentes poder tomar distancia de aquellos discursos que proponen lecturas simplistas sobre las problemáticas que presentan. Estamos pensando por ejemplo en los diagnósticos psiquiátricos en los/las niños/as o los rótulos de “violento” con los que se caracterizan a algunos/as adolescentes, para “explicar” determinadas conductas interpretadas como disruptivas por las y los adultos/as.
Desnaturalizar estos discursos que circulan por la institución escuela etiquetando homogéneamente a aquellas y aquellos que no se ajustan a lo esperado y/o deseado por las y los adultos se torna indispensable si se quiere llevar a cabo un proceso de mediación que respete la singularidad.
En otras palabras, en lugar de etiquetar a los estudiantes, es recomendable trabajar con ellos y ellas en un proceso de mediación que tenga en cuenta su singularidad. Esto puede ser más difícil y requerir más tiempo y recursos, pero en última instancia es más efectivo y puede llevar a resultados más positivos para el niño/a o adolescentes y la comunidad en general.
Resulta fundamental el modo en el que el mediador significa e interpreta el conflicto, ya que “…lo que sanciona un mensaje no es la intencionalidad del hablante sino el interlocutor, el código…” (Brandoni, 2002). Esta afirmación enfatiza la importancia que tiene lo que el mediador dice a los sujetos de la intervención ya que les devuelve un decir acerca de lo que ocurre y la importancia que ello tiene para el mediador y para la resolución o no del malestar.
Pensemos, por ejemplo, en un estudiante que acude por un conflicto con un compañero y el adulto como interlocutor, sanciona su mensaje desestimando la problemática. O una niña con episodios de violencia verbal a sus compañeros frente a la cual la escuela sugiere una interconsulta psicológica.
En ambos casos el adulto sanciona situaciones presentadas: en un caso “diciéndole” al adolescente que su problema no es relevante y en el otro señalando una posible problemática en el campo de la salud mental. Vemos en estos ejemplos la importancia de lo que se le devuelve a un niño, niña o adolescente cuando acude a nosotros con un mensaje a ser escuchado. El modo de sancionar ese mensaje determinará el tratamiento que se le dará a la problemática.
Demanda del sujeto
A partir de los conceptos freudianos de contenido manifiesto y contenido latente, Brandoni (2002) señala que en el campo interpersonal puede hablarse de conflicto manifiesto para referirse a la disputa explícita o desavenencia y de conflicto latente para hacer referencia a la tensión que se produce en la estructura de una relación y que emerge en la disputa explícita.
La mediación trabajará específicamente sobre lo explícito, sobre la disputa interpersonal manifiesta, pero sin desconocer que hay otros componentes del conflicto (deseos, expectativas, creencias, fantasías, entre otros) condensados y expresados de manera desfigurada en ella.
Por ello, la autora señala que en la mediación “nos introducimos fuertemente en el campo de lo subjetivo, único y personal de cada sujeto. De aquí que “los universales”, las soluciones del “sentido común”, lo que a los mediadores nos parece bien o justo queda fuera del juego. Nos adentramos en el terreno de las atribuciones de significación personales, vinculares, institucionales, etc. en una “lógica personal”” (Brandoni, 2002).
En este punto, se establece una distinción entre la simple asistencia y la verdadera disposición para solucionar un conflicto a través de la mediación. La participación voluntaria en la mediación supone la asistencia, pero no la disposición para resolver el conflicto, lo cual se refleja en la formulación de una demanda vinculada a la necesidad de trabajar sobre el malestar que la situación genera. La demanda implica que los sujetos esperan que el mediador los ayude a resolver la situación del conflicto y, sobre todo, que le supongan algún saber vinculado a ello.
En este sentido, es interesante el planteo del psicoanálisis que sostiene que las manifestaciones de niños/as y adolescentes que podrían ser objeto de un proceso de mediación, son mensajes que se dirigen a Otro, a la espera de que sean decodificados, sancionados (tal como explicamos anteriormente).
Podemos plantear entonces que, en esa manifestación, en ese modo tal vez poco amable, disruptivo, agresivo de manifestarse, el niño/a o adolescente está dirigiendo una demanda, haciendo un llamado para que Otro sancione ese mensaje, le otorgue un sentido. Por lo que dicha manifestación se convierte ya en el punto de partida para el inicio de un proceso de mediación, que contemple lo singular de ese modo de comunicar un malestar.
En palabras de Schiavetta (2016) “dar lugar a que un niño o adolescente pueda hablar sobre lo sucedido constituye un movimiento de acotamiento de ese hacer disruptivo, del empuje pulsional” (…) que permite al sujeto “nombrar e interrogarse acerca de su propio malestar”.
El lugar de la escucha y la circulación de la palabra como forma de alojar el malestar. Tiempos subjetivos.
El lugar de la escucha requiere dos condiciones previas: que el mediador considere al sujeto como portador de una palabra valiosa y que el sujeto reconozca al mediador como portador de un saber.
Respecto de la primera condición diremos que la escucha del mediador no es cualquier escucha. Apostamos por una escucha que haga lugar a la pregunta, que habilite la circulación de la palabra, y reconozca a los sujetos y su capacidad para hablar sobre su problemática, alojando el malestar e intentando darle un tratamiento.
Tizio (2003) señala que hay una desregulación del discurso educativo, que tiene la función de dominar la dimensión pulsional y que cuando esta violencia simbólica no se ejerce aparece la violencia directa. Lo que muestra la importancia de la instauración del vínculo educativo y la violencia simbólica que éste implica como forma de limitar la violencia explícita.
En el mismo sentido, Ducach (2008) sostiene que “la apropiación de la palabra permite, en un proceso dialéctico, comunicar un pasado, un presente y proyectar un futuro; la posibilidad de otorgar la palabra para por lo menos canalizar el malestar podrá reconstruir caminos posibles que no impliquen el uso de la violencia” (p. 5). El otorgar la palabra permite también que se puedan construir sentidos propios sobre aquello que les acontece, sin otorgar desde el lugar de adulto, un sentido predeterminado, que obture la posibilidad de construir una propia solución al conflicto.
La segunda condición requiere que se considere al mediador como portador de un saber, que se lo reconozca en un lugar de autoridad. Esto otorga al vínculo la asimetría necesaria que permite que el adulto pueda ocupar el lugar de quien ordena y regula los vínculos y las relaciones. Schiavetta (2016) señala que “de esta manera, la norma, en tanto presencia del Otro que acota, pero a su vez da lugar a la pregunta por lo que ocurre, es un “no” que puede desplegar algo de lo singular del sujeto. El límite, así entendido, da lugar a facilitar la posibilidad de hacer lazo con el Otro, con lo social” (p.33).
Desde esta perspectiva, entender al sujeto en sus tiempos evolutivos y subjetivos es fundamental, ya que el desarrollo psíquico de un individuo está determinado tanto por factores biológicos como por las experiencias que vive a lo largo de su vida. Es decir, el sujeto no se desarrolla de manera lineal y uniforme, sino que su proceso evolutivo es dinámico, abierto y complejo.
En este sentido, pensar en la niñez y la adolescencia más allá de la edad cronológica implica reconocer que cada sujeto tiene su propio ritmo de desarrollo, que puede estar influenciado por factores como la historia familiar, las experiencias de vida y las condiciones sociales y culturales en las que se desenvuelve diariamente.
Asimismo, es importante destacar que la perspectiva evolutiva nos aporta elementos para identificar las características propias de cada etapa del desarrollo, lo que nos permite reconocer los desafíos y necesidades específicas que enfrentan los/as niños/as y adolescentes en cada una de ellas.
Esto resulta fundamental para llevar a cabo procesos de mediación efectivos, ya que permite adaptar las estrategias y herramientas utilizadas a las particularidades de cada sujeto y de cada momento de su desarrollo. En definitiva, la consideración de los tiempos evolutivos y subjetivos en la atención a niños y adolescentes resulta imprescindible para comprender y acompañar de manera adecuada su proceso de subjetivación y desarrollo psíquico.
A modo de cierre
La posición del mediador es fundamental en un proceso de mediación y está determinada por la mirada que se sostiene sobre los sujetos de la intervención, la forma en que se acompaña y se hace lugar a la escucha de aquello a trabajar y el aparato conceptual que se utiliza para configurar el problema y definir el tratamiento a seguir. Es importante tomar distancia de aquellos discursos que proponen lecturas simplistas sobre las problemáticas que presentan los niños/as y adolescentes y trabajar con ellos en un proceso de mediación que tenga en cuenta su singularidad.
La forma en que el mediador significa e interpreta el conflicto es fundamental y el modo de sancionar ese mensaje determinará el tratamiento que se le dará a la problemática. Si bien en esta clase, focalizamos en el rol del mediador adulto, es importante señalar que los estudiantes también están capacitados para desplegar su figura mediadora. La mediación trabajará específicamente sobre lo explícito, sobre la disputa interpersonal manifiesta, pero sin desconocer que hay otros componentes del conflicto condensados y expresados de manera desfigurada en ella.
Referencias
- Brandoni, F. (2002). Apuntes sobre los conflictos y la mediación. La Trama, revista interdisciplinaria de mediación y resolución de conflictos, (2). https://www.revistalatrama.com.ar/contenidos/larevista_articulo.php?id=12&ed=2
- Ducach, S. (2008). La mediación de la palabra y sus efectos en la inclusión de niños y adolescentes en el discurso pedagógico de nuestra época. La Trama, revista interdisciplinaria de mediación y resolución de conflictos, (24). https://www.revistalatrama.com.ar/contenidos/larevista_articulo.php?id=158&ed=24
- Porras Nieto, I. (2008). Subjetividad y conflicto: ¿Posibilidad o facilidad? La Trama, revista interdisciplinaria de mediación y resolución de conflictos, (24). https://www.revistalatrama.com.ar/contenidos/larevista_articulo.php?id=156&ed=24
- Schiavetta, L., Pellegrini, G. y Pérez, P. (2016). De la generalidad de la definición a una mirada orientada a particularizar la situación. Animarnos a mirar nuestra práctica. En (Comps.) M. Ruiz; D. Delfino y N. Sierra. Psicoanálisis y educación: un diálogo de encuentros y desencuentros: la problemática de la violencia en la escuela. Teseo
- Tizio, H. (2003). “La posición de los profesionales en los aparatos de gestión del síntoma.” (“2. Tizio, H. La posición de los profesionales en los … – Studocu”) En H. Tizio (Ed.), Reinventar el vínculo educativo: aportaciones de la Pedagogía Social y del Psicoanálisis (pp. 165-182). Ed. Gedisa.
- Zelmanovich, P. (2006). Conferencia “Apostar al cuidado en la enseñanza” [Conferencia]. En CePA-Ministerio de Educación-Gobierno de Buenos Aires (Ed.), Lecturas para el fortalecimiento de la tarea educativa en instituciones maternales.
Datos para citar este artículo:
Agustina Labin, Cintia Cincotta. (2023). Mediación escolar: El lugar de la escucha y la circulación de la palabra como forma de alojar el malestar. Revista Vinculando, 21(1). https://vinculando.org/educacion/mediacion-escolar-el-lugar-de-la-escucha-y-la-circulacion-de-la-palabra.html
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