Pero Dios escogió aquello que en el mundo es loco, hasta las mismas cosas que no son, para reducir a la nada las cosas que son. (1Cor 1,27-28)
A una silenciosa araña paciente, como un pequeño premonitorio, la noté que estaba aislada,
la noté como exploraba el vasto vacío que la rodeaba;
iba jugando hilo, hilo, hilo
que ella misma jalaba
soltándolos cada vez más,
incansable, haciéndolos siempre correr.
Y tu, alma mía, donde estás cercada,
separada, en océanos de espacio sin medida,
sin interrupción (vas) sopesando, arriesgando, jugando,
en busca de esferas para ligarlas hasta que esté construido
el puente que vas a necesitar,
hasta que esté segura el ancla dúctil, hasta que el hilo de la tela
que vas lanzando se prenda en algún lugar, ¡Oh, alma mía!
Walt Whitman
Una araña hizo su tela al lado de mi escritorio. La descubrí ayer y, junto con mi basura, traté de deshacerme de ella. Las telas de araña son señales de descanso y no quería que la gente que me visita piense mal de mi. Pero hoy se volvió a poner en el mismo lugar. Durante la noche rehizo su tela. Pienso que le gustó el lugar, me perdonó y confía en mi comprensión. Entendí. Y decidí que va a ser mi compañera.
Aunque no sepa hablar, me hace pensar. Confieso que la araña me fascinó. Primero, por aquello que veo. Ahí está, segura y feliz, colgada en el vacío. No tiene ninguna excitación ni siquiera en sus pasos. Sus piernas largas se mueven sobre los finos hilos de su tela con tranquila precisión, como si fueran dedos de un violinista, danzando sobre las cuerdas. Su tela es algo frágil, hecha con hilos casi invisibles. Y, sin embargo, es perfecta, simétrica, bella, perfectamente adecuada a su propósito. Pero la fascinación tiene que ver con aquello que no veo y sólo puedo imaginar. No tuve la suerte de ver su primer movimiento, el movimiento que fue el inicio de su arquitectura fluctuante, el salto en el abismo… Me imagino esa criaturita casi invisible, con las patas agarradas a la pared. Ve a las otras paredes tan distantes y mide los espacios vacíos… Y sólo puede contar con una cosa para el trabajo increíble que está por iniciar: un hilo, aún escondido dentro de su cuerpo. Y luego, repentinamente, con un salto sobre el abismo, y un universo comienza a crearse…
Pienso que la araña me hace pensar porque ella es una metáfora de mi mismo. También quiero yo construir una tela sobre el vacío. Sólo que mi mundo tiene que ser construido con un material aun más etéreo que el hilo, tan etéreo que algunos ya llegaron a compararlo con el viento. El mundo humano está construido con palabras. Como dicen los textos sagrados: "En el principio de todas las cosas está la Palabra…" Y, a semejanza de la araña, es dentro del cuerpo donde la palabra se genera. Es ahí, el la fragua mágica del cuerpo donde se procesa la transformación alquímica de palabras en carne. Me imagino si Nietzsche también observaba una araña al decir que el hombre es una "cuerda sobre el abismo" (PN 126).
La primera palabra que se dice al nacer es un salto en el abismo, un salto a partir de un abismo (¿y el alma, no es un abismo?).
Pero la araña es más feliz que nosotros, pues ya trae escrita en su cuerpo, la receta para ese evento fantástico. La receta, se la regaló la naturaleza al nacer. Su cuerpo sabe, su cuerpo recuerda. Pero nosotros vivimos en el olvido. No sabemos, no recordamos. Como lo dijo el poeta Eliot, sabemos muchas palabras, pero ignoramos la Palabra (CPP 96).
Oír las Variaciones Goldberg, de Bach, es uno de los placeres que me gusta entregarme. Es una obra de arte sólida, terminada, una estructura perfecta. No existe en ella nada superfluo, ninguna adiposidad, ningún hilo suelto, ningún sonido innecesario. Está hecha como debería de ser. Como la tela de araña…
Y, sin embargo, existe un vacío de silencio alrededor de la música de Bach, un vacío mucho mayor que aquel alrededor de la tela. La araña, por cierto, no inventó ninguna cosa. Solamente hizo tocar de nuevo un tema que se viene repitiendo, sin variaciones, en el pasar de milenios, por todas las arañas igualitas a ella.. Cuando se lanzó sobre el vacío, de todo corazón, su partitura que estaba escrita en su cuerpo. Pero las Variaciones Goldberg son una palabra nueva, que nunca se había escuchado antes. Bach fue el primero que las oyó, tocadas por un Extraño, dentro del silencio de su cuerpo. Llegaron como el viento, como una cuerda sobre el abismo, los hilos sueltos de los sonidos siendo fecundados en un tema único, y así la tela musical se tejió.
Creatio ex nihilo– CREACIÓN QUE EMERGE DE LA NADA.
Hay palabras que crecen a partir de diez mil cosas y palabras que crecen de otras palabras. Su número no tiene fin.
Pero hay una palabra que brota del silencio, la Palabra que es el comienzo del mundo.
Esta palabra no puede ser producida, No es una hija de la praxis. No nace de nuestras manos ni de nuestros pensamientos.
Tenemos que esperar en silencio, hasta que se haga oír. Adviento… Gracia.
Es fácil distinguir la Palabra de las palabras. Cuando la Palabra se hace oír, el cuerpo entero reverbera y sabemos que el misterio de nuestro Ser nos habló, desde las profundidades de su olvido…
Mallarmé deseaba escribir un libro de una sola palabra. Creí que estaba loco… Pero ahora, observando a la araña, pienso que lo entiendo: deseaba capturar la primera Palabra, que es el inicio de todas las demás. Esta es la esencia de la poesía: volver a la Palabra fundadora, generada en el abismo del silencio.
En otros tiempos, creo que fui un buen profesor. Como la araña, yo sabía tejer mi tela de palabras. Sabía que enseñaba y sólo enseñaba lo que sabía. Aún cuando hablaba algún esbozo delante de mi, y mis estudiantes me observaban tejiendo mi tela de palabras con el mismo encanto con ql eu yo miraba a la araña, el hecho es que los dos, yo y la araña, leíamos un texto. El de ella, milenario; el mio, producido en mi escritorio. Lo leíamos. Sabíamos nuestras "lecciones". "Lección" es una palabra que viene del latín letio, lectura, que deriva de legere, leer. El profesor lee un texto escrito, da una lección.
Los buenos profesores, como la araña, saben que las lecciones, esas telas de palabras, no pueden ser tejidas en el vacío. Necesitan de fundamentos. Los hilos, por finos y leves que sean, tienen que estar amarrados a cosas sólidas: árboles, paredes, clavos. Si las marras las cortan, y la tela la separa el viento, la araña pierde su casa. Los profesores saben que eso vale también para las palabras: separadas de las cosas, pierden su sentido. Por sí mismas, no se sostienen. Como pasa con la tela de la araña, si sus amarras son cortadas de las cosas sólidas, se vuelven sonidos vacíos: nonsense…
A fin de evitar ese peligro, los buenos profesores hacen unos de espejos. Si una palabra es un reflejo, dentro de un espejo, de una realidad que existe del por afuera, se puede tener la certeza de que tiene sentido: no está suelta en el aire.
Palabras: reflejos…
El sentido de una imagen dentro del espejo es la cosa real de su lado externo.
Una lección rigurosa: reflejos claros y distintos dentro de un espejo luminoso.
Un buen profesor: es un buen espejo…
Esta metáfora no es mía. Fue de Nietzsche cuando hablaba del ideal científico de la "percepción inmaculada de todas las cosas".
Y agregaba que para que ese ideal se realizara era necesario que nos postráramos "ante las cosas como un espejo de cien ojos" (PN 2334).
Cada palabra, un reflejo fiel:
Hacer visible y luminoso al mundo que existe por afuera;
Hablar la verdad, todo la verdad, nada más que la verdad.
Pero para que eso se de es necesario que el espejo esté vacío. Cuando era niño intenté muchas veces imaginarme lo que había dentro de un espejo que no reflejaba nada. Y hasta me imaginaba una situación en que eso se pudiera dar, empíricamente: un espejo ante un espejo, nada reflejando nada. ¿Qué es lo que se vería? Y discretamente trataba espiar al espejo para ver que reflejaba.
Pero lo que veía era sólo mi ojo, reflejado en imágenes sin fin, que se perdían en el fondo del espejo. No, el espejo está vacío de sí mismo. Los espejos no tienen un "lado interior", no tienen alma. Un espejo con un "lado interior" – sería una idea loco que encontramos en Lewis Carrol y Escher – sólo puede ser algo mentiroso. El espejo nada tiene que mostrar, nada tiene que decir sobre sí mismo. Por eso el lenguaje científico riguroso prohíbe el uso del pronombre "yo". Yo soy el espejo. Pero si soy el espejo estoy prohibido de decirme. En lugar de "Yo" se usa "se indeterminado. Obsérvese, verifíquese, conclúyase. ¿Quién? Nadie. Todos.
Sucede que mi espejo se cansó de esa función de sólo repetir lo que venía de afuera y empezó a tener ideas propias. En lugar de mostrar sólo reflejos fieles, comenzó a mostrar imágenes para las cuales no había, del lado externo, ningún objeto correspondiente.
¿Será que Lewis Carroll tenía razón? Será que hasta los mismos espejos tienen un lado interno? No pude resistir la curiosidad. Tomé las manos de Alicia, fuimos allá los dos, a través del espejo. Pero, al hacer eso, mis credenciales como profesor respetable se perdieron. Carroll sabía que era peligroso jugar con espejos, y que un profesor no debería salir del mundo de los reflejos. Y fue así que sobrevivió, como profesor de lógica y matemáticas en la Universidad de Oxford. Sus aventuras del lado de allá del espejo, intento conservarlas fuera del alcance de los "guadianes de los espejos" (hay tantos, por todos lados, vestidos con bata, ** de científicos aventureros** y de becas filosóficas…) Las disfrazó bajo la forma de historias para niños. Y todo mundo sabe que, en el mundo de la fantasía infantil, todo está permitido, nada se toma en serio. Y por medio de ese ardid, no perdieron sus credenciales… Las mías, nadie las tomó. Yo mismo percibí que mi espejo sufría una perturbación…
Pero hay aùn otros agravantes. Las arañas normales saben, aunque inconscientemente, lo que tienen que hacer. Trabajan con un método. No se si lo estudiaron con Descartes o si fue Descartes quien lo estudió con ellas. Me imagino que, allá en el cuarto donde el filósofo pensó y escribió sobre sus meditaciones, debió existir una araña. Es muy posible que haya sido su maestra, que ella le hubo sugerido la importancia de los fundamentos más allá de la duda y que su procedimiento ordenado le haya dicho sobre la necesidad de caminar paso a paso, para no caer en el vacío… A final de cuentas no puede haber dudas de que esta sea la filosofía del arácnido…. Las arañas, como se sabe, parten de fundamentos confiables y avanzan según un orden racional. Las improvisaciones no le son permitidas, ellas nunca se dejan distraer por sugestivos dudosas.
Y es justamente eso lo que se espera de una buena lección, de una pre-lección competente.
El profesor comienza de aquello que se conoce y prosigue metódicamente en dirección a lo desconocido, construyendo puentes con los materiales disponibles, tejiendo con rigor sus redes de palabras. Las palabras marchan, como soldados, en una dirección predeterminada.
Fue así que cuando atravesé el espejo percibí que, ahí dentro, las palabras se rehúsan a marchar. No obedecen las órdenes. Se hacen sordas al ritmo del tambor. Saltan y bailen como si estuvieran en un espectáculo coreográfico. "Chocan entre sí y sacan chispas metálicas o forman pares fosforescentes. El cielo verbal se llena sin cesar de nuevos astros. Todos los días afloran a la superficie del idioma palabras y frases, minando aún humedad y silencio entre sus frías escamas" (AL 43). En la jerga psicoanalítica, es "la asociación libre de ideas"… Pero ¿quien entregaría a su hijo a un profesor-bailarín?
El profesor da una "lección" lee un texto. Y hubo un tiempo en que se le llamaba con el nombre de "lente", el lector.
Un texto son palabras inmovilizadas en el papel por la química de la tinta. Cuando aparecen las palabras por primera vez, su estado no era ese: se asemejaban más a los pájaros salvajes, moviendo sus alas… El profesor armó sus ropas, agarró los pájaros, escogió los que le interesaban y los enjauló con papel y tinta. Pobres palabras… Perdieron su libertad. Ahora están congeladas en el tiempo y en el espacio. Pero después, cuando el profesor vuelva a leerlas, entonces perderá él su libertad. Ahora están congeladas en el tiempo y en el espacio. Ahora, bajo el comando de las palabras escritas, está obligado a decir aquello a que lo ellas lo obligaron. La química agarra las palabras en el papel. Pero en el momento de la lectura, la física d la luz hace que vuelen del papel a los ojo, de los ojos hacia la morada de los pensamientos, de ahí a la boca. Y el "lente" las transforma en sonidos. El las pronuncia. Si, por acaso, pasaran pájaros diferentes aleteando, hace de cuenta que no los ve. Si se siente tentado a volar con ellos, el texto lo llama a que regrese. Barthes, en su maravilloso libro sobre la fotografía, dice que cada foto es una imagen de la muerte. Lo que se ve en un momento que ya se fue, que ya no existe. La misma cosa puede decirse de un texto. Lo que nos hace recordar la sabiduría de los textos sagrados: "…la letra mata pero el Viento hace vivir de nuevo" (1Cor 3,6).
Ese es el precio que se paga por la seguridad. Los pájaros salvajes son tan imprevisibles como el Viento: no se sabe de donde vienen ni a donde van. Siempre que aparecen, provocan una gran confusión en el orden militar y riguroso del texto escrito. Es obvio que un profesor prudente podrá jugar con ellos en casa, pero tendrá el cuidado de cerrar las ventanas del salón de clases, de lo contrario, podrá perder el control del conocimiento que debe trasmitir.
Por razones que no conozco, comencé a gustar más de los pájaros volantes que de los pájaros enjaulados. Pienso que eso se explica por el hecho de que comencé a leer poesía… O por haberme metido a la selva psicoanalítica. El hecho es que me volví incapaz de leer mis textos de principio a fin. Al final, en vez de llegar a una conclusión clara Y distinta, lo que tenía en manos era un puñado de fragmentos y preguntas. Y comencé a preguntarme si aún seguía siendo profesor o me había convertido al estilo de los maestro zen.
Enseñar
dar lecciones
pre-lecciones
leer-
La lectura depende de los ojos
Y los ojos dependen de la luz.
Para que se lea, las luces tienen que estar encendidas
E, Inversamente, se lee para que las luces se enciendan
los oyentes deber ser esclarecidos.
Nada de cantos oscuros…
Todo debe ser "claro" y "distinto", de acuerdo con las leyes clásicas de la etiqueta científica, establecidas por Descartes. Si, por acaso, las luces del profesor no son suficientes, cualquier estudiante puede solicitar un esclarecimiento. "Por favor, un poco más de luz en este punto oscuro…"
Una lección es una explaneación, una explicación. Explanear viene del latín explanare, que significa "volver liso, extender, volver plano". Un gran tractor empujará a las misterosas montañas hacia dentro de los oscuros abismos y todo se trasformará en una planicie luminosa, donde todo es visible, nada se escapa de la luz, nada se esconde de los ojos.
Explicación viene también del latín explicare, un verbo derivado de plicare, que significa "doblar". Explicar es, de esta forma, sacar los dobleces donde vive la oscuridad, alisar el texto como se alisa un paño con la plancha para eliminar todas las sombras.
Un buen profesor es una criatura luminosa. Donde quiera que vaya, la oscuridad desaparece. Tiene, igualmente, la costumbre de llevar una vela y cerillos dentro de su bolsa, que enciende siempre que encuentra un lado oscuro en su texto: notas a pie de página…
Mi sospecha de que yo no era ya profesor respetable se volvió cierta cuando descubrí que, en vez de encender luces, preferí apagarlas…
Amo la neblina que cubre montañas y abismos y me pongo triste cuando el Sol las ilumina* porque mi imaginación, junto con los duendes y gnomos, se descubre robada de la atmósfera misteriosa sin la cual no puedo respirar. Nada más fatal para la imaginación que la luz del medio día.
También amo la oscuridad que vive dentro de los bosques profundos y bellos de la poesía de Robert Frost, y la luz que se mete a través de las aguas inquietas de los poemas de Eliot, y la penumbra colorida de la catedral gótica, que me hace recordar las entrañas del gran pez dentro del mar: una catedral sumergida. Mi ser interior reverberea, y entonces se que vive en los bosques, en las aguas, en las catedrales sumergidas… Si las luces se encienden él huye, por descubrirse en un mundo extraño…
Datos para citar este artículo:
Rubem Alves. (2008). Cuentos: Desaprendiendo. Revista Vinculando. https://vinculando.org/documentos/cuentos/desaprendiendo.html
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