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Revista Vinculando

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Cuentos: Lagartijas y dinosaurios

Autor(a): Rubem Alves - 21 Jun, 2004
¿Cómo citar este artículo?  

Hace muchos años, las lagartijas vivían en el bosque. Sus colores eran muy variados: blancos, negros, rojos, amarillos.

Pero en una cosa eran iguales: todas eran pequeñas, eso era bueno.

Cualquier hueco del árbol les servia de abrigo.

Cualquier pedazo de hoja o cualquier mosca les bastaba para comer.

No les faltaba abrigo, no les faltaba comida.

Ser pequeño tiene sus ventajas, se sobrevive con poca cosa.

Vivía también en el bosque el hada protectora de las lagartijas. Ella era quien les decía lo que tenían que hacer cuando surgía algún problema. Y las lagartijas oían siempre sus consejos, pues sabían que el hada tenía sabiduría que ellas no poseían.

-“Es necesario tener cuidado con la serpiente”, no se cansaba de decirles. “Pues las lagartijas son la comida que más les gusta a las serpientes”.

Y con las palabras ella apuntaba a un árbol que crecía en medio del bosque con apetitosos frutos rojos que colgaban de sus ramas.

-“Ahí es donde ella vive, en el hueco de aquel árbol. Y aquellos frutos tienen el poder especial de engordar a las lagartijas que se los comen. De esta forma se transforman en comida de serpiente…”

Las lagartijas amedrentadas. Se quedaban lo más lejos posible del árbol por miedo a la terrible serpiente.

Bueno, no todas. Las lagartijas blancas, iguales en todo a las otras, tenía un cosa que las demás no tenían: eran curiosas. Se morían de ganas de ver a la tal terrible serpiente que según las palabras del hada, vivía en el hueco del árbol de los frutos rojos . y se quedaban espiando de lejos para ver como era ella.

Hasta que vieron y se sorprendieron. Esperaban una cosa enorme, que asustara, parecida a un dragón. Pero lo que salió del hueco del árbol fue una cosita pequeña de apariencia delgada e inofensiva, casi una lombriz de color café.

Las lagartijas blancas se morían de risa y vieron luego que una viborita de esas no tenía la boca para comérselas. El hada había exagerado las cosas. Y así decidieron llegar más cerca de fin de conocerla mejor.

-“Buenos días doña Cobra”, dijeron ellas respetuosamente.

-“Buenos días pequeñitas lagartijas”, respondió la cobra amablemente.

Estas palabras les impresionó: “Pequeñitas”. Nunca se habían pensado pequeñitas. A fin de cuentas, todas las lagartijas eran del mismo tamaño. En su mundo no había lugar ni para lo grande ni para lo pequeño.

-“¿Quieren comer de los frutos de mi árbol?”. Preguntó.

-“Oh, no! Eso no!” respondieron. El hada del bosque nos advirtió sobre los hábitos alimenticios de Ud. señora y nos contó que quien come de los frutos engorda y se hace comida de víbora…”

-“¿Yo, devoradora de lagartijas? ¡Ni pensarlo! Soy vegetariana. Solo como frutos de mi árbol. Ellos son mágicos. Quien se alimenta de ellos se hace bonito. ¿Quieren ver?, y con estas palabras dio una mordida a un fruto que colgaba cercano. Empezó a cambiar. La fea lombriz café se cubrió de colores hasta ponerse semejante a un pedazo de arcoiris.

-¿Vieron?, preguntó la cobra a las lagartijas estupegactas.

-“¿A ustedes no les gustaría ponerse así de bonitas? A todas las otras lagartijas al ver sus colores morirían de envidia!”

-Pero eso no es todo, continúo ella, -“el fruto rojo tiene también el poder de hacer grande aquello que es pequeño”.

Dio otra mordida y la lombriz fue creciendo, creciendo, hasta que su cuerpo se hizo del tamaño del árbol.

-“Ser pequeño! ¡Que cosa más humillante!”

Las lagartijas blancas se miraban entre sí y les dio vergüenza de su tamaño.

-“Si ustedes fueran lagartijas grandes en medio de las lagartijas pequeñas, todas las otras las mirarían a ustedes con respeto. Ustedes hablarían grueso y las otras las obedecerían. Ustedes serán las reinas de las lagartijas, por su belleza y por su tamaño.”

Las promesas de la cobra encantaron a las lagartijas. Era aquello mismo lo que siempre habían deseado. Querían ser diferentes. Querían ser más bonitas. Querían ser mayores. Por mucho tiempo habían estado convencidas de que eran, entre todas, las más sabias. Era justo por tanto, que se transformasen en reinas. Y sin mayores consideraciones, comieron del fruto rojo que la cobra les ofrecía.

Las transformaciones fueron inmediatas. Vieron los colores más lindos cubrir su iel blanquizca y sin gracia.

“Ah, como se llenaran de envidia las otras!”, pensaron.

Y su cuero empezó a crecer. Ya no eran lagartijas. Se transformaron en poderosos lagartos. “Ah, como seremos temidas y respetadas!”, imaginaron.

Se armó un gran bullicio entre las lagartijas cuando las blancas regresaron transformadas en lagartos multicolores. De la forma en que la cobra lo había previsto. Las pequeñas se murieron de envidia y de miedo. Y a todo lo que los largaros decían ellas solo sabían decir “Si”.

Claro que muchas cosas cambiaron. Un hueco del árbol ya no les servía como casa. Un pedazo de hoja o una pequeña mosca ya no les bastaba como comida. “Son las consecuencias inevitables de nuestra nueva y superior condición”, los lagartos consideraron. “Quien es mejor tiene que comer más”

Y con estas palabras se pusieron a devorar, en una sola comida, lo que todas las otras juntas no se habían comido en un año entero.

Pero no tenía importancia, el bosque era muy grande y generoso. Tendría que siempre haber flores y frutos suficientes para todos, lagartijas pequeñas y lagartos grandes.

La cobra había dicho la verdad. Los lagartos estaban felices.

Pero ella no dijo toda la verdad. Los lagartos no sabían lo que les estaba destinado.

¿Qué fue lo que la cobra no les contó? No les contó que no habría contrahechizo para la magia del fruto. Quien comía de el estaba condenado a crecer, crecer, crecer.

Pero los lagartos no se asustaron cuando percibieron que no paraban de crecer.

“Cuanto mayor, mejor…” repetían felices, al ver el espanto de las lagartijas, pequeños ridículos animales que hasta les apellidaron de “subdesarrollodas”, en comparación a su porte gigantesco. Todo parecía que se hacía más pequeño en la medida que crecían. Hasta los pinos, antes enormes, a cuya sombra se abrigaban y de cuyas hojas comían por meses enteros, ahora eran plantas minúsculas que engullían de un solo bocado: eran simples aperitivos para las comidas reales, árboles enteros que devoraban con troncos y copas.

Ahora estaban tan grandes que sus cabezas estaban mas altas que el bosque. Desde su altura veían lo que nunca habían visto: las florestas que se perdían de vista. Y se congratulaban diciendo: “No hay fin para la comida…” y soñaban en el día en que serían tan grandes que alcanzarían las nubes. Quien sabe y llegaría el momento en que se comerían la luna y las estrellas.

No, no eran ya más lagartos. Su inmenso tamaño exigía un nuevo nombre: Dinosaurios -los mayores y más poderosos animales que vivieron sobre la tierra.

Por dondequiera que iban, sus patas enormes iban aplastando todo, plantas y animales, que huían despavoridos. Su voracidad iba dejando enormes vacíos en el bosque y donde en otra hora había matorrales verdes ahora solo existía tierra árida, enormes manchas de arena, desiertos.

Pero todo lo que entra por la boca tiene que salir.

Cuando eran lagartijas sus caquitas no tenían mucha importancia. Al contrario hasta servían de abono a las plantas que se ponían más vigorosas. Las heces de los dinosaurios, mientras tanto, eran verdaderas montañas. Muchas familias de lagartijas distraídas murieron enterradas cuando un dinosaurio aventaba sobre ellas sus excrementos. Ácidos y malolientes los resultados anales
de su voracidad apestaban to
do, llenaban las fuetes, escurrían por los ríos, invadían las playas y los mares, donde los peces flotaban… muertos.

Las montañas de las heces de los dinosaurios salían vapores de memoria siniestra y de olor sofocante, haciendo al aire una nube imposible de respirar, gases venenosos que mataban a las aves y a los animales que los respiraban.

Pero los dinosaurios no paraban. En la medida que sus cuerpos crecían, también crecían sus estómagos. Crecían sus bocas. Crecía su hambre. Era inútil mirar para atrás. Miraban para adelante y avanzaban hacía los bosques que les parecía sin fin.

Tardó, pero ese día llegó. En frente, a sus costados, por todos lados, solo había tierra seca. Los bosque se habían acabado.

Su voracidad las había devorado. Y ahí quedaron los dinosaurios, con sus enormes bocas abiertas, sin tener nada con que matar su hambre. Su enorme tamaño los había condenado a la muerte.

Las lagartijas continuaban vivas. Sus cuerpos pequeños necesitaban de muy poquito para sobrevivir. Muchas pequeñas plantas que los dinosaurios no siquiera veían, desde su altura, seguían brotando. Y eso les era más que suficiente para su hambre de cada día.

Las lagartijas estuvieron presentes en la agonía de los dinosaurios. Pero no podían hacer nada. Y no tenían mucho que decir. Todos lloraban el destino trágico de aquellos que un día habían sido como ellas, pequeñas y subdesarrolladas.

Respetuosamente pusieron, sobre la tumba inmensa de los mayores y más poderosos animales que jamás existieron, un epitafio escrito en pequeñas letras y que al parecer desapareció y fue olvidado.

Sus decires rezaban:

“Murieron no por haber sido demasiado débiles, sino por haber sido demasiado fuertes”.

En cuanto a la víbora dicen que se mudó, alguien que estaba cerca de ella la escuchó hablar solita, mientras se arrastraba:

-“Si se acertó con las lagartijas, también con los hombres se acertará”.

Tradujo Jesús Ramírez F. LAGARTIXAS E DINOSSAUROS, Ediçôes Loyola, Sâo Paulo, Brasil, 1992

PRESENTE PARA LA MADRE DE UN ADOLESCENTE

Rubem Alves

Querida madre: si yo tuviera el poder de homenajearte por televisión haría cosas muy simples: sólo tomaría alguna imagen silenciosa. Quizá la piedad de Miguel Angel, o la Madre amamantando al Hijo de Picasso, o la tela de Vermeer Mujer leyendo una carta. Únicamente tomaría la imagen con la palabra “maternidad”. Te sentirías más bonita, al descubrirte bella en la fantasía de los artistas.

Pero nada de eso se ha hecho. Tu debes estar cansada de ver las ofensas que la televisión te hace, que en sus anuncios te describe como una persona vulgar y hueca: “Tenemos todo para hacer feliz a su mamá”, dice el anuncio idiota de una cadena de tiendas. Imaginen una mujer cuya felicidad es igual a un electrodoméstico. Qué felicidad tan barata la que se compra en una licuadora, un horno micro hondas, un secador de cabello. Otro anuncio dice así: “No olvide el de mayo, porque la madre se lo cobra”.

Pensando en eso fue que me resolví dar a las madres de los adolescentes el mayuor de todos los presentes posibles en un día como hoy. Yo sé cuanto sufren las madres y los padres de los adolescentes. Frecuentemente ellos me buscan con una petición: “¡por favor, ayúdenos a resolver el problema de mi hijo!”.

Ese es pues mi presente: quiero declarar, en base a la larga experiencia, que ustedes no tienen ningún problema. Olvídenlo porque no existe. Es todo imaginación. ¡Duerman bien!

¿Piensan que estoy jugando? Nunca me he puesto tan serio. ¿Qué es un problema? Tejes. De repente la línea de cadena, se careda, se hace nudo. Ahí no puedes tejer con un estambre hecho nudo. Problema, es eso: alguna cosa que perturba o impide el curso de la acción. Pero no es sólo eso. Lo que caracteriza un problema es la posibilidad de solución. Usted sabe lo que con astucia y paciencia pude hacer o no. Si no tiene solución no es problema. Es de noche. Se prepara para tejer. Descubre que el perro mordió y rompió una de las agujas. Ahora tiene sólo una aguja. No hay manera de tejer con una sola aguja. Fue interrumpida su acción, pero no hay problema, por más que piense no hay forma de tejer con una sola mano. Entonces deja el estambre a un lado y se pone hacer otra cosa.

Así es la adolescencia: ella no es problema por la simple razón de que, por más que usted piense, no hay solución.

Le voy entonces a decir a usted dos consejos definitivos para lidiar con su hijo o hija adolescente.

Primero: no haga nada. No intente hacer nada, todo lo que usted hiciere siempre estará equivocado. No se meta. No diga nada. No de consejos.

Eso puede parecer totalmente irresponsable. El amor de los padres dice a estos lo que deben intentar, en el límite de sus fuerzas, para ayudar a sus hijos. De acuerdo. Sólo que hay situaciones en que, si usted intenta ayudar, va a entorpecer. Jay W. Forrester, profesor de administración del Massachussets Institute of Technology, sacó una ley para las organizaciones, que dice lo siguiente: “En situaciones complicadas, esfuerzos para mejorar las cosas frecuentemente tienden a empeorarlas, algunas veces empeorarlas mucho y en ciertas ocasiones las vuelven una calamidad”. Me imagino que el profesor descubrió esa ley al lidiar con su hijo adolescente. Pues es exactamente eso lo que pasa.

Muchos siglos atrás el Taoismo llegó a la misma conclusión. Está allá dicho en su libro sagrado, el Tao Te Ching: “El tonto hace cosas sin parar, y todo queda por hacer. El sabio nada hace para que todo lo que debe ser hecho se haga”. Para el Taoismo la suprema expresión de la sabiduría es contenerse de la tentación de hacer.n o haga. Sólo mire de lejos. La vida tiene su propia sabiduría. Quien intenta ayudar a una mariposa a salir de su capullo la mata. Quien intenta ayudar al retoño a salir de la semilla lo destruye. Hay ciertas cosas que tienen que darse desde adentro hacia fuera.

Porque el adolescente si es que usted no se ha dado cuenta de esto, no está interesado en hacer la cosa correcta; él está interesado en hacer sus cosas. Ahora, si usted le dice lo que es razonable eso razonable pasará a ser cosa del padre o de la medre. Hacer la cosa correcta, entonces, será confesar una condición de dependencia e inferioridad, lo que es impensable e insoportable para el adolescente. Entonces él se sentirá obligado a hacer lo contrario.

Me acuerdo de la madre de una adolescente de trece años que se lamentaba: “Las alternativas eran claras. De un lado una opción buena, racional, razonable. Del otro una competa idiotez. Escogió la idiotez. ¿por qué? Yo le contesté: Porque usted le dijo lo que era razonable. Si usted nada le hubiese dicho, cabría la posibilidad de que ella escogiese una de las dos. En el momento en que usted dijo que su opción era la primera, ella fue obligada a optar por la segunda”.

Segundo: quédese cercas, para juntar los pedazos. Los pedazos cuando no son fatales pueden tener un efecto educativo. En verdad da nada vale ponerse ansiosa, quédese despierta, ponerse agitada. Esos estados en nada van a alterar el rumbo de las cosas. El adolescente, la adolescente es una entidad que escapó de su control.

La ilusión de que hay algo que puede hacer nos pone ansiosos por no saber lo que es ese algo. En el momento en que usted percibe que nada se puede hacer, la tranquilidad vuelve. Ahí usted queda libre para hacer sus cosas. No permita que la locura de su hijo adolescente se vuelva contra usted. Vaya al cine. Váyase a pasear con su marido. Muéstrele a los adolescentes que ellos no tienen el poder para destruir su vida. No pierda inútilmente una noche de sueño. Recuerde que los adolescentes en sus fiestas, ni siquiera se acuerdan de que us
ted existe. Duerma bien Feliz día de las madres.

Tradujo Jesús Ramírez F., MCCLP, México, Mayo, 1996. Correo Popular, Campinas, Brasil.

Datos para citar este artículo:

Rubem Alves. (2004). Cuentos: Lagartijas y dinosaurios. Revista Vinculando, 2(1). https://vinculando.org/documentos/cuentos/lagartijas_dinosaurios.html

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Comentarios

  1. miriam dice

    5 Mar, 2009 en 10:37 pm

    hola! por que no dice que comen las lagartijas si eso es lo que yo pregunte? si eso es lo que tiene que haber eehh? bye

    Responder

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