Ella estaba feliz. Vivía en un lugar lindo. Había árboles, empastizados, ranchos y caballos, vacas, patos, guajolotes, gallinas. La comida no faltaba. Y tenía muchos amigos.
Ahora iba a ser madre. Su barriga estaba enorme. Mal podía andar. Pero las visitas no paraban, todas deseándole buena suerte.
-Nuestra Señora del Buen Parto le de buena hora, decían al despedirse.
Era como si todos estuvieran embarazados junto con ella…
Hasta que una noche de luna llena, se dio cuenta que la hora había llegado. No, no iría a ninguna maternidad. Ni necesitaría de médico o de partera. Se sabía cuidar solita. Así fue como su madre, como su abuela su bisabuela… todas habían tenido muchos lechoncitos sin problemas.
Eso es, Gertrudis era una puerca…
*****
De mañanita la noticia ya se había extendido.
El gallo cantaba en lo alto de una rama:
-¡Los puerquitos nacieron..!
y las gallinas de angola añadían:
-Son nueve, son nueve, son nueve…
La animalada vió todo. Aquella escena ya la había visto decenas de veces. Pero nunca se cansaba de verla de nuevo.
Los lechoncitos, con sus bocas pegadas a las tetas, se sentían ciertamente en el cielo. No sabían nada del mundo. Ni de la madre. Nada sabían de sí, pero sabían que aquello era bueno.
Todos igualitos. Bueno, no todos. El burro, discreto observador, notó en la hilera de rabitos enredados como resorte, había uno parado como una hasta.
Los puerquitos, está claro, no se deban cuenta de eso.
Sólo eran boca. Sólo les interesaba mamar. A pesar de que sus ojitos aún estaban cerrados. No podían ni comparar ni percibir las diferencias. Estaban todos felices.
Pero el tiempo pasó. Los ojitos se abrieron. Y sucedió que, cierto día, uno de ellos se dio cuenta de aquello que el burro había notado.
-Vean eso, -dice espantado-. Lili es diferente. Nosotros tenemos rabos enroscados, ella lo tiene paradito.
Si los rabos enroscados son mejores que los parados, fue asunto que nadie discutió. La única cosa que importaba era que había ocho iguales y uno diferente. Y de repente había ocho pares de ojos mirando el rabito de Lili.
Y eso duelo mucho, porque todos queremos ser iguales: hablamos cosas parecidas, tenemos sonrisas parecidas, comemos cosas parecidas, vestimos ropas parecidas. Y gustamos de pertenecer a grupos de personas que se parecen: clubs, ligas de fútbol, iglesias, escuelas…
Quien no pertenece al bando de los iguales queda fuera.
Y quien queda fuera tiene vergüenza.
Se esconde.
Lili quedó así. No quería más jugar. Se quedaba solita, en casa, sentadita sobre su rabito, pensando en el rabito, con rabia del rabito.
De noche rezaba:
-Papá del cielo, dame un rabito enredadito…
Pero parece que papá del cielo pertenecía al equipo de los ocho, pues nada hacía para ayudar a Lili.
Hasta que ya no aguantó y le lloró a su mamá:
-Yo… yo quería tener un rabito enredadito, ser como los otros -ella sollozó.
-¿Para qué sirve un rabito enredadito?
-Le preguntó la madre.
-Sirve para ser mirado y para que digan los demás que es igual. Respondió ella.
Doña Gertrudis resolvió tomar providencias. Comenzó por modificar la dieta. Si el cuerpo está hecho con las cosas que comemos, pensó ella, entonces si comemos cosas enredadas y que den vueltas entonces el rabo se enredará. Y Lili pasó a comer botones de pasiflora, chayotitos, rebanadas de cebolla, y si los caracoles no hubiesen huido, habrían sido transformados en sopa.
Pero nada se ganó. La comida no modificó al rabillo:
Seguí parado como siempre.
Doña Gertrudis entonces se dedicó por apelar a la sabiduría de las comadres que le enseñaron con simpatía: untar el rabo con jugo de enredaderas, mezclado con sebo de boa derretido, enredado en un palo torcido y amarrado con bastante bejuco.
-Lo que hará efecto será, dicen ellas, las vueltas de las enredaderas, lo enroscado de la boa, las curvas del palo, lo trenzado del bejuco. Apretadita y bien enredada, no hay cosa recta que resista…
Y así lo hicieron. Por ocho días, porque “8” es el número más lleno de curvas. Y a la hora de cortar el pelo, a las “6” de la tarde, porque el “6” se parece al rabo enredado del puerco. Por atrás todo aquello se veía torcido (un enredijo que la “banda” había ayudado a torcer, eso era lo importante). Todo mundo estaba a la expectativa. Y fue el triunfo: el rabito se quedó enredadito. Sólo que nadie sabia que era porque el cebo de boa aún estaba duro. Bastó que Lili saliese saltando de alegría para que el rabo se calentara con la circulación de la sangre y el cebo se derritiese y lo enroscado se parara…
Lili se fue a dormir sollozando.
Doña Gertrudis resolvió abandonar la superstición de las simpatías y apelar a la ciencia. Si existe un medio técnico para enchinarse el cabello que nació lacio, ¿por qué no se podrá hacer la misma cosa con un rabito de puerco?
Al día siguiente, madre e hija fueron las primeras en llegara l salón de belleza.
-Un permanente en el rabito de Lili. -Dice doña Gertrudis, decidida.
El estilista ni discutió. Puso a Lili sentada en posición extraña, con las pompis para arriba y la tapó con el aparato eléctrico. El resultado fue espantoso: el rabo apachurrado, enredado, medio asado… pero cualquier sacrificio se hace para ser cono lo otros…
Regresaron las dos, triunfantes, a la casa. Lili sacudiendo orgullosamente su rabito nuevo, sin aguantarse las ganas de exhibirlo a sus hermanos de lejos ella oyó su gritería: jugaban en un charco de agua. No tuvo dudas. Salió disparada y saltó adentro queriendo decirles:
-Vean mi rabito, igual al de ustedes…
Pero no le dio tiempo.
El agua acabó con todo, deshizo el permanente y el rabito se paró de nuevo.
Fue entonces que doña Gertrudis oyó hablar de una nueva forma de hacer las cosas, Doña Arara, multicolorida, de habla fácil, decía que todo es una cuestión de cabeza. Y filosofó diciendo que todo lo que está torcido se ordena con pensamientos rectos, y que todo lo que es recto se dobla con pensamientos torcidos.
-Lo que importa, decía el papagayo, son los pensamientos positivos. Los pensamientos positivos tienen fuerza. Por tanto, concluyó, si Lili tuviere fuerza de voluntad (esto es muy importante) y diariamente pensara sólo en su rabo enredado, acabaría por obedecer el rabo lo que la cabeza le manda.
Comenzó entonces para Lili un régimen nuevo. No de comidas, sino de ideas, sentada frente a doña Arara que le hacía largos y encrespados trinados:
-Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrtaco-tataco, prrrrrrrrrrrrrtaco-tataco…
-Pero Lili se cansó, desconfió, se retiró…
El tiempo pasó sin novedades.
Hasta que una cosa nunca vista sucedió. Llegó a la hacienda un circo, con payasos, equilibristas, magos y trapecistas, algodones de dulce y palomitas de miel y de sal. Fue la mayor alegría y en aquellos días se olvidaron todas las tristezas y la animalada sólo hablaba del mundo maravilloso del circo. Hasta la misma Lili se olvidó de su rabito parado.
-Pero, qué pena, las cosas buenas no duran para siempre. Se fue acercando el momento en que el circo se iría, y aún antes de la hora todos ya sentían nostalgias (saudades).
Llegó la hora de decir adiós.
Pero, ¡Oh sorpresa!, en medio de la última función, el dueño, con el habla enredada, anuncio una cosa que nadie esperaba:
-¡Respetable público! Nuestro circo necesita dos jóvenes que deseen hacerse artistas, que estén dispuestos a recorrer el mundo para hacer felices a las personas. Mañana, muy de mañana, entrevistaré a los candidatos de esta hacienda, si los hubiere…
Se hizo un desbarajuste. Los hermanitos de Lili fueron los primeros de la fila. Sonreían de la fila, a
gitando sus rabitos enredado
s. Lo cierto es que reían con la cara porque reían con el rabo. Para ellos no había en el mundo nada que fuese más bello que un rabito enroscado. (Y dígase de pasada que ellos no eran lo únicos que pensaban así. Hay muchas personas que se pasan toda la vida enamorando a su propios rabos. Y es por eso que no visualizan muy lejos…)
El dueño del circo examinaba a todos atentamente. Hasta que se paró delante de uno de ellos dijo:
-Este es el primer escogido. Perfecto para un payasito. Este rabito enredado provocará las risas de todos.
Se detuvo pensativo.
-Pero no veo a nadie que sirva para trapecista, a alguna muchachita… Los trapecistas viven sobre le peligro, saben que la vida no es payasada chistosa, ni que todo es risa. Nunca miran para su propio rabo, para atrás, sino siempre para adelante. Quien mira para atrás cae sobre el abismo y muere… Ellos tienen el rostro diferente, una sonrisa que no es risotada, mezclada con un poquito de tristeza. Es por esa razón que los otros los aman de un modito diferente: ellos se ríen del payaso, pero vuelan con el trapecista. A un trapecista lo conoce la gente por la manera de mirar…
Lili estaba lejos, no se puso en la fila. Sabía que no sería escogida. Escuchaba. Y pensó: “De hecho, yo no sería una buena payasita. Pero como me gustaría ser una trapecista”.
El dueño del circo miraba a su alrededor, buscando a alguien. Y sus ojos se encontraron con los de Lili.
-Muchachita, venga acá. ¿Qué es lo que usted tiene en los ojos? Parecen ojos de trapecista. ¿No desearías serlo?
-Pero… mi rabito, dice ella casi pidiendo disculpas.
-¿Quién se fija en eso? Quien tiene el rabito enredadito se pasa todo el tiempo mirando o para atrás o para el espejo, pero quien no lo tiene mira hacia el frente, para arriba, hacia el vacío. Eso es lo que hace bellas a las personas: no lo que tienen sobre la piel, sino lo que tienen dentro de los ojos…
Lili sonrió y dijo que sí.
Se transformó en la trapecista de los ojos tristes, la que todos amaban. Y nunca más se preocupó de su rabito.
“Y NO PERCIBES QUE LO QUE AMAN EN TI ES EL BRILLO DE ETERNIDAD EN TU MIRAR?”
(NIETZSCHE)
A porquinha de rabo esticadinho
Ediçôes Loyola, SP, Brasil, 89.
Datos para citar este artículo:
Rubem Alves. (2004). Cuentos: La puerquita de rabo paradito. Revista Vinculando, 2(1). https://vinculando.org/documentos/cuentos/puerquita_rabo.html
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