La crianza de los hijos requiere un despliegue de esfuerzo, energía, aprendizaje y cambio de hábitos y actitudes de parte los padres, y más aún modificar los tiempos y espacios de ocio, recreación y descanso, también la postergación de las metas o proyectos a nivel académico o laboral.
Quizá es por esta razón que en la actualidad la tasa de natalidad ha disminuido significativamente, comparada con años anteriores, según estadísticas del Dane (DANE, 2017), la proyección de población ha reducido año tras año el margen de diferencia, pero a diferencia del decrecimiento de la natalidad, las responsabilidades van aumentando en la crianza con la aparición de nuevos dilemas y conflictos en la sociedad, a los cuales los hijos se deben enfrentar en su entorno.
Esto requiere de atención y cuidado de los padres, y red familiar extensa (paterna y materna), de unas adecuadas pautas de crianza en el hogar, comunicación asertiva, y otras habilidades sociales que se deben tener en cuenta.
Este es el reto, educar a un hijo que sea capaz de enfrentarse a las dificultades y las problemáticas existentes para la infancia y adolescencia en la actualidad, y desde luego el papel determinante lo tienen los padres, sin embargo existe una dificultad que he podido evidenciar en el ejercicio profesional, y es que los padres tratan de saldar una deuda que creen tener con sus hijos, ante la ausencia de ciertos beneficios o privilegios que como padres no tuvieron en la infancia.
Es común escuchar en los padres “yo hago el esfuerzo de darle a mis hijos, lo que yo no tuve”, y bajo esta premisa se desbordan en darles a sus hijos todos los beneficios posibles, y esto incluye juegos, videojuegos, lujos y demás accesorios posibles que crean necesario para que sus hijos se sientan a gusto, sin importar los efectos que estos puedan tener en el desarrollo de su comportamiento.
Es frecuente encontrar padres que desde los primeros años priorizan en sus gastos domésticos los mejores accesorios posibles para sus hijos, sin tener un límite para caprichos, impulsos o requerimientos que hagan, debilitando la capacidad de afrontar una frustración.
El papel del padre en la crianza se ha desligado en buena medida de orientar, controlar y dirigir adecuadamente las conductas de los hijos.
En vez de eso, dejan de lado en algunas ocasiones sus responsabilidades, se privan de sus pequeños gustos, por dar en gran medida cabida a las extravagancias de sus hijos, dándoles un empoderamiento, “su majestad el hijo” (FREUD, 1914) en su máximo esplendor.
Esto se liga a la costumbre de no poder dar a sus hijos una negativa a sus exigencias, siempre escudándose en la premisa que desean darle a sus hijos lo que ellos como padre no tuvieron, pretendiendo pagar una deuda que los hijos no pretenden cobrar.
Y es bajo este mismo argumento, que como hijos tuvieron una infancia alejada de lujos y posibilidades, sin contextualizar que las condiciones sociales y culturales son diferentes, han evolucionado, la infancia de generaciones anteriores estaba marcada por familiar nucleares, y un número significativo de hijos en el hogar, mientras que en la actualidad los hogares tienen tendencia creciente a ser hogares con uno o dos hijos como máxima expectativa familiar, y una propensión a terminar en crianza monoparental o recompuesta, por la poca expectativa de mantener relaciones formales y/o solidas.
Como consecuencia de la transformación de estos estilos de crianza del tiempo de infancia en los padres, a la actual de los hijos, dejan coger alas a comportamientos nocivos en los hijos, que varían desde groseras, imponentes, irrespetuosas e intolerantes, pagan una deuda muy alta que los hijos no piden ser pagada, sin tener en cuenta que las costosas consecuencias las pagaran los hijos.
Las consecuencias de no poner freno en los hijos terminan en dificultades de adaptación de los hijos en los diferentes contextos, porque una vez que se permite la manifestación de un comportamiento en el infante, el padre no va a tener argumento válido para contradecirse, sería como desautorizarse a sí mismo ante sus hijos, y su autoridad perdería vigencia en la crianza.
Ccomo resultado se ven menores en espacios públicos gritando a los padres, exigiendo y hasta manoteando a los padres para que den satisfacción inmediata a sus pedidos, o de lo contrario hacen rabietas para cumplir su objetivo, sin que el padre pueda poner freno, o en el peor de los casos, no intentan siquiera controlar esos impulsos agresivos.
En definitiva, no saben decir no a sus hijos, sin ser conscientes que entre más crece el hijo, las exigencias serán mayores, y desde luego, las problemáticas en mayor dimensión.
Es por esto necesario que los padres reflexionen sobre el rumbo que le están dando a su papel como tutores de sus hijos, que se interroguen, si realmente son padres o proveedores y servidores de “su majestad”.
El amor de padres debe comprender que para una sana crianza en diversas ocasiones tendrá que decir no a sus hijos, así se enojen, pero para eso deben borrar de su pensamiento que tienen que pagar una deuda que viene de su infancia y que sus hijos deben cobrarla.
Eso es un pensamiento equivoco, los hijos no están reclamando esa deuda, por el contrario están quitando a sus hijos la oportunidad de desarrollar habilidades y capacidades que se dan cuando se enfrentan a dificultades, ante una dificultad, surge un nuevo talento, y ante ese talento, la oportunidad de crecer como persona. Y eso es el objetivo que deben perseguir los padres al desarrollar la crianza de sus hijos.
Hernán David Romero Reyes, Psicólogo en Colombia. T.P 118913.
Correo: [email protected]
Datos para citar este artículo:
Hernán David Romero Reyes. (2018). Dar o maleducar a los hijos, el difícil punto medio. Revista Vinculando, 16(2). https://vinculando.org/psicologia_psicoterapia/dar-o-maleducar-a-los-hijos-el-dificil-punto-medio.html
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