Me encantaba cuando íbamos solos al cine. Mi compañero invidente y yo siempre asistíamos a primera hora aprovechando que el niño estaba en la escuela. Las primeras funciones empiezan a las once treinta o doce del día. Así que el plan acostumbrado era desayunar en el restaurante de junto molletes y jugo de naranja antes de ver la película.
No existe una tarifa especial para personas con discapacidad visual, así que pagábamos por el boleto de Marcos, lo mismo que por el mío. Es verdad que él ocupa una butaca como todos, pero a esa hora éramos los únicos dentro de la sala por lo que no le quitábamos el lugar a ningún cliente. Además, para Marcos no es posible disfrutar de la experiencia total del cine, es decir, no percibe el impacto visual, que es de lo que se trata en su mayoría presenciar películas en mega pantallas. A pesar de eso, él lo disfruta mucho, se deja llevar por la banda sonora y por mis descripciones o las de su acompañante. En contraste con otros países como España, sospecho que en México no se ha pensado en ofrecer una tarifa exclusiva para personas ciegas debido a que no consideran siquiera que los invidentes asistan al cine.
El horario matutino siempre nos convenía pues al estar vacías las salas, no molestábamos mientras nos intercambiábamos comentarios, emociones, preguntas y descripciones. Hubo una ocasión en que fuimos en un horario concurrido y hacíamos un tremendo esfuerzo por no incomodar a nadie. Yo le hablaba a Marcos tan cerca que mi voz casi no tenía volumen. Cuando él me decía algo yo tenía que voltear para que él pudiera preguntarme directamente en el oído. Ese día también, tratábamos de ignorar la plática y risas de una pareja sentada detrás de nosotros, lo que nos dificultaba la comunicación. Llegó un momento en que era imposible, pensamos para los demás también, evitar escuchar a los gritones conversadores. Les dije amablemente que mi pareja no veía y era muy difícil para él atender a la película escuchándolos hablar tan fuerte. Esperando indiferencia de su parte, les pedí que bajaran el volumen. Cuando me senté de nuevo, Marcos estaba muerto de pena, pero finalmente ellos dejaron de hablar y pudimos continuar viendo la película.
Cada vez que fuimos al cine, yo procuraba que las descripciones que le expresara fueran las que él no podía percibir a través del diálogo o el sonido ambiente, como la hora del día, si estaba nublado o mojado por la lluvia, si se mostraba un pueblo, las vías del tren o un departamento; cómo estaban vestidos los personajes y acciones que carecían de expresión oral pero que comunicaban algo como la mamá que se queda dormida junto a su hija durante el vuelo.
Algunas veces me parecía que la descripción que le hacía era lenta. Había muchos aspectos que transmitir en poco tiempo. Tenía que explicar primero al personaje al que me estaba refiriendo y luego su acción. Y es que los personajes no necesitan nombres, el espectador los identifica por su rostro o por lo que hacen. Justo ahí, era donde yo decía “el que quiere comprar la pintura” o “la de la falda que estaba en el bar”, cada vez que quería decirle algo sobre ese personaje. Incluso, me pasaba que la historia cambiaba y ya no era “el que quiere comprar la pintura” sino “el que parecía que quería comprar la pintura”.
Ahora que lo pienso, podría haber sido más práctica y la segunda o tercera vez que hablara sobre el dichoso personaje, podría haber mencionado tan sólo “el comprador” o “la del bar”. Sin embargo, la historia empieza a correr y no se detiene, cada diez o veinte segundos aparece algo nuevo para describir. Yo debía estar al pendiente de percibir esos detalles, formular una descripción, decirla rápidamente y de nuevo: percibir, formular y decir. Por ello creo que no me daba tiempo de cambiarla por una mejor. Además, nuestras salidas al cine no eran tan frecuentes y no pretendía convertir la experiencia en una acción profesional para mí, sino simplemente ir a disfrutar una película con él, compartir la botana y sentarnos muy cerca para poder escuchar todo lo que nos decíamos.
Una vez nos llegó una invitación para una muestra de cine narrado para ciegos dentro de un centro especializado. Tratando de acercarnos a nuevas opciones, fuimos y entramos a la función que duraría unos diez o quince minutos. Era una habitación pequeña en donde cabían sentadas más o menos unas veinte personas. Para comprender la experiencia nos pidieron a todos que cerráramos los ojos. En una televisión mediana corrieron una película DVD en idioma español (de España) y había un narrador en vivo. Él iba mencionando y describiendo cómo se presentaban los créditos iniciales y aprovechaba el espacio entre un diálogo y otro para describir el ambiente y detalles. No lo hacía de forma improvisada, leía un texto, me lo parecía. Al terminar, y a pesar de lo regular del guión, me quedé con una sensación agradable, me pareció una idea muy buena, funcional y viable. Lo que encuentro inconveniente es que no es en una sala de cine, por lo que la calidad del sonido evidentemente no es la misma, sólo se pueden ver películas que tienen varios meses de haber salido de las salas y que tengan incluido en el menú, el doblaje en idioma español.
Este sistema se llama audio descripción, investigué después, que se ha comenzado a implementar en países como España y Alemania; en México, leí que está haciéndose un esfuerzo por ofrecerlo en el Festival Internacional de Cine Expresión en Corto. Sería genial que implementaran permanentemente esta dinámica en las cadenas de cine en México, con audios de narración grabados y que las personas ciegas tuvieran acceso a ellos mediante audífonos cuando asistieran, ya sea con sus acompañantes normo visuales[1] o invidentes. Ambos podrían ir juntos a vivir una misma experiencia con sus propias circunstancias.
Recuerdo otro día que fuimos a ver una película de suspenso, había momentos en que yo suspendía la descripción y me quedaba callada sin darme cuenta esperando a ver qué pasaría. Marcos no tardaba en interrumpir el silencio con cierta desesperación: “Ay Andrea, ¡ya dime qué está pasando!”. A mí me daba un poco de risa al reaccionar y darme cuenta que el silencio para él es como una imagen negra para mí a mitad de la película. Después de reír, yo trataba de retomar la descripción mientras al mismo tiempo intentaba comprender la historia. Ciertamente no era un tiempo para relajarse pero aunque requería un esfuerzo adicional, era un momento para nosotros dos, nos emocionábamos y dejábamos que la fantasía nos provocara emociones reales. En definitiva me encantaba cuando íbamos juntos al cine.
Notas:
* Texto y fotografía
[1] Normo visual. Término empleado en el área de la discapacidad visual para nombrar a las personas que cuentan con visión considerada como regular.
Datos para citar este artículo:
Andrea Murguía Monsalvo. (2010). A ciegas fuera de casa. Revista Vinculando, 8(2). https://vinculando.org/articulos/a_ciegas_fuera_de_casa.html
Deja un comentario