Cuando era niña me emocionaba mucho pensar en dos fechas: mi cumpleaños y Navidad; en ambos casos me entusiasmaban los regalos, el jolgorio.
Los recuerdos más detallados y abundantes están en las fiestas en casa de mi abuela paterna, los adultos solían intercambiar dones sin incluir a los niños porque a todos les gustaba regalarnos muchas cosas; bajo el árbol siempre hubo muchos obsequios con envolturas brillantes acumulados durante el mes; aquellas nochebuenas eran especiales, sólo entonces lográbamos reunirnos todos: desvelarnos, abrir regalos, brindar con sidra, encender bengalas, abrir muchos regalos, comer de más y participar en la plática de los adultos y… abrir más regalos.
Por otro lado, en casa de mi abuela materna, bastante más concurrida, la tradición era por completo distinta. Mi abuelo, carpintero, siempre estaba de este lado de la puerta, junto a José, acompañando el desconsuelo de María por no encontrar posada; ahí era de cantar la letanía entera para ganar el derecho de dejar el pesebre, revivir el nacimiento por demás amoroso (sin intervención médica ni aterradores e inhumanos procedimientos de rutina), “arrullar al niño”, besarlo y tomar una colación para después, entonces sí, comenzar la fiesta como los peces que en el río bebían y bebían y volvían a beber.
No tengo claro cuánto tiempo habrá sido así, pero en algún momento entró en función una sana costumbre: “ni en tu casa, ni en la mía” y entonces mi núcleo familiar huía a alguna playa a celebrar otros motivos.
Mi hermano y yo nos preguntábamos por qué santaclós se empeñaba en permanecer tan abrigado si unas bermudas le vendrían mejor, pero nunca reparamos en la ausencia de nacimientos o motivos religiosos en aquellos puntos turísticos.
Más tarde, comencé a interesarme por el significado de la Navidad. No podía sólo tratarse de fiesta y despilfarro, de perderse en la vorágine consumista fomentada por la publicidad, ni de la hipocresía en los abrazos obligados y buenos deseos fingidos a quienes en realidad no queremos o ni siquiera conocemos; su trasfondo debía relacionarse con aquel sentimiento infantil de la emocionante espera, del corazón que miraba al futuro y tanto amor por venir.
El nacimiento de Jesucristo hijo de Dios, es una fiesta muy importante para todos los cristianos, pero no nada más para ellos; esta época está poblada de símbolos y por eso incluso los “no creyentes” festejamos.
A decir de la historia, Jesús era la encarnación de una promesa, sin embargo, tras 2000 años, y después de tantas fusiones, nos quedan las coincidencias, los puntos de encuentro, de comunión.
La clave está en el cielo: el astro rey nace en el solsticio de invierno y con él resurge la esperanza, el futuro que promete abundancia; el sol se abre paso en el día más corto del año y comienza a ganarle terreno a la noche.
Algunas esferas de la vida se detienen, vacaciones laborales o escolares, y nos permiten bajarle el ritmo a la cotidianeidad, regalarle un poco de tiempo a la reflexión, al análisis personal.
Ya sea por Jesús, Apolo o Huitzilopochtli, casi todos celebramos con cenas y candelas la unión familiar, la prosperidad, el retorno de la luz, la fertilidad, a los ancestros; el inicio del invierno sirve para hacer una pausa, elaborar un balance sobre el año que termina y replantear el camino; compartir con nuestros seres amados los frutos de un ciclo a punto de cerrarse para invitar a uno nuevo; en este momento elegimos las semillas que habremos de sembrar antes de las primeras lluvias primaverales para enfrentar el siguiente invierno.
Y así, a estas alturas, tras muchos años siendo “grinch” (como tantos), me descubro llena de ilusión; el espíritu navideño crece en mí a la par de mis hijas y ya no me resisto. Con ellas la casa se inunda de alegría, esperanza, necesidad de arraigar tradiciones que nos brinden un pasado feliz.
Si he de inculcarles algo, opto por la familia y el amor, por algún obsequio como símbolo del esfuerzo sostenido a lo largo del año; por no dividirnos entre los suyos y los míos, sino ofrecer esta casa para deleitar a los nuestros. Opto por seleccionar con mi familia las semillas con las que habremos de enfrentar las crudezas del próximo ciclo.
Datos para citar este artículo:
Ketzalli Torres. (2018). Navidad: el nacimiento del sol. Revista Vinculando, 16(2). https://vinculando.org/articulos/navidad-el-nacimiento-del-sol.html
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