El comercio justo nació en un contexto de fuertes caídas en los precios internacionales del café, donde los pequeños cafeticultores se encontraban poco organizados y por ello sujetos a las condiciones que les imponían los intermediarios y usureros locales, quienes a su vez estaban vinculados a empresas nacionales y extranjeras que usufructuaban dicha crisis con ganancias anuales récord, mientras el nivel de vida de los pequeños productores disminuía sistemáticamente.
Esta iniciativa busca al mismo tiempo luchar contra la situación ya mencionada, pero también crear un cambio en los patrones existentes de ayuda internacional, donde se privilegiaban las donaciones de los países desarrollados hacia países en desarrollo, y que convertía a estos últimos en sujetos pasivos, dependientes de los apoyos que pudieran llegarles del exterior.
El éxito del nuevo esquema de comercio justo radica en que logró combinar las intenciones del comercio alternativo o solidario con los principios y mecanismos de los mercados comerciales convencionales; es decir, distribución masiva, juego de oferta y demanda, calidad y formalidad de relaciones comerciales entre vendedor y comprador.[1]
Esta iniciativa significó entonces un cambio importante que por un lado fomentó el trabajo organizado de los pequeños cafeticultores individuales en forma de empresas sociales, dándoles una razón clara para unir sus esfuerzos en torno de un objetivo común que de otra manera no habrían podido alcanzar por separado. Además de ello, convirtió a los productores en sujetos activos en su propio proceso de transformación, dejando atrás la etapa de ayudas unilaterales para entrar en otra de colaboración, interés y respeto de todas las partes involucradas, siempre en un contexto de libre mercado.
De esta manera las empresas sociales tuvieron, muchas por primera vez, la oportunidad de ver el fruto de sus esfuerzos reflejado en mejoras en su nivel de vida. Como resultado del trabajo de campo, en este sentido se observó que tal situación no sólo se debió al incremento en las ganancias por la venta de su café, sino también porque la iniciativa de comercio justo creó un ambiente propicio para que existiera un cambio en la actitud de los propios productores, quienes empezaron a ser tomados en cuenta dentro y fuera de sus países de origen, empezaron a ser visitados por curiosos turistas e incluso fueron invitados numerosas veces para exponer de viva voz sus experiencias en foros y eventos internacionales.
Esta situación incluso se mantuvo durante momentos muy difíciles en los que intermediarios, autoridades y usureros locales respondieron violentamente a los intentos emancipadores de los campesinos. En el caso de UCIRI, las represalias variaron de la ponchadura de llantas al abierto asesinato de líderes comunales y otras personas. En nuestra experiencia, los intentos por liberarse de los coyotes derivados únicamente del aumento en las ganancias monetarias habrían sido asfixiados con relativa facilidad si los pequeños productores no se hubieran sabido apoyados y acompañados por diversos grupos dentro y fuera de sus comunidades.
Durante las visitas de campo a la cooperativa Tosepan también pudieron escucharse testimonios de los mismos comportamientos por parte de los intermediarios locales en esa región, e igual que en el caso anterior, la unión de los miembros de la cooperativa, junto al apoyo de instancias externas, lograron finalmente que la organización se fortaleciera y ampliara su influencia hasta contar, en 1999, con aproximadamente 5,800 asociados en cinco municipios de la región, quienes no sólo trabajan con proyectos relacionados al café, sino también con la diversificación de cultivos, proyectos de traspatio, panaderías, tortillerías, etcétera.
Los pequeños productores, a través de la iniciativa de comercio justo, también lograron dar visibilidad a los problemas sociales y económicos por los que atraviesa la inmensa mayoría de la población rural de México y otros países, en tanto la situación de baja en los precios de compra de las materias primas, la intermediación excesiva, la usura a diversos niveles y la explotación en general, no son privativos de la actividad cafetalera, sino que se presentan en prácticamente todo producto agropecuario.
Siguiendo a Odile Albert, uno de los mayores beneficios del comercio justo se observa por el inicio de un proceso de toma de conciencia de los actores relacionados, especialmente entre los pequeños productores, respecto de su papel e importancia en la sociedad, y en segundo plano por las ganancias derivadas de operaciones comerciales. “Si el comercio justo no puede hacer un contrapeso significativo a las injusticias del comercio internacional hacia los pequeños productores del Sur, su impacto educativo y político es importante”.[2]
Por otra parte, una de las limitantes que el comercio justo presenta para los pequeños productores es que el mayor precio pagado por el café no se aplica a toda la producción de las empresas sociales participantes, sino a un porcentaje variable que en los mejores casos oscila entre 40 y 57%[3], por lo que al final de la cosecha deben promediarse los ingresos obtenidos del mercado justo con aquellos del mercado convencional, para luego repartirles entre los cientos o miles de socios y además dejar un pequeño remanente para los gastos propios de la organización campesina.
En este sentido UCIRI, una de las organizaciones modelo que participan del mercado justo hizo el siguiente cálculo: gracias al mejor precio de café, los ingresos de los campesinos cafetaleros de Chayotepec, así como de los otros pueblos montañeses [de la región del Istmo en Oaxaca], han aumentado hasta 2.00 dólares por día. Una mejora considerable, respecto de los 80 centavos de dólar de antaño. Pese a ello, el campesino indígena sigue percibiendo un jornal muy por debajo del sueldo mínimo que en [la Ciudad de] México es de 3.30 dólares por día.[4]
Por otra parte, el desarrollo de la iniciativa de comercio justo tiene como una de sus áreas de trabajo a futuro el involucrar con mayor intensidad a los pequeños productores en el desarrollo de sus empresas sociales y sus comunidades. En este sentido Cristina Renard afirma, y en las visitas de campo realizadas se pudo confirmar, que todavía son numerosos los productores de algunas organizaciones inscritas en el registro internacional de FLO que no están concientes del sitio que ocupan dentro de la red de comercio justo, limitándose a entregar su café a la organización porque de ella obtienen un mayor pago por el aromático, mientras que en tiempo de bonanza se encuentran tentados a vender su café a los coyotes locales, deshonrando los compromisos con sus organizaciones.
Es claro que las carencias estructurales que estos grupos sociales viven les dificulta realizar una planeación a mediano o largo plazos, o pensar en sacrificar sus ganancias presentes por un futuro que ven con algún grado de desconfianza. En ese sentido, sería importante involucrar más a los campesinos en el trabajo organizativo, de administración y de contacto con otras instancias y personas, de manera que poco a poco observen el impacto de su trabajo tanto en sus comunidades como en mercados distantes.
No obstante lo anterior, se debe reconocer que aún el limitado avance que se ha tenido respecto a la toma de conciencia por parte de los representantes y técnicos de la organización, es ya un primer paso que dentro del sistema convencional habría sido impensable.
En lo referente a los créditos que deben otorgarse a los pequeños productores, también puede señalarse que en la práctica son pocas las empresas compradoras que efectivamente otorgan dichos recursos, argumentando que las propias organizaciones de cafeticultores no lo solicitan.
Durante el trabajo de campo se conoció la operación interna de una empresa compradora de Montreal, Canadá, llamada Café Santropol, la cual fue una de las iniciativas pioneras en incluir el 100% de su café bajo condiciones de comercio justo. En ese caso pudo constatarse que si bien la operación de esta empresa era exitosa y continuaba expandiendo su mercado, era también suficiente para cubrir sólo sus gastos corrientes, siéndole imposible otorgar créditos a terceros. Adicionalmente se observó que sus compras de café no las realizaban directamente a las organizaciones, sino a través de un intermediario, de manera que tenían la posibilidad de comprar pocos sacos de café verde de distintos orígenes.[5]
Por el lado de los consumidores, el comercio justo ha representado una de las maneras en que el mercado, tradicionalmente anónimo y desarticulado, sigue construyendo una posición activa y de mayor diálogo con el sector empresarial, como lo demuestra el caso de protestas de activistas estadounidenses frente a Starbucks en 1999. En este ejemplo, fue la presión ejercida a través de varias vías la que llevó a esa empresa, algún tiempo después, a ofrecer en sus tiendas dentro de Estados Unidos café de comercio justo, pues ello era conveniente para mantener cierta imagen frente a sus consumidores.[6]
De la misma manera, numerosas empresas de distintos tamaños han reconocido la importancia de introducir en sus líneas de productos aquellos que contengan valores sociales y/o ecológicos, de manera que su imagen frente al público mejore.
El comercio justo también ha permitido el desarrollo de grupos de consumidores que ayudan a hacer los términos de compra de algunos productos más favorable, ya sea por pagar precios más altos, por tener mayor calidad o por no contener insumos químicos. De esta manera, el comercio justo también ha comenzado a beneficiar, indirectamente, a los consumidores urbanos.
Ejemplos en este sentido son el “Círculo de producción y consumo responsable” de Jalisco, y el sitio web vinculando.org, los cuales están creando a través de distintas estrategias y actividades una mayor conciencia entre la población de consumidores, dándoles mayor información acerca del origen de ciertos productos, y de las implicaciones sociales y ecológicas del acto de comprar. Así, los consumidores están aprendiendo a usar su poder de compra para favorecer a las empresas y productos que cumplen con criterios no únicamente de calidad y precio, sino también con el apoyo a poblaciones desfavorecidas (criterios sociales) y el cuidado del ambiente por diversas vías (criterios ecológicos).
Si bien la iniciativa de comercio justo no ha sido la primera en apoyar esta tendencia entre los consumidores, en la actualidad sí es una de las más influyentes, sobre todo en países europeos, y en menor medida en Norteamérica. Dentro de América Latina, el comercio justo ha sido practicado primero en México, de manera que los consumidores mexicanos, sobre todo en las principales ciudades, se encuentran más sensibilizados y empiezan a responder favorablemente a iniciativas solidarias con las causas del comercio justo y otras.
[1] Laure Waridel et al.; op.cit; pág. 79
[2] Odile Albert; “Les limites du commerce équitable”; en Pour un commerce équitable. Expériences et propositions pour un renouvellement des pratiques commerciales entre les pays du Nord et ceux du Sud; Éditions Charles Léopold Mayer, 1998; pág. 41
[
3] Marie-Christine Renard; op. cit.; pág. 274
[4] Frans VanderHoff y Nico Roozen, op. cit.; pág. 77
[5] Información obtenida de James Solkin, copropietario de Café Santropol, durante entrevistas sostenidas entre septiembre y octubre de 2003, en Montreal, Canadá.
[6] Véase Víctor Pérez Grovas et al.; El café en México, Centroamérica y el Caribe. Una salida sostenible a la crisis; Coopcafé – CNOC, 2002; págs. 54-56
Datos para citar este artículo:
Francisco Aguirre. (2005). 3.5 Comercio justo en México: balance 1989 – 1999. Revista Vinculando, 3(2). https://vinculando.org/comerciojusto/cafe_mexico/balance_comercio_justo.html
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