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El factor emocional y la educación ambiental en el movimiento ecologista

Autor(a): Julio Coutiño Molina - 17 Abr, 2012
¿Cómo citar este artículo?  

Introducción

Desde la década del 60 con el surgimiento del movimiento ecologista y de autores ahora clásicos, como Rachel Carson y su obra Silent Spring (La Primavera Silenciosa), se implantó en la sociedad un sentimiento filial y de compromiso hacia el cuidado de su medio. Sin embargo, es perceptible una tendencia (sobre todo en las organizaciones civiles), de basar los esfuerzos inherentes al tema principalmente en aspectos emocionales, más que en un marco racional. Esto no significa que se soslaye su importancia. Un ejemplo patente de ello es el WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza o World Wildlife Fund), que tiene al oso panda (Ailuropoda melanoleuca) como emblema debido a la ternura que su imagen suscita en el público.

Milton (2002), resalta la importancia de las emociones como fuente de motivación para actuar en el cuidado de nuestro entorno; incluso sentencia: sin emoción no hay acción, compromiso ni motivación. Tal afirmación excluye a otras estrategias que pueden coadyuvar en el movimiento ecologista, tales como la educación ambiental (en adelante EA). Pero ¿Cuáles son los aspectos favorables y negativos que entraña dar a las emociones un papel tan preponderante? ¿Lo emocional basta per se?

Lo emocional debe complementarse

De acuerdo con las Hipótesis de la Biofilia (Kellert y Wilson 1993) y de la Ecopsicología (Roszak 1993), la especie humana se beneficia y obtiene un disfrute espiritual y emocional derivado del cuidado e interrelación con su ambiente, producto de nuestra afinidad innata hacia este. Esto ha contribuido a la adopción de actitudes y acciones más responsables derivadas de la EA, como lo es el reciclaje y el modificar nuestros hábitos de consumo. La transmisión de los valores que generan dichos cambios, de acuerdo a Savater (1997), implica recurrir a toda la información inherente (ecológica, legal, sociocultural etc.). Entonces, si entendemos a la EA desde una perspectiva holística que considere todos los aspectos de la conservación, buscar resultados apelando cuasi exclusivamente a las emociones de la sociedad, es un error propio de la ingenuidad de los primeros modelos de comportamiento pro-ambientales (Duran et al. 2007).

Veamos un ejemplo. Las corridas de toros son una de las actividades más defenestradas por gran parte de la sociedad mexicana en general y por los grupos de defensa de los animales en particular,  que no comparte la perspectiva "artística" de sus seguidores y defensores. Por ello, quien esto escribe decidió ingresar a cierta A.C. (asociación civil) antitaurina, sugiriendo recurrir a la Ley de Protección para la Fauna en el Estado de Chiapas (1995), como elemento puntual en contra de la realización de corridas en dicho estado:

"La presente, y vigente ley, busca evitar y sancionar los actos de crueldad cometidos contra las especies animales no nocivas (Art. 3), siendo aplicable también a las corridas de toros (Art. 13). Como actos de crueldad se considera el causar a un animal dolores o sufrimientos considerables que puedan afectar gravemente su salud, sin que exista motivo legítimo para ello (Inciso I, Art. 28) y el torturar o maltratarlo por maldad, brutalidad, egoísmo o negligencia (Inciso II, Art. 28)… El sacrificio de un animal no destinado a consumo, solo será en razón del sufrimiento a causa de un accidente, enfermedad, incapacidad física, vejez extrema, o si es una especie que constituya una amenaza para la salud o la economía (Art. 60); mismo que no implicara procedimientos que causen sufrimiento innecesario o prolongue su agonía (Art. 61)."

El argumento se basó, grosso modo, en dichos términos. Sin embargo, la A.C. en cuestión decidió omitir tales elementos en el texto enviado a las autoridades correspondientes, arguyendo solo clichés, tales como "que era un acto vergonzoso para una sociedad moderna". Nada más cierto, pero que en la práctica no trascienden. En este punto es necesario recalcar que no se trata de un menosprecio hacia las emociones. De hecho, su valía reside precisamente en la capacidad de atraer la atención hacía las problemáticas y sensibilizar a la sociedad al respecto, lo cual puede producir un incremento en el comportamiento deseado. No obstante, pretender que lo emotivo es el componente principal para obtener dicho cambio de actitud en la sociedad, equivale a una posición reduccionista. De lo contrario, irónicamente, nuestros esfuerzos pueden ser utilizados en contra del objetivo que se busca; v. gr. el comentario de un columnista:

"…la tendencia de los ecologistas desbordados por afrentar raíces culturales e idiosincrasias en aras de una globalización de las cursilerías -solo falta que se nos imponga la tarea de reverenciar a los animalitos cuando defecan sobre las rúas-, se confronta con la importancia del encuentro, este sí profundamente ecológico (sic.), entre la fuerza de la naturaleza y la del espíritu (Fuentes Aguirre 2004)."

Es debido a ejemplos como el anterior, que la lucha ecologista debe apoyarse en un basamento legal, científico y cultural que debe "sembrarse" en las nuevas generaciones a través de la EA (además obviamente del ya mencionado aspecto emotivo), de manera que no pueda ser menospreciada ni tachada de sentimentalista. Los esfuerzos que conjunten estos elementos tendrán mayor posibilidad de alcanzar sus objetivos inmediatos, y más importante aún, lograr una evolución en nuestra sociedad (Durand 2002).

Riesgos y aportes

Este predominio de las emociones derivado de antiguos paradigmas etnoecológicos romanticistas, puede generar una visión determinista que incluso ha derivado en acciones polémicas. Y ello ha sido un craso error que desafortunadamente le ha costado la vida a personas como los naturalistas Steve Irvin y Timothy Treadwell (mejor conocidos como el "cazador de cocodrilos" y "grizzly man", respectivamente), quienes antropogenizaron su relación con la vida silvestre. Sin duda que el movimiento a favor de la conservación requiere de una sociedad apasionada por contribuir a ella; Green Peace es la muestra icónica de ello, pero ¿dónde termina la pasión y comienza la temeridad? El marco racional de la EA permite reconocer esos límites y contribuir a aprovechar tal entusiasmo en aras de una actuación conjunta.

Pero como ya se ha mencionado, también es cierto que son nuestros sentimientos, los que permiten despertar ese indispensable sentimiento de vergüenza e indignación al reconocer un problema y actuar en consecuencia. Vale recordar al respecto, el desatino de la administración 2000-2006 del Gobierno del Estado de Chiapas, al "convocar" a gobiernos, instituciones y particulares extranjeros, a "aportar" sus ideas para la conformación de la Ley de Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente de dicho estado. ¿El objetivo? Favorecer los intereses de bioprospección de las grandes trasnacionales.

Este suceso nos recuerda que mientras algunas personas actúan en contra de los intereses de la conservación, y en el proceso ceden soberanía; los ciudadanos los defienden con ahínco, como sucedió en el caso mencionado. Este tipo de compromiso irrestricto con nuestro entorno, es el epitome del factor emocional en el quehacer ecologista y de la manera en que puede brindar resultados positivos. Sí además, se difunden nuestros derechos sobre los recursos y las normativas respectivas (PNUMA 1972), es seguro que estos no serán simple letra muerta y los casos exitosos serán más frecuentes.

Recapitulando

En suma, resulta endeble considerar que las emociones por si mismas bastan como elemento puntual para construir sociedades más sensibles y comprometidas con el cuidado ambiental. Esta visión, más propia de la cultura hippie o New Age, no solo simplifica la manera de abordar una problemática, sino que resulta excluyente. Por el contrario, lo deseable es articular y organizar todos los elementos disponibles para afrontar el paradigma (Morín 1996), entre ellos especialmente la EA.

No existe ningún inconveniente en hacer sinergia entre lo emocional y lo racional. Lo emocional es un factor vital para el ecologismo, de ello no cabe duda, pues esta inducción de emociones y el compromiso generado en su favor, es perenne (Linton 1972), pero por sí mismo es un esfuerzo incompleto. Al proponer una visión dual, dejando de lado cualquier obtusa dicotomía, se exalta un criterio no simplificado ni reductible, con mayores posibilidades de obtener resultados favorables; visualizándose a manera del ying y el yang de la filosofía oriental.

¿Sin emoción no existe compromiso ni motivación? No puede haber mayor compromiso que el asumido con nuestra descendencia, ni mayor motivación que la propia conservación de nuestra especie.

Bibliografía Citada

  • Duran, M.; M. Alzate, W. López y J. M. Sabucedo. 2007. Emociones y comportamiento pro-ambiental. Revista Latinoamericana de Psicología 2(39): 287-296.
  • Durand, L. 2002. La relación ambiente-cultura en antropología: recuento y perspectivas. Nueva Antropología 61(18): 169-184.
  • Fuentes Aguirre, A. 2004. Mirador. Diario de Chiapas. 2 de junio, p. 48.
  • Kellert, S. R. y E. O. Wilson. 1993. The Biophilia Hypothesis. Washington. Island.
  • Ley de Protección para la Fauna en el Estado de Chiapas. 1995. Periódico Oficial No 43. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
  • Linton, R. 1972. Estudio del hombre. México, D. F. Fondo de Cultura Económica.
  • Milton, K. 2002. Loving nature. Towards and ecology of emotion. Londres. Routledge.
  • Morin, E. 1996. Por una reforma del pensamiento. El correo de la UNESCO. Febrero: 10-14.
  • Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. 1972. Declaración de la conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio humano. . Consultado 21 de agosto 2011.
  • Roszak, T. 1993. The voice of the Earth: An Exploration of Echopsychology. Nueva York. Touchstone.
  • Savater, F. 1997. El valor de educar. México. Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América.

Datos para citar este artículo:

Julio Coutiño Molina. (2012). El factor emocional y la educación ambiental en el movimiento ecologista. Revista Vinculando, 10(1). https://vinculando.org/ecologia/factor-emocional-y-la-educacion-ambiental-movimiento-ecologista.html

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