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El desafío de enseñar una lengua

Autor(a): Jade Díaz Pimentel - 17 Jun, 2013
¿Cómo citar este artículo?  

No es el desafío lo que define quiénes somos ni qué somos capaces de ser, sino cómo afrontamos ese desafío: podemos prender fuego a las ruinas o construir un camino a través de ellas, paso a paso, hacia la libertad.

Richard Bach

La enseñanza de la lengua, tanto oral como escrita, representa uno de los mayores desafíos a los que tienen que enfrentarse todos los maestros en su quehacer profesional cotidiano. Y es que, contrario a lo que se piensa, a pesar de que los estudiantes llegan al aula con un amplio caudal de experiencias comunicativas y con un dominio usualmente aceptable de los registros lingüísticos coloquiales, no es menos cierto que precisan aprender la lengua estándar de su nación, así como las mil y unas posibilidades que ésta le ofrece para lograr un sinfín de propósitos comunicativos, tanto en el plano oral, como en el escrito.

La multiplicidad de situaciones comunicativas a las que tenemos que hacer frente día a día es un factor que amplía el conjunto de habilidades que debemos aprender para salir airosos de cada desafío que nos impone el mundo actual. Es precisamente a través del lenguaje que construimos ese mundo, convirtiendo cada uno de los acontecimientos que vivimos en palabras, para así podernos expresar sobre nuestra realidad. Así lo confirma el filósofo alemán Martin Heidegger cuando dice: "Sólo hay mundo donde hay lenguaje".

La escuela, en la figura del maestro, es la encargada de propiciar en los estudiantes el aprendizaje de esas habilidades a las que se hacía mención anteriormente, las cuales no se limitan al ámbito de la escritura, sino que también abarcan la oralidad. Esto podría sorprender a muchos, pues no es común observar en nuestras aulas que los docentes se concentren en los aspectos orales de la lengua, relegándola casi siempre a un segundo plano, si es que acaso llega a tomarse en cuenta.

Tanto la lengua oral como la lengua escrita gozan de unas características que las diferencian entre sí y que nos servirán de punto de partida para saber cómo abordar su tratamiento en el aula. Por ejemplo, es importante saber que la lengua oral es de carácter efímero, pues las emisiones lingüísticas solo duran lo que tarda el hablante en pronunciarlas. Además, la oralidad se ampara en una amplia variedad de elementos paralingüísticos y no verbales, como es el caso del tono de la voz, los gestos, la mirada, el espacio entre los interlocutores y, aunque no lo parezca, hasta el silencio, que muchas veces dice más que mil palabras. En adición a esto, la lengua oral permite al hablante hacer las aclaraciones que considere necesarias, acudiendo al uso de reiteraciones con tal de lograr ser comprendido.

La escritura, por su parte, es de carácter permanente, pues las palabras plasmadas en papel se quedan en el tiempo y podemos acudir a ellas cada vez que así lo deseemos. Por otro lado, se ve privada del uso de elementos no verbales, impidiendo en ocasiones al destinatario percibir la verdadera intención del autor. Aunado a ello, la lengua escrita no acepta las redundancias, debido a su naturaleza precisa y concisa. Como es de apreciarse, la lengua oral y la escrita cuentan con unas características distintas que deben ser reconocidas por los docentes.

Así como distintas son las características de la oralidad y la escritura, también lo son las habilidades a desarrollar en ambos planos. En la expresión oral se debe abogar por el desarrollo de la fluidez, la pronunciación, la elocuencia, la adecuación al contexto, el dominio del auditorio, el buen uso de los elementos no verbales, como es el caso del lenguaje corporal, la mirada, el uso adecuado del espacio, la entonación y las inflexiones de la voz. En el caso de la expresión escrita, las habilidades que se busca desarrollar giran en torno a la coherencia de las ideas, la cohesión de los enunciados entre sí, la estética del texto, la originalidad de la producción, la claridad, la concisión y la progresión lineal del discurso.

Al desarrollar todas las habilidades detalladas anteriormente estamos colaborando con la formación de estudiantes capaces de producir un discurso coherente, con ideas claramente explicadas, lo cual permitirá la captación del mensaje que queremos transmitir y provocará los efectos deseados en los destinatarios. La idea es que los docentes trabajen con el mismo ahínco la expresión oral y la escrita, ya que una no es superior a la otra, sino que ambas son indispensables para formar seres humanos capaces de comunicarse coherentemente y adaptar sus discursos a sus propósitos, al contexto y a la situación en cuestión.

En cuanto a los ejercicios sugeridos para desarrollar la expresión oral de los estudiantes se puede nombrar las siguientes: dramatizaciones, improvisaciones, entrevistas, evaluaciones orales, exposiciones, juegos lingüísticos como los trabalenguas y las retahílas, simulación de conversaciones telefónicas, canciones, chistes, monólogos sobre uno mismo o sobre cualquier otro tema, diálogos, conversaciones guiadas o espontáneas, anécdotas personales o ajenas, etc.

Para potencializar la expresión escrita conviene el uso de una amplia tipología textual, que incluya textos literarios, científicos y mixtos. Es favorable el empleo de noticias de periódicos y revistas, cuentos, poemas, novelas, artículos de opinión, cartas, invitaciones, anuncios publicitarios, cómics o historietas, chistes, etc. Con estos textos se abordará tanto la comprensión escrita, analizando el significado subyacente a los mismos, como la producción escrita, generando nuevos textos a partir de los proporcionados por el docente. También resulta positivo enseñar las diferentes estrategias para sintetizar la información, sobre todo, el resumen, la síntesis, la paráfrasis y los esquemas conceptuales. Además, luego se recomienda pasar a producir comentarios y críticas de los textos trabajados, esto con tal de generar la búsqueda de puntos de vista en torno a lo leído, ayudando a conformar un sujeto crítico y analítico de la realidad que le circunda.

Es propicio hacer la salvedad de que además de la producción oral y de la escrita, es necesario trabajar la lectura y la escucha durante todo el proceso de aprendizaje de la lengua. Esto responde al hecho de que ambas constituyen un eje transversal importantísimo en cualquier currículo consciente de las competencias que debe desarrollar cualquier ser humano para poderse comunicar efectivamente en el mundo de hoy.

La lectura ha de ser apreciada y valorada como estrategia por excelencia para la consecución de los propósitos educativos del área de lengua y, por qué no decirlo, de las demás áreas curriculares. La vida nos pone en contacto permanentemente con textos de diversos tipos y resulta esencial que enseñemos a los estudiantes a comprenderlos, analizarlos, criticarlos y producir sus propios textos basándose en ellos. Pero, además, la lectura debe ser motivo de deleite, ha de apreciarse como una actividad generadora de placer, para que los sujetos aprendan a valorarla y no considerarla un sinónimo de castigo, sino una compañera inseparable que nos ayuda a conocer otros mundos y a adentrarnos en historias que cautivan nuestro intelecto y elevan nuestra imaginación a niveles insospechados.

En relación a la escucha cabe resaltar que ésta es una de las habilidades más importantes, pero también una de las más ausentes en los intercambios comunicativos de los seres humanos. Cada día nos escuchamos menos, es como si lo que el otro tiene que decir fuese menos relevante que nuestra propia palabra, por lo tanto, se cree que no es preciso escuchar a nadie más que a uno mismo. Esto provoca hostilidad en las relaciones sociales, ya que a ninguna persona le gusta ser ignorada o que le sea arrebatado su turno en alguna conversación.

Debido a lo anterior, el docente tiene la responsabilidad de enseñar a sus estudiantes el valor de la escucha, sirviendo siempre de modelo al escuchar la palabra de cada uno de ellos. También, debe planificar ejercicios donde se deba seguir las instrucciones de otros y que el éxito dependa de qué tanta atención se preste a las palabras del enunciador o, en otras palabras, de qué tan bien se efectúe el arte de escuchar. Sí, escuchar es un arte, pero para perfeccionarlo hay que ejercitarlo día tras día, de otro modo termina por atrofiarse por desuso.

El respeto a los turnos de la conversación debe ser fruto de reflexión constante, explicándoles siempre a los estudiantes cómo esto contribuye a que la dinámica discursiva se desarrolle favorablemente. Cuando todos se hacen realmente conscientes de la manera en que se debe desarrollar cada intervención y por qué, todo irá ocurriendo de un modo fluido y espontáneo; sin embargo, si continuamos considerando que no vale la pena enseñar a escuchar y nosotros tampoco educamos con el ejemplo, el mundo tendrá que conformarse con el caos que actualmente enfrenta y la esperanza de que algún día nos escuchemos será simplemente una utopía imposible de alcanzar.

Otro punto importante a destacar es que las correcciones que se realicen tanto en el plano oral de la lengua como en el escrito, tendrá que ser efectuado de la manera correcta. Por ejemplo, no debemos convertirnos en cazadores de los errores de los estudiantes, pues esto les crea una concepción errónea del aprendizaje. Se trata, en cambio, de hacerlos conscientes de la manera en que podrían obtener un mejor resultado, tanto en su expresión oral, como en la escrita. Si el estudiante se siente penalizado y ridiculizado por los errores que comete al hablar o al escribir, se atemorizará y el miedo al fracaso y a las críticas le impedirá alcanzar todo su potencial.

Hay que hacerles ver que el camino del aprendizaje no es el mismo para todo el mundo, cada quien tiene su propio ritmo y eso hay que respetarlo. Aunado a ello, se debe reconocer el progreso de cada estudiante, por pequeño que parezca. Esto los motivará y los hará esforzarse mucho más, sin perder la emoción por seguir aprendiendo, pues no habrá quien levante el dedo acusador para resaltar lo malo, sino que habrá un docente siempre dispuesto a destacar lo bueno de cada quien y ayudarlos a superarse y convertirse en los mejores seres humanos que pueden llegar a ser.

Todo el proceso de aprendizaje de la lengua al cual se ha hecho mención a lo largo de este trabajo, resultaría infructuoso si no se contara con la evaluación constante del progreso experimentado por los estudiantes. Pero, no se trata únicamente de la evaluación del estudiante, sino de la totalidad del proceso, lo cual incluye el desempeño del docente, los resultados de su metodología, sus actividades y sus estrategias pedagógicas, la integración de la familia a la escuela y la colaboración de todos los integrantes del centro educativo. La evaluación deberá realizarse de manera continua, pues no se trata de evaluar el producto final solamente, sino el proceso educativo en curso, para así poder tomar decisiones oportunas y realizar las correcciones necesarias, lo cual facilitará el logro de los objetivos perseguidos.

Para culminar, es apropiado concluir con la siguiente reflexión. A pesar de que nacemos con la capacidad innata del lenguaje, es necesario que los docentes propiciemos todas las condiciones que se requieren para que el aprendizaje de la lengua sea posible. Y es que no todo se le puede dejar a la suerte, tenemos un gran desafío en nuestras manos y es lograr la formación de niños y jóvenes capaces de comunicarse efectivamente en su vida cotidiana. Son tantas las conversaciones truncadas, los mensajes mal comprendidos, los propósitos no logrados, los empleos no obtenidos por no haber hecho una buena entrevista, etc.; todo esto debido a un mal manejo de las habilidades comunicativas, tanto orales como escritas. Ya lo dijo una vez el escritor y traductor chino Gao Xingjian: "El lenguaje es un milagro que permite que los hombres se comuniquen. Sin embargo, a veces no lo consiguen".

Bibliografía consultada:

  • Cassany, Daniel; et al. (2007). Enseñar lengua. 12va edición. España: editorial Graó.
  • Desinano, Norma y Avendaño, Fernando. (2006). Didáctica de las ciencias del lenguaje: Enseñar ciencias del lenguaje. Argentina: Editorial Homosapiens.

Datos para citar este artículo:

Jade Díaz Pimentel. (2013). El desafío de enseñar una lengua. Revista Vinculando, 11(1). https://vinculando.org/educacion/el-gran-desafio-de-ensenar-lengua.html

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Comentarios

  1. José de Melo dice

    4 Abr, 2015 en 2:47 am

    Es muy bueno recibir los artículos

    Responder
    • Revista Vinculando dice

      12 Abr, 2015 en 4:18 pm

      Nos alegra saber que los artículos que publicamos son de interés para ti José, y con gusto seguiremos publicando más información, saludos!

      Responder

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