Desarrollo
En una sociedad caótica, hablar de paz, definirla como la «situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países»1, o simplemente como la «relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos»2, resulta reconfortante; sin embargo, cada persona, hemos considerado a la competencia y la guerra como la base de la estructura social. Se nos educa para pensarlo y hacerlo.
Tras las devastadoras guerras mundiales, la palabra “guerra” fue considerada una terrible calamidad que podía evitarse con la organización social, no sólo de las personas sino de las naciones, mientras que la paz se convirtió en un objetivo fundamental; pero la guerra no se ha erradicado y sigue presente en nuestra cotidianeidad.
Ahora, la pregunta que debemos hacernos es, ¿existe la paz? ¿Es ingenuo pensar en ella? ¿Será la propia paz portadora de la semilla de la guerra? ¿Se puede medir la paz?
El poder del discurso
Históricamente, han habido rivalidades entre sociedades que nos han llevado a conquistas, cruzadas, duelos o conflictos por el territorio, recursos naturales o simplemente, por el poder.
En el discurso, el medio para convencer a personas de legitimar acciones, surgen miles de argumentos para justificar estas rivalidades y provocar acciones para la guerra, todo, con el objetivo de construir su propio concepto de paz, orden o bienestar.
En palabras de Gilberto Giménez,
«el discurso no es sólo producto o reflejo del poder, sino también un instrumento con eficacia propia capaz de movilizar el sentido al servicio del poder (ideología, función de legitimación) o, a la inversa, contra el poder (discurso crítico). Podemos hablar entonces no sólo de un discurso del poder, sino también del poder del discurso. Y esto es así porque el discurso tiene, como propiedad inherente, una capacidad congénita de construcción simbólica de la realidad»
(Giménez, 2008).
El discurso se presenta como un conjunto de argumentos y pruebas destinadas a esquematizar y “teatralizar” de una cierta manera, el cómo debe ser la paz que todas las personas queremos alcanzar; pero Michel Foucault ha radicalizado esta posición al afirmar que el poder —concebido como un sistema de relaciones de fuerza—
«no es sólo prohibitivo y represivo, sino también productivo: produce, entre otras cosas su propio régimen de verdades y su propio orden del discurso»
(Foucault, 1977).
Por eso como dice el académico Dov Shinar, debemos utilizar los medios en las relaciones internacionales como camino para la paz, especialmente en la resolución y en la reestructuración de conflictos culturales, como instrumento para la construcción del pensamiento colectivo y del discurso.
Esta “producción” se basa a través de la selección, redistribución y censura de enunciados, determinando negativamente los límites más allá de los cuales no puede expandirse el discurso de la crítica y, positivamente, lo que puede y debe ser dicho en una situación y en un momento determinado.
En nuestros días, por ejemplo, mencionar a la religión musulmana es hablar de terroristas, por lo tanto se vuelve un grupo enemigo de la sociedad, por lo que se les debe humillar, derrotar y aniquilar. Esto generado por las “verdades” que el nuevo orden mundial impone en el pensamiento colectivo a nivel global. Y tristemente ejemplos de esto, bastan y sobran.
Los valores difundidos se establecen como un sistema de verdades, bienes intrínsecos como la libertad. No hay libertad individual sin libertad nacional, el objetivo se logra idealmente en el marco de un sistema de paz generalizada; el bienestar, la expectativa social de que sus gobiernos satisfagan niveles altos de empleo, inflación baja, inversión estable y desarrollo comercial; seguridad, los estados son tanto el origen como la solución del problema de la seguridad —el Estado tiene el poder de defender, así como de atentar contra la seguridad de los pueblos y sus habitantes—; el orden y la justicia, bienes intrínsecos al régimen democrático.
En este terreno, equivale a imponer condiciones y dispositivos institucionales a las personas, en nombre del “bienestar universal” o la “paz mundial”. México como otros países del mundo están embarcados en ese ambicioso proyecto de “seguridad para la paz”, si bien pretende abarcar todos los ámbitos del sistema social, se orienta en primera instancia a dar nuevo impulso a su desarrollo económico y tecnológico, con la esperanza de que todo el resto vendrá por añadidura.
La dualidad del blanco y negro
La violencia es una regulación de los conflictos, discriminatoria y perjudicial. Sin ella, probablemente, no hablaríamos de la paz. La violencia es la peor cara de la especie humana porque es contraria al sentido de la vida, es responsable de marginaciones, dolor, sufrimiento, e incluso muerte.
Es una degradación que procede de la propia especie humana, y por esta razón es tan difícil discriminarla, porque está estrechamente ligada a las condiciones de nuestra existencia. Simplemente la violencia es parte de la cotidianeidad.
En ella, juegan un papel decisivo las emociones, las creencias, las actitudes y los valores individuales y colectivos como la indignación, la rabia, el rencor, la culpa, la venganza, el miedo, el sentimiento de superioridad o inferioridad, de orgullo herido y los estereotipos.
Las numerosas explicaciones e interpretaciones que sobre la violencia se han dado, pueden variar en función de los patrones culturales, ideológicos o simbólicos, que se le apliquen en la construcción del discurso, de las acciones emprendidas tanto de personas como naciones.
De manera que los modelos sociales y culturales de una comunidad amplifican y petrifican estas formas de reaccionar ante la violencia para justificar y normativizar las formas de castigar, de prevenirse, e incluso de estructurar y controlar la sociedad.
Un camino para la paz
Un camino a la paz es la educación. Por lo que se necesita una reforma al sistema educativo y un cambio estructural de la cultura. El enseñar a través de la concientización, usando la información, el aprendizaje como una herramienta puede ser una forma para aplicarlo.
La educación es la base de todo, si podemos generar el interés por aprender y cuestionar y no solo obedecer y repetir los patrones sociales y la “verdad oficial” de las cosas, cambiaríamos todo el esquema social. Y dando esta libertad de aprender y de decisión, se crean personas conscientes y empoderadas, con el poder de actuar de forma crítica y con la habilidad para defender sus ideales, creencias e incluso su propia persona.
Este proceso es mucho más sencillo de lo que creemos, todas las personas tenemos dentro de nuestro coeficiente un conocimiento general heredado a través de la historia de la “humanidad”.
Es un conocimiento que no podemos ver hasta que lo aceptamos. Siempre somos conscientes sin saberlo, así que esta “inconsciencia” se debe a distintas realidades y cuestiones de vida, diferentes formas de querer ver y entender la vida.
Como dijo el filósofo austro-británico Karl Popper «La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos».
A pesar de tener la masividad de los medios de comunicación y toda la nueva facilidad de acceso a la información y de cierta forma poder generar el conocimiento y concientización, aún seguimos sin querer adquirirlo.
A veces puede parecer difícil intentar comprender por qué evitamos concientizarnos, pero no es un proceso tan fácil y digerible, a pesar de estar en el auge total del capitalismo, es más sencillo seguir siendo parte del sistema en vez de cuestionarlo y analizarlo.
Aquí es donde entra el principio de concientización: estar consciente de ti mismo como persona en el contexto en el que te encuentres y la capacidad de identificar y nombrar tu realidad; creando un ambiente de confianza para encontrar el epicentro del conflicto.
Implica un proceso que promueve la reflexión acerca del conflicto, las partes del grupo se vuelven la propia parte crítica sobre el conflicto y así lo pueden resolver por sí mismas, creando aprendizaje y empoderamiento.
En todo este proceso pueden y surgen turning points. Los turning points son los giros creativos, inesperados, estos momentos espontáneos que surgen y le dan una vuelta a todo, creando algo nuevo. Son parte de la imaginación moral de la teoría del caos.
Dentro de los conflictos se puede jugar con ellos, con la creatividad para poder llegar a algo mejor, es algo momentáneo que te da la libertad de solucionarlo, y a través de estas experiencias ir creando nuevos conocimientos para posibles futuros. Es asumir el riesgo a lo desconocido, salir de tu zona de confort y probar rutas alternas, jugando con la creatividad.
Inclusive desde la mediación, no existe una verdad absoluta sobre algún procedimiento o manera de resolver o transformar los conflictos, simplemente es vivirlos y aprender de ellos.
Lo anterior, permite generar esperanza hacia la posibilidad de los cambios, como maneras diferentes de resolver los conflictos, de una forma más esperanzadora, pacífica y alternativa. Como lo explica un poco la imaginación moral que de cierta forma es la utopía.
Es la capacidad de imaginar algo enraizado en los retos del mundo real para dar nacimiento a aquello que todavía no existe y construirlo a través de los retos que se nos presentan. En pocas palabras la paz.
Probablemente la paz sea una de las tantas utopías. Esa utopía que «está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve caminar»3; sin embargo, otra de las preguntas que surgen es, ¿estamos caminando en la dirección adecuada para alcanzar la utopía de paz?
Probablemente no, pero estamos caminando. Descubrimos que el papel que desempeña, la paz como utopía, no es la armonía, sino la idea de armonía. Actuamos bajo la fascinación de lo imposible, es decir, una sociedad incapaz de dar a luz esta utopía, está amenazada por su propia ruina.
Las crisis son un gran motivador para las utopías, pues, entre más desprovista está una persona, más gasta el tiempo y la energía en querer reformarlo todo. Dialoguemos en interacción con todos los grupos de la sociedad, con todas las culturas, con todas las identidades y diversidades que nos componen. Transformemos nuestra realidad, hagamos realidad la paz.
“La paz es la esperanza de equilibrar el mundo, y un camino hacia ese equilibrio es la interculturalidad, ya que nos encamina hacia un nuevo tipo de relaciones de convivencia y con ello hacia una universalidad solidaria y compartida; una universalidad en equilibrio, sin ninguna firma cultural determinada, porque todo intento de firmarla o de ponerle el sello de una determinada cultura representaría una forma de desequilibrio y un asalto a lo común, es decir, una recaída en la violencia y en los hábitos de dominación”
-Fornet
Referencias bibliográficas:
- Fornet Betancourt, R.,“Filosofar para nuestro tiempo en clave intercultural”, Revista Concordia, Reihe Monographien, Band 37, Alemania: Wissenschaftsverlag Mainz, Aachen, 2004, 103-104 pp.
- Foucault, Michel (1977). Microfísica del poder. Madrid: Las Ediciones de La Piqueta.
- Giménez, Gilberto (2008), “El debate político en México a finales del siglo XX”
- González Casanova, Pablo, “Respuesta a cuestionamientos”, Foro Social Mundial 2010, México, 2010, Disponible en:
- Martín Morillas José Manuel, “Qué es la violencia”, Manual de Paz y conflictos, Capitulo 9, 222-247 pp.
- Sandoval Forero, Eduardo, “Educación indígena Zapatista para la paz y la no-violencia”, Espacio Abierto, vol. 25, núm. 1, Universidad del Zulia Maracaibo, Venezuela, enero-marzo, 2016, pp. 23-36
- Shinar Dov, “La guerra y la paz como noticia: el caso del Medio Oriente”, Cuadernos de información, Nº12, 1997, Israel, 56-68 pp.
Datos para citar este artículo:
Ana Carolina Díaz Nava. (2018). Discurso y educación: bases para alcanzar la paz. Revista Vinculando, 16(2). https://vinculando.org/microblogging/discurso-y-educacion-bases-para-alcanzar-la-paz.html
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