A lo largo de los años la noción de desarrollo ha establecido modelos a partir de los cuales se han guiado las sociedades latinoamericanas. Es por eso que reviste particular importancia abordar un poco más de cerca este concepto.
Desde hace más de 20 años Castoriadis señalaba[1], que siguiendo la tradición del perfeccionamiento del mundo occidental y cristiano, la noción de progreso fue acuñada propiamente hasta finales del siglo XVIII cuando la experiencia social se fue llenando de nuevos descubrimientos científicos y fue sedimentando el concepto como un destino necesario de la historia. Paradójicamente se transformó el contenido de la perfección cristiana pero se heredó y transfirió el peso moral y social de la teología y del dogma cristiano a la ciencia y al progreso. Los descubrimiento científicos y técnicos acelerados del siglo XIX y de las primeras cuatro décadas del XX, dotaron, tanto al concepto de progreso en Occidente, como al imaginario social y a los sentimientos colectivos, de una convicción general sobre el futuro de la humanidad, produciendo una idea cargada de una significación imaginaria social.
Ya en el mundo de la posguerra se empezó a soñar que la clave de los problemas humanos era el crecimiento económico y el incremento del producto interno bruto por habitante. La razón del hambre en el Tercer Mundo se relacionaba con los países que no se desarrollaban. Pero nadie ponía en duda que el desarrollo, nuevo nombre del progreso, obviamente tal como era entendido en Occidente, era el parámetro por el que debían normarse todos los países. De ahí empezó a hablarse de países subdesarrollados, menos desarrollados, o en vías de desarrollo, pero el camino estaba trazado: el desarrollo o crecimiento autosostenido era la vía para todos.
La crítica empezó a señalar que la única preocupación del desarrollo era el crecimiento. El círculo crítico se amplió y se empezó a discutir la cuestión del "precio" que los seres humanos y los pueblos tendrían que pagar por el crecimiento: daños irreversibles a la biosfera, destrucción de la vida, de los ecosistemas, cuyos efectos a nivel planetario empezaban a percibirse.
Después del análisis de los costos y efectos del desarrollo se pasó a analizar que era impensable detener el crecimiento,
"a menos que el conjunto de la organización social, comprendida la organización psíquica de los hombre y las mujeres sufriera una transformación radical[2]"
Castoriadis hace un ejercicio de imaginar lo que implicaría que todos los habitantes del mundo llegaran al nivel de ganar 6,000 dólares norteamericanos anuales por habitante, señalando que a precios de 1970 se requeriría una producción equivalente a 25 veces el Producto Interno Bruto de los Estados Unidos y en consecuencia se requeriría también de veinticinco veces el consumo actual de energía, de materias primas, de devastación de bosques y selvas, de polución en aire, ríos, tierra y mares, etc.
En realidad, lo que se postulaba a través del concepto de desarrollo más allá del crecimiento económico era un modelo de relaciones de los hombres y las sociedades entre sí y con la naturaleza, cuya realización ortodoxa iría de la mano de un proceso de destrucción de la naturaleza y de la vida sobre la tierra.
Buscando las raíces y las implicaciones del concepto de desarrollo, Castoriadis señala:
"Desarrollo", "economía", "racionalidad", no son más que algunos de los términos que se pueden utilizar para designar ese complejo de ideas y de concepciones, la mayoría de las cuales continúan sin ser conscientes tanto para los políticos como para los teóricos… qué es el desarrollo?, ¿por qué el "desarrollo"?, de dónde viene y adónde va? Como ya se ha indicado el término "desarrollo" comenzó a ser utilizado cuando resultó evidente que el "progreso", la "expansión", el "crecimiento" no constituían virtualidades intrínsecas, inherentes a toda sociedad humana, cuya realización (actualización) se habría podido considerar como inevitable, sino propiedades específicas, y poseedoras de un "valor positivo", de las sociedades occidentales…[3]".
De aquí que la tarea de los países occidentales fuera quitar los obstáculos para el despegue al desarrollo de los países del Tercer Mundo. Las inyecciones de capital extranjero, la formación de polos de desarrollo, el paquete técnico, permitirían a los países atrasados o subdesarrollados avanzar al desarrollo, pero también los hombres debían ser desarrollados, puesto que el desarrollo no es algo que pueda añadirse a las estructuras sociales, sino algo que las cambia, de esta manera lo que se postula es un modelo de sociedad y de relaciones humanas:
"las estructuras sociales, las actitudes, la mentalidad, las significaciones, los valores y la organización física de los seres humanos debían ser cambiados… estas sociedades tendrían que sufrir una transformación global. El Occidente… tenía que afirmar … que había descubierto el modo de vida apropiado para toda sociedad humana" [4].
En realidad se postula el desarrollo como término de madurez de las sociedades y se vuelve una norma natural, como fin hacia el cual las sociedades deberían necesariamente tender, la tecnología aportaría los instrumentos para alcanzar ese fin.
"Así, no puede haber desarrollo sin un punto de referencia, un estado definido que se debe alcanzar; y la naturaleza provee, para todo ser, tal estado"final".
"la emergencia de la burguesía, su expansión y su victoria final marchan al unísono con la emergencia, la propagación y la victoria final de una nueva "idea", la idea de que el crecimiento ilimitado de la producción y de las fuerzas productivas es de hecho la finalidad central de la vida humana. Esta "idea" es lo que llamo una significación imaginaria social."[5]
La aguda crítica al concepto, al mito del desarrollo, realizada por Castoriadis hace veinticinco años sigue teniendo vigencia y completándose con la crítica que desde los países del sur y del este, y desde los movimientos ecologistas, feministas y de derechos humanos del norte y del sur, se sigue haciendo al modelo de globalización neoliberal[6].
En los años sesenta, en el imaginario colectivo latinoamericano, el término promoción fue de alguna manera asociado a la revolución cubana. Desde entonces y por muchos años, el proyecto utópico contuvo un imaginario en un doble sentido: la negación radical de la miseria y de la explotación como futuro, y la afirmación del ejemplo paradigmático de la nueva Cuba.
Por otro lado, se criticó la noción cepalina de desarrollo puesto que daba cuenta de la historia latinamericana subordinándola a los modelos coloniales europeos. En los setenta, las izquierdas latinoamericanas completarán el concepto de desarrollo con la noción de dependencia o de desarrollo dependiente para calificar el conjunto de vínculos históricos, económicos, comerciales, políticos y militares que América Latina había tenido con los países del Norte, como una disimetría inscrita en la estructura misma del devenir de los pueblos latinoamericanos desde la Colonia en relación a España, Portugal, Francia e Inglaterra, y a partir de las independencias de principios del siglos XIX en relación con Estados Unidos e Inglaterra, y desde mediados del siglo pasado hasta la fecha
con los Estados Unidos. Este
desarrollo ha implicado que en nombre del progreso la expoliación de los recursos naturales fuera vista como legítima, la destrucción de la naturaleza y de la vida a nombre de la industrialización y la modernidad fuera incuestionable, en una palabra un conjunto de dispositivos económicos que se inventaron durante la historia reciente han mantenido el atraso y la pobreza en los países latinoamericanos. Todo esto queda encerrado en el concepto de desarrollo dependiente.
La Iglesia católica latinoamericana, reunida en Medellín, Colombia, en 1968, propuso también su lectura del desarrollo a través de la Conferencia Episcopal Latinoamericana reconociendo que nuestros países habían sido históricamente oprimidos y era necesaria una evangelización liberadora.
En 1984-85 la ONU encargó un diagnóstico en relación a la vida en la tierra a la Sra. Bruntland. Al estudio realizado se le llamó: "Nuestro Futuro Común", que añadió en 1987, el concepto de sostenible a la noción de desarrollo, bajo los siguientes términos: "Un desarrollo que satisface las necesidades del presente sin menoscabar la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades."
Después del fin de la Guerra Fría se habló de la década perdida para el desarrollo en América Latina, señalando particularmente el estancamiento en las economías y el deterioro de los niveles de vida de todo el subcontinente.
En las perspectivas de la Cumbre de la Tierra, en 1991, en México, varios grupos ecologistas hicieron pública su crítica al concepto de desarrollo, planteando que sus diferentes connotaciones, a lo largo de muchos años, mantuvieron siempre la prioridad de la economía sobre la sociedad, y que solamente renunciando a la noción de desarrollo se podría poner en el centro la sustentabilidad del conjunto de la sociedad. Entonces se fue ampliando una crítica más radical al concepto mismo de desarrollo como paradigma centrado en la explotación de la naturaleza, en el valor supremo de la máxima ganancia, el mercado y el consumo.
En 1991 se realizó la mayor reunión mundial que haya habido jamás en la ONU: entre 3 mil y 5 mil personas se reunieron en Río de Janeiro representando las discusiones de miles de lugares. Río fue la punta de un iceberg, debajo del cual había cientos, miles de experiencias radicales de qué y cómo hay que hacer para alcanzar las metas. Lo que quedó, lo que se instituyó en Río con grandes dificultades fue sólo una parte.
La reunión de Río fue más un punto de arranque que un punto de llegada en relación a experiencias de sustentabilidad orientadas a conformar nuevas relaciones con el medio ambiente para no hipotecar el futuro de las nuevas generaciones en aras del bienestar actual. Frente a los conservacionistas, se dió un debate por la inclusión de la vida humana en las nociones de sustentabilidad y de medio ambiente. Frente al gobierno de los Estados Unidos y otros gobiernos, la discusión fue en torno al reconocimiento de que la depredación de la naturaleza en el sur y en el este ha sido originada fundamentalmente por los países del norte. Como consecuencia de esto se planteó la firma de medidas mínimas de comportamiento ecológicamente responsable por parte de los países miembros de la ONU.
Varias discusiones se dieron en relación al precio de los recursos, al desequilibrio, a la pérdida de la biodiversidad, y se intentó cuantificar y mercantilizar lo no mercantilizable. Pronto se cayó en cuenta de que el desarrollo sostenible minimizaba el aspecto subjetivo; lo inconsciente, lo cultural, y se precisó que lo ecológico también tenía que ver con lo subjetivo; la enfermedad del planeta está muy relacionada con el patrón individual de consumo; se redimensiona entonces la educación. Se señala también que hay límites donde la ciencia se calla y el racionalismo cede al flujo energético, al mundo de lo invisible, y retoma lo que el cartesianismo había desdeñado: mitos, leyendas, religión, dimensión ética.
La noción de sustentabilidad ganó entonces carta de ciudadanía a nivel mundial, aunque ciertamente con muy diversas lecturas. De entonces a la fecha se han reconocido 52 definiciones distintas de desarrollo sostenible. Lo cual muestra claramente que se trata de un concepto en construcción. Y que sólo a partir de diversas experiencias será posible construir la sustentabilidad.
La sustentabilidad se refiere a un criterio esencial que propone una manera de ser y estar en relación con el mundo en esta vida sobre el planeta tierra, el concepto o paradigma nuevo de la acción y el ser de los hombres en la sociedad y en la naturaleza, comprende al menos seis dimensiones: lo cultural, lo ético, lo socio-político, lo económico, lo tecnológico y lo ecológico.
"Entendemos la sustentabilidad como el objetivo que podría alcanzarse por medio del desenvolvimiento de un conjunto de procesos multidimensionales, socialmente identificados y consensuados, tendientes a mantener el equilibrio dinámico de la biosfera, como condición básica de la reproducción continua y de largo plazo de los sistemas naturales y sociales. Estos procesos deben contar en sí mismos con los mecanismos que aseguren una óptima calidad de vida…[7]"
A partir de entonces el concepto de desarrollo para varias ocpds equivale al de generación de más pobreza para los más pobres. Por eso han preferido emplear el término de sustentabilidad en sus variadas dimensiones: ética, cultural, económica, política, social, tecnológica, ecológica y educativa. Se prefiere hablar de condiciones de sustentabilidad, de autonomías, de biodiversidad, de relaciones armónicas con la naturaleza, de abarcar el ciclo económico completo que incluye producción, distribución, consumo y desecho, de tal modo que existe una responsabilidad sobre la totalidad del ciclo.
La Cumbre del Desarrollo en Copenhague, en 1995, no trató la solución a la pobreza a través de la asistencia sino a través de las condiciones que permitieran a las grandes mayorías ejercer sus derechos sociales, económicos y culturales. La pobreza sólo desaparecería a través de proyectos económicos que combatieran las causas profundas de la misma.
Otro aporte actual, fundamental a la crítica del concepto de desarrollo provino del feminismo, que señala que el desarrollo es un proyecto poscolonial que lleva a aceptar un modelo de progreso que se propuso rehacer el mundo siguiendo el modelo occidental colonizador, cuyo cometido es el sometimiento y explotación, tanto de la mujer como de la naturaleza, ignorando el papel reproductor de la vida que ambas juegan:
"Los conceptos y categorías referidos al desarrollo económico y la utilización de los recursos naturales que habían surgido en el contexto específico de la industrialización y el crecimiento capitalista en un centro de poder colonial fueron elevados al nivel de postulados y aplicabilidad universales en el contexto totalmente diferente de la satisfacción de las necesidades básicas de las poblaciones de los recientemente independizados países del Tercer Mundo…
El desarrollo se redujo a ser la continuación del proceso de colonización; se convirtió en la extensión del proyecto de creación de riqueza en la visión económica del patriarcado occidental moderno, que se basaba en la explotación o exclusión de la mujer, en la explotación y degradación de la naturaleza, y en la explotación y destrucción gradual de otras culturas. El ‘desarrollo’ sólo podía entrañar la destrucción de la mujer, la naturaleza y las culturas oprimidas, razón por la cual, en todo el Tercer Mundo, las mujeres, campesinado y pueblos tribales están luchando por liberarse del "desarrollo" así como antes lucharon por liberarse del colonialismo…
Desarrollo equivale a mal desarrollo, un desarrollo despojado del principio femenino, principio de conservaci
ón, principio ecológico… se roba de forma violenta a la naturaleza (que necesita una parte de lo que produce para reproducirse a sí misma) y a la mujer (que necesita una parte de lo que produce la naturaleza para producir medios de subsistencia)… que a este tipo de productividad se lo haya vuelto invisible no le quita su carácter esencial para la vida, sólo refleja la dominación de las categorías económicas del patriarcado moderno que sólo ven el lucro, no la vida…"[8]
No obstante estas severas críticas al concepto de desarrollo, en esta investigación hemos querido seguir utilizando el concepto de organizaciones civiles de promoción del desarrollo (ocpds) porque históricamente refleja de manera muy cercana la identidad y el nivel de autocomprensión y apropiación de su misión y quehacer por parte de la mayoría de las redes de ocpds del período analizado. Independientemente de esto, la búsqueda de una denominación que tome en cuenta criterios de sustentabilidad y de género está hoy instaurada plenamente en las mismas ocpds.
Los caminos diversos de la sustentabilidad están abiertos a las redes de ocpds como un camino que apenas empiezan a recorrer, pero no se trata de un cambio simple de discurso o de denominación de las cosas, sino de implicaciones de un camino donde la reconceptualización lleva a conformar otro paradigma de las prácticas sociales realizadas, que parte de nuevos vínculos con diversos actores sociales, de inclusión de todos los seres vivos en una perspectiva ética, democrática, social, económica, política y cultural. Tomando estas dimensiones, la acción para la sustentabilidad genera una estrategia de fortalecimiento de las capacidades propias, de cada individuo, familia, comunidad, municipio. De esta manera los individuos y comunidades van construyendo poder social no opresivo.
Notas
[1] Castoriadis, Cornelius. "Reflexiones sobre el "Desarrollo" y la "Racionalidad", en: El Mito del Desarrollo. España, Kairós, 1980, pp. 183-223.
[2] Castoriadis, C., op. cit. pág. 187.
[3] Castoriadis, Cornelius., op. cit., págs. 188-189.
[4] Ibid. pág. 190.
[5] Ibid. pág. 192 y 193.
[6] Castoriadis continúa una reflexión más puesta al día sobre las consecuencias actuales de la racionalidad occidental, particularmente en el capítulo titulado: "¿Camino sin salida?, págs. 37 a 58, donde aborda la problemática de la tecnociencia. Castoriadis, Cornelius. El mundo fragmentado. Altamira-Nordan Comunidad, Capital Federal, Argentina, 1990.
[7] Aguilar, Margot. "De los múltiples desarrollos", Siguiendo las huellas, Edición en preparación, México, 1996, pp. 34 y 35.
[8] Shiva, Vandana. Abrazar la vida. Mujer, ecología y supervivencia, horas y Horas, Madrid, 1995, pp. 29-33.
Datos para citar este artículo:
Rafael Reygadas Robles Gil. (2006). 2.5 Los avatares de la noción de desarrollo. Revista Vinculando, 4(1). https://vinculando.org/sociedadcivil/abriendo_veredas/25_nocion_desarrollo.html
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