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La cultura: un camino posible hacia la transformación del ser social

Autor(a): Luis Enrique Franco Maita - 9 Sep, 2019
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En el contexto de su devenir histórico, la humanidad ha desarrollado múltiples formas de participación a través de sus prácticas sociales, desde aquí, el factor humano ha proyectado desarrollarse como un organismo consciente en relación a su medio ambiente socio-natural. Estas prácticas, en manos de los actores sociales, han configurado un conjunto de principios activos de gran relevancia en el proceso evolutivo humano. Principios que se convocan en un espacio de naturaleza dialógica, constituyéndose en factores que se crean, arraigan, incorporan, extienden, se re-crean y se transforman; en constante dinamismo y comunicacionalidad, con incidencia en los contextos socio-naturales, de modo que actúan en, con y para ellos, haciéndolos transformar y transformarse. Estos procesos sociales, de carácter simbólico, dinámico y progresivo, van configurando el sustrato cultural de los diferentes grupos sociales, instituyéndose al mismo tiempo, como modos eficaces para la innovación social. Todo ello, va conformando la dimensión cultural, al tiempo que otorga significancia a la cultura. Por tanto, la cultura se erige como categoría en un constante proceso de construcción-reconstrucción.

El mundo actual pareciera estar enfrentando fuertes cambios, dejando asomar la necesidad de nuevas disposiciones; brotando así, un nuevo orden de paradigma social. La puesta en escena de procesos como la globalización, la fuerza que cobra actualmente el concepto de sociedad civil, el destrozo del equilibrio en los ecosistemas mundiales, entre otros elementos, surgen como una invitación a posesionarse de modos otros de creación y gestión en torno a lo político, lo económico, lo cultural; puesto que los referentes socio-económicos y culturales propios de la sociedad industrial, van haciéndose estériles, lo cual determina que el ámbito social y sus situaciones se encaminen hacia procesos de transformación, y adquieran una nueva dimensión cultural en el contexto de una nueva naturaleza en la emergente sociedad del conocimiento.

Visto así, la cultura representa un proceso en constante dinamismo, ella se crea y se re-crea continuamente mediante una íntima comunión de los actores sociales con el paisaje, el cual constituye atributos culturales. Por tanto, la cultura germina y se levanta como constructo social que, al mismo tiempo, ofrece elementos de valor para aproximarse a una comprensión de lo real-social. Ella se expone en universos comunicacionales, donde múltiples formas permiten que el mensaje expuesto en el paisaje se configure en una creación cultural, lo cual a su vez representa aspectos adicionales al sustrato cultural de los pueblos.

Es indiscutible que una condición relevante del ser es su estado biocultural, a decir de Morín (2006), “El individuo humano, en su autonomía misma, es al mismo tiempo 100% biológico y 100% cultural” (p. 21). En este sentido, lo biológico y lo cultural, no representan dimensiones autónomas, ambas establecen y guardan correspondencia, comulgando íntimamente en un acto que bien pudiera asociarse con lo que el mismo autor señala como “religación”. En tal sentido, el individuo estaría caracterizado por dos dimensiones básicas; por un lado, la dimensión natural o biológica, por el otro, la dimensión cultural, la cual comporta un proceso de aprendizaje en el contexto de lo real-social. De aquí, la dimensión biocultural estaría demandando un análisis diligente, con base en las necesidades de cambios sociales, encausados hacia un desarrollo cualitativo que estimule y accione un comportamiento práctico del ser ante sus realidades concretas, de modo que, la humanidad bosqueje una nueva visión-tierra, en procura de proyectar efectivos-afectivos modos de vida en el planeta, en un estado de religación ético-estética-emotiva-espiritual.

Siguiendo a Morin (1997), el autor señala que, “El proceso biocultural es un proceso recomenzado sin cesar que, a cada rato se rehace para cada individuo y para toda sociedad”. Desde estas perspectivas, se proyecta a la sociedad como una organización cultural en constante cambio, se renuevan las formas de vida y el ser social recomienza, constantemente, los modos de interacción con los demás miembros de su grupo y con su entorno real-social-natural. En este sentido, este paradigma biocultural, se estaría orientando hacia un modo otro de comulgar con el mundo y las múltiples relaciones, tanto macro como microestructuturales que en él se engendran, relaciones estas donde el ser socio-construye, gestiona y usa bienes culturales en constante dinamismo y mediante procesos de interacción de naturaleza dialógica, donde priva la racionalidad del ser. Por tanto, a decir de Flórez (2005) “… la cultura es también ejercicio de la racionalidad del hombre…”, (p. 38).

Históricamente, la cultura se ha instituido como un sistema de valores, normas, modos de vida, conocimientos, formas del pensamiento, actitudes, aptitudes, entre otros modos propios de lo humano. Generalmente, este sistema se ubica en dos contextos: Por un lado, los procesos de interacción social; en segundo lugar, en la exégesis que, fundamentándose en la cognición humana, hace el ser de su paisaje, lo cual debería guardar correspondencia con una perspectiva ético-estética-emotiva-espiritual. De tal modo que, todo proceso de socialización resulta fundamental en el proceso de producción cultural. Por otro lado, el sustrato cultural estaría otorgando naturaleza al diseño de los modos de interacción social y de aprendizaje de los mismos (la enculturación del ser), haciendo de la cultura un constructo humano, nacido del contexto de las necesidades humanas, capaz de propiciar una visión integrada del paisaje social-natural, posibilitando un análisis crítico de las realidades que le configuran. Cabe señalar que, en los primeros intentos por definir el término cultura, este fue expuesto como un concepto subjetivo, por tanto, se entendió desde las perspectivas del cultivo de un ser social o el cultivo de un grupo social. No obstante, en el transcurrir del siglo XVIII, se proyecta una dimensión objetiva de la misma.

En este contexto Gómez (s/f) citando a Tylor (1871) señala: “La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridas por el hombre como miembro de una sociedad” (s/p). A estos señalamientos pudiera añadirse que, ese todo complejo es producto de un proceso de creación, expuesto desde las necesidades del individuo, para ser aprendidas, aprehendidas y gestionadas en el contexto de los grupos sociales. Por otro lado, al hacer mención al sentido etnográfico, pudiera pensarse en los significados de la cultura, a fin de detallarlos como aspectos culturales significativos en un contexto de espacio-tiempo social, más allá de una mirada reduccionista, que la piensa en el contexto de un limitado grupo de acciones propias de los actores sociales en la armazón de sus prácticas. En este mismo orden, Woods (2001), en relación a la etnografía, señala: “Se propone descubrir sus creencias, valores, perspectivas, motivaciones y el modo en que todo eso se desarrolla o cambia con el tiempo o de una situación a otra” (p. 18). En este sentido, se estaría frente a los significados de los aspectos culturales, en representación de las ideas que desembocan en la producción social de la cultura, partiendo del análisis de aspectos asociados a lo simbólico-social y al sentido que el ser social otorga a sus prácticas; tal vez, esto estaría posibilitando la apertura a una visión más acabada de los modos de pensar la cultura.

El señalamiento de Woods, bien pudiera encontrar justificación en lo expuesto por el mismo Tyler, quien señala: “La condición de la cultura entre las diferentes sociedades de la humanidad, en la medida en que es capaz de ser investigada sobre principios generales, es un tema apto para el estudio de las leyes del pensamiento y de la evolución humana”. Por tanto, pudiera pensarse que excluir la dimensión cultura de los procesos sociales y sus actores, conduce a sub-valuar tales procesos y por ende a sus actores en sus funciones cognitivas, en cuanto a sus modos de pensar, sentir y crear la cultura y los procesos evolutivos que se desarrollan desde estos modos, lo cual conduce a la consolidación del sustrato cultural, en el contexto de los procesos sociales constantemente en curso.

Pensar e interpretar la dimensión cultural en el contexto de su significado sociedad-mundo, tal vez conduzca a un complejo ejercicio hermenéutico de interpretación de las prácticas sociales, la creación de bienes culturales que de ellas se deviene y lo significativo de estos bienes para los actores sociales; junto a los modos de gestión de los mismos. Visto así, la cultura se funda como un acontecer de simbolismos que, históricamente, ha apuntado hacia un proceso de creación social, al tiempo que nace en su seno; caracterizado por múltiples interacciones expuestas a través de prácticas desarrolladas en el paisaje socio-natural, al mismo tiempo, estos modos de interacción múltiple, resultan en un abanico de dimensiones, abarcando lo político, lo económico, lo intelectual, entre otros espacios. En este sentido, pudiera pensarse la dimensión cultural desde las perspectivas de la conciencia histórico-social del ser, desde aquí, se estarían proyectando elementos significativos en el contexto de lo humano y sus múltiples interacciones, asumiendo el concepto de desarrollo y los procesos evolutivos, como determinantes en la creación de los bienes culturales. En este orden, el ser social en su dimensión biocultural, estaría otorgándole sentido y trascendencia a la creación cultural.

Parafraseando a Malinowski (1941), citado por Linton (2015), la cultura se proyecta como una función social, la cual no puede ni debe ser declinada de toda organización social. Vale decir que, este proceso se corresponde con una interacción dialógica ser social-necesidades, estas necesidades surgen de la dimensión biológica del ser, de su dimensión social y de su íntima comunión con su ambiente natural. Desde estas perspectivas, la cultura resulta una respuesta a las necesidades esenciales en el contexto de lo humano, para Malinowski, la cultura está indefectiblemente ligada a las necesidades del ser. Por tanto, la conducta individual-social es sustancialmente cultural, sin que revista importancia el papel que se desempeñe, pues, este también está explícito en la misma cultura.

En este mismo orden, Ramírez (2009), citada por Linton (2015), señala: “Entiendo la cultura como el proceso no lineal de creación y reorganización, descripción y redescripción colectiva de las condiciones de existencia (en las que incluyo el significado) de los seres humanos” (s/p). Toda cultura comporta un grupo social que la crea, la nutre, la reinventa, y le otorga significado, en este sentido, en el contexto de la dinámica evolutiva contemporánea, reinventar la cultura pareciera invitar las miradas hacia nuevos modos de creación y gestión de políticas culturales, las cuales deben estimular un efectivo-afectivo desarrollo social. Desde aquí, la cultura como constructo social, estaría perfilándose como elemento de transformación del ser social tanto en lo individual como en lo colectivo; de modo que, este proceso de reinvención cultural bien pudiera corresponderse con la reorganización y redescripción expuestas por Ramírez, y toca al paradigma de la sociedad en progreso, el cual encuentra en el paisaje, escenarios fecundos donde desplegarse. En este sentido, se estaría frente a una re-potenciación de la cultura en el contexto de lo social, asumido este proceso desde la democratización de las políticas culturales, las cuales deberían apuntar hacia la formulación de acciones capaces de potenciar la transformación del ser social desde su dimensión biocultural.

En este mismo orden, Prieto (1985), señala que en la cultura “… están contenidos los modelos para situaciones nuevas y cambiantes o los elementos para formar esos modelos…” (p.27). desde estas perspectivas, se precisa una re-configuración de los modelos que habrán de imperar en cada sociedad en su particularidad y en su dimensión tiempo-espacio, determinando de tal manera sus bienes culturales y el fin de los mismos en un momento histórico expreso. Vale decir que, el fin de la cultura vendría determinado por el razonamiento, la trascendencia y la categorización que el ser social otorgue a ella en el contexto de las prácticas sociales que, a su vez, se constituyen en escenarios para la producción cultural, de aquí que la cultura se constituye en constructo humano, capaz de potenciar la transformación social desde esos nuevos modelos, en la medida que el individuo, desde su dimensión biocultural, la produce y la evoluciona.

La cultura representa un conjunto de significados creados y aprendidos por el ser social en su condición de animal cultural, obviamente, ella se nutre en el contexto de lo real-social-natural del ser, por tanto, no se precisa como un algo aislado de su medio ambiente, de lo eco-cultural. En ese medio ambiente, se crea y re-crea la dimensión cultural del ser social, lo cual pasa por un proceso de aprendizaje, se trata pues, de la enculturación de los patrones culturales que deben ser aprendidos e incorporados, con el objeto de procurar y mantener un equilibrio social. Por tanto, la enculturación representa un proceso de aprendizaje, cuyo objeto se centra en la enseñanza de todo lo que puede ser considerado productivo o improductivo para el desarrollo social; de modo tal que, los sujetos sociales tengan las herramientas básicas para su vivir y convivir, hacer y aprender en el contexto de la dimensión cultural en la cual se inscriben. Vale decir que, este proceso de aprendizaje gravita en torno a un conocimiento general del medio socio-natural donde se circunscribe el ser, en correspondencia con el desarrollo de una conciencia histórico-social, puesto que, aquí radica el sustento de la dimensión cultural propia de cada contexto.

En relación a la conciencia histórico-social que debe sustentar toda dimensión cultural, esta debería fundarse sobre la base de un pensamiento complejo, desde donde se asuma una postura crítico-reflexiva de las realidades, desde allí, se estarían creando espacios de discernimiento en torno a lo probablemente productivo y lo probablemente improductivo para la sociedad en su conjunto. Considerando el pensamiento como una actividad psíquica, el hecho de precisar a través de él lo culturalmente productivo y lo culturalmente improductivo, bien pudiera vincularse con aspectos de lo que a decir de Morín (2006) representa la cultura psíquica, la cual se expone como “…una higiene existencial que mantiene una consciencia en vigilancia permanente.” (p.105).

En tal sentido, se tiene que desde esa vigilancia permanente, en el contexto de la conciencia histórico-social, el ser estaría en posibilidad de determinar lo realmente productivo y lo absurdamente improductivo, de manera tal que, desde aquí se estaría otorgándole al pensamiento crítico-reflexivo una concepción metodológica, en el proceso de socio-construcción del sustrato cultural fundamental a una sociedad determinada. Es aquí donde la cultura psíquica estaría posibilitando crear los elementos culturales necesarios para desarrollar “el amor a vivir y el vivir de amor” (Morín, 2006, p.110). Es decir, desarrollar tendencias hacia lo realmente productivo para el ser social en su individualidad y en colectivo. Allí, tal vez yacen las bases de la transformación del ser social, desde su dimensión biocultural, en la consolidación de un horizonte cultural que proyecte al ser como un ente proactivo capaz de aproximarse, hasta alcanzar los campos de la creatividad para propiciar los cambios necesarios, mediante el desarrollo de ideas nuevas e innovadoras.

En este contexto, Betancourt (s/f), sostiene que en toda dimensión cultural, las formas del pensamiento adquieren un valor universal, para la autora, desde estas perspectivas “… el hombre no se ve como un sujeto pasivo, sino como constructor de sí mismo, un participante consciente en el proceso de transformación de la sociedad.” Por tanto, pareciera hacerse necesario que el ser social aprenda, desde el pensamiento complejo, a problematizar sus realidades para reconocerlas y desentrañarlas, haciendo de la cultura un todo como parte de su existencia y su ser. Siendo así, la dimensión cultural se erige como un proceso de conocimiento de lo social-natural, el cual, junto a la interpretación de las realidades, habrán de permitirle al ser plantearse posibles modos de transformación de ´sí mismo y de su contexto, esta aserción estaría cobrando fuerzas desde lo establecido por Betancourt, quien señala que: “La cultura es el hombre mismo que abarca desde su raíz fundacional y se mantiene en el tiempo, en carácter transformador de una sociedad”. Por tanto, la cultura en poder del ser social, representa un medio capaz de posibilitar la creación de nuevos paradigmas, encaminados al desarrollo profundo y razonable de la humanidad; un desarrollo emancipador; lo cual se corresponde con acertadas políticas culturales, capaces de consolidar las bases para una gestión cultural orientada a responder a las transformaciones sociales en el contexto de las sociedades emergentes, una gestión que proyecte un imaginario perceptible de hacerse realidad.

Desde estas perspectivas, hablar de transformación social pasa por hacer frente al tema de la cultura, haciéndose énfasis en la íntima comunión existente entre ella y las dimensiones económica, política, social. En este punto, la cultura debe perfilarse como vehículo capaz de desarticular las desigualdades sociales, consolidando desde su dimensión una sistematización de caracteres sociales, desde donde se proyecten escenarios que posibiliten relaciones equilibradas y democráticas. Esto implicaría asumir la cultura como elemento de expresión de desarrollo cultural; que haya trascendencia hacia la innovación creativa y su potencial socio-económico, así como el protagonismo activo y sistematizado del ser social en su concepción proactiva y sus organizaciones, en los procesos de socio-construcción, gestión y uso de bienes culturales desde una visión multidimensional, lo cual estaría proyectando las acciones del ser hacia grandes desafíos en el proceso de crear bienes culturales desde estas estructuras. En tal sentido, se proyectarían nuevos paradigmas culturales y se estarían creando las bases para una visión compartida de lo social y todo lo que le comporta, impulsándose así un desarrollo profundo y razonable.

Pensar la cultural como elemento transformador, supone criterios constitutivos, desde aquí se estaría posibilitando la configuración de nuevas formas de conducta y un andamiaje de acciones destinadas a otorgar significado a la verdad, a la justicia, a lo ético-estético-emotivo-espiritual, entre otras dimensiones que determinan el vivir-convivir, considerando en ello principios universales. En tal sentido, se proyecta un significado social-universal de la cultura, este significado determina un patrón de conducta cultural en el ser, sustentado en la intención subyacente en los criterios constitutivos que determinan los elementos nacientes. Las nuevas formas. En tal sentido, el sujeto social está llamado a reconocer las intenciones presentes en las formas de conducta socio-construidas desde la motivación a la transformación y los cambios necesarios, y del significado de estas acciones correspondientes a la nueva dimensión cultural.

En síntesis, paralelamente a una definición, al término cultura le corresponde una significación. Tal significación cultural, quizás pudiera encontrar eco en lo señalado por Flórez (2005), “…la cultura, como la ciencia, es también ejercicio de la racionalidad del hombre…” (p. 38). Justamente, se parte de la racionalidad para asistir a lo que representa la actividad creadora del raciocinio del ser, tanto en su individualidad como en colectivo. Es esta racionalidad la que permite una significación cultural, una aproximación a ideas concretas que hacen interpretable la dimensión cultural como elemento de transformación y cambio, permitiendo un acercamiento entre los patrones culturales y la realidad.

Vale decir que, en el contexto de la dimensión cultural, el aprendizaje representa un factor de desarrollo y de cambios prácticos, desde tal proceso se proyecta la socio-construcción, gestión y uso de conocimientos que, como un bien cultural, debe cualificarse de modo tal que posibilite acciones de cambio en el ser social. Estos cambios representan diversos modos de transformación, permitiendo nuevo dimensionamiento y un desarrollo que resulta en un crecimiento cualitativo, y una autentificación cultural en atención a las transformaciones que demanda la sociedad. Por tanto, la significación cultural, a decir de Martínez (2007), establece las bases para la construcción y ampliación de los aprendizajes; desde ahí, se estarían constituyendo los modos que hagan posible responder a la demanda de cambios determinantes de una re-definición de la conducta cultural, para contribuir en los procesos de innovación social.

Por tanto, ante las demandas de cambios en la sociedad (de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento) la dimensión cultural debe ser sujeto y objeto de reflexión, de modo tal que se erija como un crecimiento cualitativo, garante de una efectiva-afectiva capacidad de respuesta del ser social ante la multiplicidad y complejidad de los eventos propios de sus situaciones reales. Para la sociedad actual, los requerimientos deben apuntar hacia las exigencias de una revisión y un cuestionamiento de las dimensiones económicas, políticas, culturales, sociales, en atención a la necesidad de una evolución compleja y sistematizada en el conjunto de bienes culturales, de modo tal que, se proyecte una re-descripción y una re-organización de orden significativo-significado en las condiciones de vida de los grupos sociales, al tiempo que se otorgue ligazón entre las acciones emprendidas y el sentido y entendimiento que se tenga de estas. Desde aquí se estaría dando significación a los valores que motiven cambios en el contexto de la dimensión cultural.

En tal sentido, ese proceso inacabado, dinámico y cambiante, pudiera asumirse desde su significado; ajustado a paisajes que apuntan a un mundo en constante evolución, como un todo en “permanente reproducción social”. Esta reproducción permanente, sirve para cambiar las cosas, para provocar transformaciones amplias, mediante procesos de construcción y re-construcción dinámicos y dialógicos. En este orden, Subirats (s/f), sostiene que “la cultura es un concepto que se construye y reconstruye socialmente”. Vale decir que, en ese dinamismo de construcción-re-construcción, se cultiva un proceso de evolución cultural, lo cual posibilita la creación de nuevos aprendizajes organizacionales, en el contexto de lo social-natural, capaces de potenciar las transformaciones sociales. La creación de un nuevo sustrato cultural para vivir en él, sin estigmatizarlo, para actuar con él en comunión perfecta, cual íntima comunión con Dios. Para potenciar, desde su dimensión, las transformaciones necesarias en el contexto evolutivo de lo humano que se es hacia lo realmente humano que se debe ser.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Flórez, R. (2005). Pedagogía del Conocimiento. Bogotá. Mc Graw Hill.
  • Morin, E. (2006). El Método 6. Ética. Madrid. Ediciones Cátedra.
  • Prieto, L. (1985). Principios generales de la educación. Una educación para el . porvenir. Caracas, Monte Ávila Editores. C.A
  • Woods, P. (2001). La escuela por dentro. La etnografía en la investigación educativa. Barcelona, España: Paidós.

Fuentes Electrónicas

  • Betancourt, J. La cultura de los pueblos como instrumento de transformación social en su relación hombre-sociedad-naturaleza. Disponible en: http://elnuevodia.com/
  • Carrasco, S. (2006). MEDIR LA CULTURA: Una tarea inacabada. Disponible en:
  • Collazo, R. (2017). Cultura para la transformación social. Disponible en:
  • Gómez, E. Introducción a la antropología social y cultural. Disponible en: https://ocw.unican.es/
  • Guerrero, E. (2014). La cultura del hombre. Disponible en: https://es.slideshare.net/
  • Linton, R. (2015). ¿Qué es la cultura? Disponible en: http://antropologoprincipiante.com/
  • Martínez, A. Significación cultural. Disponible en: www.redalyc.org/
  • Morin, E. (1997). La unidualidad del hombre. Disponible en: www.gazeta-antropologia.es/
  • Subirats, J. Los grandes procesos de transformación social. Algunos elementos de análisis. Disponible en: https://ddd.uab.cat/

Datos para citar este artículo:

Luis Enrique Franco Maita. (2019). La cultura: un camino posible hacia la transformación del ser social. Revista Vinculando, 17(2). https://vinculando.org/sociedadcivil/la-cultura-un-camino-posible-hacia-la-transformacion-del-ser-social.html

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