El machismo visto como una forma de culto a la virilidad (Fuller, 1995; Stevens y Soler, 1974) yace como el hombre, el ‘varón‘, el ‘macho‘, aquel ser que simplemente por sus condiciones biológicas se cree y considera superior ya sea por: identidad, ideología, costumbre, tradición, o simplemente por la herencia legada por los antepasados, como lo plantea Octavio Paz (1993) en El laberinto de la soledad específicamente en el fragmento denominado “Máscaras Mexicanas”.
La condición de “hombría” se forjó en una cultura atareada post período de indios y españoles por los contextos socioeconómicos y realidades previstas a partir del ente popular, aquel lenguaje y vaticinio predictivo de defensa hacia lo externo. Paz (1993) contextualiza a la “hombría” como el no “rajarse”, el jamás “abrirse” cultura propia del ser latinoamericano.
En este sentido, y bajo la visión machista la mujer es parte de la iniquidad por el hecho de ser quien ser entrega (en terminología cotidiana en cuerpo), se las percibe (erróneamente) como seres con inferioridad constitucional por su sexo(1) y es una herida que posee la llaga abierta pero que resulta difícil de ser sanada o cicatrizada por el recelo histórico, con un peso tenebroso que han tenido que cargar en su espalda (Paz, 1993)
Las relaciones entre aquellos que se creen la raza superior o el que jamás se raja concluyen siendo metafóricas pero a su vez inverosímiles, son conexiones enmarcadas por el recelo, el conflicto, la connotación de no entregarse o crear confidencialidad entre hombres porque eso significa abrirse, no compenetrarse en su razón de ser, por la gnosis a la cual fueron llamados a una disposición innata de luchar, estar en permanente combate y cuidarse plenamente de lo externo que tanto lo enajena pero que lo llena de orgullo o en tecnicismo valentía feroz que contiene raíces de dignidad (Paz, 1993).
La herencia tanto de indios y españoles permitió en América Latina que se establezca algo real y llevar a desplegar en normalidad las relaciones sociales entre el hombre y la mujer como consecuencia de la defensa hacia lo externo, pero como una asignación hacia la moral creada por el hombre puesto que como lo corrobora Paz (1993) la mujer (es vista) como el reflejo de la voluntad y el querer masculino es decir, la mujer trasmite o conserva pero no crea valores bajo la contextualización de hombría.
El hombre es hermético, intocable, compuesto a diestra para afrontar con sus virtudes en conflictos de lucha de vida, símiles a la guerra y la adversidad (permanente confrontación) pero su instinto, no le permite amilanarse pero si, resignarse como una virtud popular puesto que, “siempre” luchó a la adversidad, cosa que, vista desde la herencia machista, para una mujer podría ser no visible; las generaciones a través de un modelo tradicionalista aprueban que la mujer se raja y es ínfima a la circunstancia de batalla, bajo una visión histórica-cultural completamente desacertada (Paz, 1993).
Existe desde la colonia un vacío representacional como el hombre= macho y mujer=virgen que aflora con normalidad en Latinoamérica, donde Stevens (1974) afirma que las propias mujeres habrían desarrollado una ideología paralela a la masculina que revierte la suposición de la superioridad masculina y explica el por qué las mujeres aceptan el machismo de los hombres y su supuesta situación subalterna. Lo cual delimita una connotación problemática aún mayor, por la aceptación y resignación una especie de alienación sexual hacia ideales y seguimientos culturales creados a través de la historia.
Como deducción y aprendizaje el machismo ha sido el fruto de un proceso histórico heredado desde época de los indios y españoles que generaron en América Latina una cultura de superioridad más allá de identidad, a la formación de normalidad de la problemática como respuesta a la protección de lo externo.
El hombre constituye un ser superior a la mujer en virtud a la aceptación social a lo hermético y la adopción de connotaciones diversas como el no abrirse o no rajarse y la mujer se adoptó por sólo reflejar voluntad a lo dispuesto.
No obstante, el machismo forma una sociedad inequitativa que no responde a la defensa sino a lo absurdo visto que por cualidades, visiones y perspectivas los derechos igualitarios al sexo fomentan y abren oportunidades para desarrollar las verdaderas sociedades y la fuente principal para atacar este problema es fomentando cultura desde el aprendizaje de derechos sin importar condicionalidades.
Notas
- El sexo visto desde una perspectiva biológica-natural, pese a la noción de género desde una construcción y lucha forjada a la defensa cultural. El género dependiendo la tendencia puede crear patrones y expectativas de comportamiento, mientras que el sexo como tal por diferencias biológicas trae inmerso en si por la historia latinoamericana el machismo impregnado.
- Escritos dedicados a mi madre Gisela y mi hermana Lina, las que verdaderamente no se rajan!
- El autor es economista de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Maestría de Investigación en Economía del Desarrollo (c). [email protected]
Referencias bibliográficas:
- Fuller, Norma (1995). Acerca de la polaridad marianismo machismo. Arango, Luz Gabriela; León, Magdalena y Viveros, Mara: Género e identidad, ensayos sobre lo, femenino y lo masculino, Editores Tercer Mundo SA, Ediciones Uniandes, Programa de Estudios de Género Mujer y Desarrollo, Bogotá.
- Paz, Octavio (1993). El laberinto de la soledad (Vol. 346). Madrid: Cátedra.
- Stevens, Evelyn, & Soler, Martí (1974). El marianismo: la otra cara del machismo en América Latina. Diálogos: Artes, Letras, Ciencias humanas, 10(1 (55), 17-24.
Datos para citar este artículo:
Sebastián Londoño Espinosa. (2023). El machismo como herencia adquirida en Latinoamérica. Revista Vinculando, 21(1). https://vinculando.org/articulos/el-machismo-como-herencia-adquirida-en-latinoamerica.html
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