La discriminación consiste en dar un trato diferenciado a personas afectando sus derechos. Supone beneficiar a unos y perjudicar a otros sin más motivos que la diferencia. La discriminación de género, grosso modo, se basa en el trato desigual con base en el sexo de la persona. En la vida cotidiana, estas conductas son reforzadas desde varias instituciones (política, educativa, religiosa, etcétera), Por lo que, en parte, proviene desde lo ya escrito, lo normado, lo regulado, que se va sedimentando y va produciendo formas de ser.
Sin embargo, la posición que adopta el sujeto responde a un juego de representaciones e identificaciones que se construyen desde el sujeto mismo y se manifiesta en una sociedad y viceversa. Estas representaciones e identificaciones se pueden llevar al juego de la discusión social. Judith Bottler para abordar la discusión sobre género y feminismo desencializó (Válgame la expresión) el concepto de sexualidad y género, puso en crisis la categoría de “mujer” y llevó el significante a un juego político. ¿De qué tipo de mujer se está hablando? ¿se discute sobre la mujer que tiene como “esencia” la maternidad, la vida íntima de la familia y pertenece al mundo de las emociones?
Si bien un análisis crítico del discurso hace inteligible cómo es que los discursos orales y escritos reproducen la discriminación, el abuso de poder, la dominación o la desigualdad en cuanto a derechos sociales, en algunas ocasiones se busca cambiar tal situación apelando discurso mismo. Por un lado, de acuerdo con Perez (2011):
Una de las formas más sutiles de transmitir esta discriminación es a través de la lengua, ya que ésta no es más que el reflejo de los valores, del pensamiento, de la sociedad que la crea y utiliza. Nada de lo que decimos en cada momento de nuestra vida es neutro: todas las palabras tienen una lectura de género. Así, la lengua no sólo refleja sino que también transmite y refuerza los estereotipos y roles considerados adecuados para mujeres y hombres en una sociedad… Este androcentrismo se manifiesta gracias a la desigualdad en el orden de las palabras, en el contenido semántico de ciertos vocablos o en el uso del masculino como genérico para ambos sexos. Haciendo referencia a este último, hay que señalar que lo que no se nombra no existe y utilizar el masculino como genérico ha invisibilizado la presencia de las mujeres en la historia, en la vida cotidiana, en el mundo (7 y 16).
Por otro, el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), declara que “en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a los colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, que no debe verse con posibilidad discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva… [Sin embargo] cuando la oposición de sexos es un factor relevante en el contexto es necesaria la presencia explicita de ambos géneros…” (p. 311).
Pero, apelar al discurso político para combatir la discriminación, podría no ser el camino más adecuado, para solucionar el problema. Si bien, Van Dijk (2001) considera que el discurso tiene un poder performativo, podría en discusión el poder de éste para revertir el problema a partir de descubrir el dispositivo por el cual se establece la diferencia o la opresión y a partir de estos, empezar una batalla discursiva.
La discriminación en cualquiera de sus formas es reprobable. Pero, el punto es: ¿por qué denunciar objetivando la discriminación? ¿por qué declarar que no ha sido nombrado lo diferente con el propósito de silenciarlo históricamente?. En la opinión de Scott (1992) ésta no es la mejor estrategia, ya que “se asume que las personas son discriminadas porque ya son diferentes, cuando la realidad (…) es al revés: la diferencia y la aparición de identidades diferentes son producidas por la discriminación, un proceso que establece la superioridad, lo atípico o lo universal de algunos en términos de la inferioridad, la particularidad de los otros…” (14).
Esto es, resulta paradójico, que si la mujer habla desde la condición de exclusión, de oposición o desigualdad, indudablemente, opera un acto de autoreconocimiento y legitimación del poder del otro que la invalidó y que la hace invisible, esto por un lado y, por otro, reafirma una identidad de la cual quiere apartarse, esperando que el otro ( genero masculino) mueva su posición de sujeto, y se haga a un lado para permitirle ocupar un espacio, en función de que reconozca su identidad y que curiosamente, en algunos casos, se parece mucho a la de ese sujeto que considera como opresor y que dicho al calce, pone en crisis la identidad del opresor mismo.
Sin embargo, las identificaciones corresponden a la esfera imaginaria
“…son la sedimentación del nosotros en la constitución del cualquier “yo”, la presencia estructurante de la alteridad y la formulación misma del “yo”, las identificaciones nunca se concretan plena y finalmente; son objeto de una incesante reconstitución, y como tales, están sometidas a la lógica volátil de la iterabilidad” (Butler, 2002: 159)
Wittgenstein (1988) considera, en un momento de su obra, que la base de las representaciones cognoscitivas se encuentra determinadas por enunciados a los que los hablantes asignan el valor de certezas y que, como tales, no pueden ponerse en cuestionamiento. Sin embargo, Wittgenstein no considera que a estas certezas pueda atribuírseles el valor de verdades a priori.
Declara que el establecimiento de esa validez epistémica depende, en algunas ocasiones, de que se satisfagan determinadas condiciones generales, como que estemos en situación de conocer. Otras veces, no parece posible trazar una delimitación precisa entre lo que es válido y, lo que no lo es, entonces parece ser que todo depende de la situación, de encontrarse situado en el contexto de un juego de lenguaje. Es decir, depende del uso que los hablantes hacen de éste, para presentar posibles estados de cosas y representar su mundo.
Siguiendo a Wittgenstein, se puede ejemplificar mediante una situación en la que se encuentra un hombre que está construyendo una pared y dice a alguien ‘dame un ladrillo’ y luego lo coloca en un lugar específico en la construcción. Haciendo un análisis de lo sucedido, podemos decir que el primer acto es lingüístico, en tanto que el segundo es un comportamiento y además, se hace uso de cosas. Sin embargo, es fácil percibir que todo está conectado como parte de una sola operación. Evidentemente se refiere a una noción de discurso, relacional, diferencial, abierto, incompleto y precario. Ahora bien, no debe dejarse de considerar que también están en juego los rasgos supra-segmentales, que ayudan en el proceso de significación aportando aspectos como el tono, entonación, voz, manera, forma, etcétera.
Este momento relacional de la operación total no puede ser solo lingüístico o extralingüístico, puesto que están en el acto participando los dos aspectos. Por tanto, la acción social se constituye bajo la forma de secuencias discursivas que están articuladas mediante ambos elementos. Las relaciones sociales invariablemente conducen a un conjunto de lógicas relacionales. Es una combinación de elementos sintagmáticos que confieren una particular forma de entender el hecho, pero que, a decir de Buenfil (1996), no suturan su sentido, sino que se permite la ambigüedad del lenguaje, en tanto que, solo es forma y no substancia.
De acuerdo con Benveniste (1978), el lenguaje está organizado de tal manera que permite a cada locutor apropiarse de la lengua entera, designándose como un Yo que se establece como un centro de referencia espacial y temporal.
Como Humbolt en Lafont (1993) afirma:
Para dar cuenta de la constitución de ese mundo unitario garante de la objetividad de la experiencia de los sujetos ya no se puede recurrir –tras esta transformación- a la quimérica unidad de un “mundo en sí” de entes accesibles con independencia del lengua. El “mundo”, debido a este reconocimiento, aparece ya solo de un modo mediato como el conjunto de estados de cosas sobre los que los hablantes se comunican y, por ello, la garantía de la objetividad de la experiencia de éstos, ya solo puede obtenerse por la vía indirecta de justificar cómo es posible que los hablantes conversen de lo mismo.
A modo de conclusión, desde esta lógica, no es posible que se les dé a tales o cuales frases, la calidad de objetos que tienen la función de discriminar a priori, porque no se pueden ubicar solamente en las estructuras propias de un sujeto trascendental, sino en su conjunción con lo exterior, que es el lenguaje y las circunstancias. Es decir, el acto de discriminar no depende de una substancia conceptual, fónica o referencial, sino del juego del lenguaje del cual participa. No pueden ser ubicados éstos actos a priori para situaciones generalizadas.
El sentido siempre estará en función de lo socialmente construido y compartido. El cambio de discurso mucho dependerá de los Yo´s, que se autodeterminan como centros de referencia espacial y temporal. Por lo cual desde el discurso no puede cambiar una realidad que esta predeterminada por configuraciones discursivas que provienen del ser, se debe cambiar la realidad apelando al ser y no a la lengua.
Bibliografía
- Benveniste, È. (1978). Problemas de lingüística general II. México: Siglo XXI Editores S.A.
- Buenfil, R (1996). Foucault y la analítica del discurso. Revista Tropos. Cordova/núm. 2. México. Tomado desde http://www.toposytropos.com.ar/N2/decires/foucault.htm, el día 20 de abril de 2010.
- Butler, J. (2002). Cuerpos que importan. Sobre los limites materiales y discursivos del sexo. Buenos Aires: Paidós.
- Diccionario panhispánico de dudas. (2005). Real Academia Española-Instituto Cervantes. Bogota: Alfaguara.
- Heidegger, M. (1951) El Ser y el Tiempo, trad. por José Gaos. México: Fondo de Cultura Económica.
- Lafont, C. (1993). La razón como lenguaje. Una revisión del “giro linguistico” en la filosofía del lenguaje alemana. Madrid: Graficar Rogar SA.
- Pérez, M. (2011). Manual para el uso no sexista del lenguaje. México: Editores, Selva.
- Scott, J. (1992). Multiculturalism and the politics of identity. October Nro. 61, Cambridge, MIT Press, Summer 1992.
- Van Dijk, T. (2001). El discurso como estructura y proceso. Barcelona: Gedisa.
- Wittgenstein, L. (1988). Investigaciones filosóficas. México: Alianza IIF-UNAM
Datos para citar este artículo:
David Castro Porcayo. (2015). ¿El lenguaje puede cambiar la discriminación de género per se?. Revista Vinculando, 13(1). https://vinculando.org/educacion/el-lenguaje-puede-cambiar-la-discriminacion-de-genero-per-se.html
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