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Desarrollo
A pesar de nuestra condición existencial única, la mayoría de las personas se sienten satisfechas al ser clasificadas dentro de algún sistema que les parece favorable y consideran que adquieren mucho conocimiento sobre sí mismas por ser incluidas en estos rubros.
Después, lo quieran o no, podrán tender a comportarse de acuerdo a la tipificación suscrita y, en algunos casos, se esforzarán por sujetarse con la mayor fidelidad a tales clasificaciones abstractas y generales en desmedro de su propia diferenciación personal. Si, por el contrario, la clasificación no los favorece, es posible que esta inclusión los haga sentirse incómodos o que sufran, y es probable que traten de alejarse de ella para lograr su ingreso en otra más favorable.
En sentido estricto, la clasificación es una modalidad de la generalidad y se puede establecer en tres aspectos:
- Inicialmente, la clasificación abstrae a la experiencia concreta y la convierte en idea la cual, en esencia, es una generalidad. Por ejemplo, en lugar de decir que un hombre se experimenta haciendo algo bueno en alguna circunstancia, como "ser haciendo-el-bien", se afirma en general que es un "hombre bueno".
- Posteriormente, esta idea es encasillada en un marco aun más general, con propiedades claramente definidas, las cuales le imponen un carácter fijo. O sea, se convierte a la persona en un concepto, y además se le cosifica porque la clasificación le dice que ahora "ya es un algo", en contraposición a su naturaleza de proceso fenomenología) cambiante. Por ejemplo, este hombre ya no es un "ser-haciendo-el-bien", sino un "hombre bueno" que como tal se constituye en una entidad fija adscrita al género de la "bondad". Esto, además ser algo abstracto y general, también es algo que lo sedimenta mucho más.
- Finalmente, con base en este encasillamiento y en esta consecuente cosificación conceptual, se le asignan propiedades predeterminadas que, además de decirle que "ya es un algo", también se le dice "cómo es específicamente ese algo". Este hombre, que en alguna circunstancia era un "ser-haciendo-el- bien", ahora es un "hombre bueno" que, en consecuencia, es 23 incorporado al marco de la "bondad" lo cual implica que, entre otras cosas, "ayuda a los demás, les sirve, los ama, los cuida y es obediente". A estas alturas ya no queda ningún vestigio del ser-mundo fenomenología) que alguna vez existió.
Podemos ilustrar la misma situación con un ejemplo tradicional extraído del campo de la psicopatología. Si vemos el caso de una persona que experimenta intensos sentimientos de tristeza, entre otros sentimientos y matices experienciales relacionados, estaríamos frente a un "ser-sintiendo-tristeza-en-ciertas-circunstancias" y esa sería la experiencia encarnada por esta persona.
La intencionalidad y los significados de esta experiencia podrían ser examinados a través del trabajo fenomenología» de modo que el sentido de la experiencia y las posibilidades oscurecidas presentes pudieran mostrarse con mayor claridad a la conciencia. Sin embargo, desde la perspectiva psicopatológica esta persona sería identificada con una "alteración de la afectividad", con lo cual se le arrebataría su condición de experiencia para quedar absorbido por esta idea abstracta y general.
Pero este proceso de deshumanización continuaría aún más. Para el lenguaje experto de la psicopatología, estos sentimientos prolongados de tristeza, acompañados de otras reacciones más, son "alteraciones de la afectividad" que estrictamente pertenecen a la categoría diagnóstica de los "trastornos del estado de ánimo". Ahora bien, dentro de esta categoría diagnóstica existen diferentes tipos de trastornos, y el psicopatólogo tiene la obligación de adscribir este caso al trastorno específico de que se trate.
Digamos, entonces, que se trata de un trastorno de "depresión mayor". Además, en algunos casos, como en el que estamos suponiendo, el trastorno específico exige que se indique el subtipo particular al que pertenece que, para efectos de este ejemplo, diremos que se trata de una "depresión mayor con rasgos melancólicos".
Hagamos una recapitulación para no extraviarnos en este sinuoso camino. Primero teníamos a un "ser-sintiendo-tristeza-en-ciertas- situaciones-con-otros-matices-experienciales-más" que fue percibido con "alteraciones en la afectividad" y que, por lo tanto, se le incorporó a la categoría diagnóstica de los "trastornos del estado de ánimo" y ahora es clasificado específicamente como "depresión mayor" y, dentro de este concepto, es además reclasificado en el subtipo de "rasgos melancólicos".
La experiencia humana concebida 24 como una "nada en busca de ser algo" fue convertida sin ningún miramiento en "una cosa" que ahora el clínico podrá manejar desde su teoría de elección. Pero todavía queda algo más. Lo que ahora siente esta persona ya no son sentimientos-de-tristeza-que- ensombrecen-su-vitalidad-y-su-mundo, sino disminución del apetito sexual, anhedonia, despertar precoz, hipofagia y disminución de los niveles de activación, entre otros síntomas. En suma, además de que esta persona es convertida en "una cosa", también se le señala el "tipo específico de cosa" que ahora es. El hombre con tristeza nunca fue visto, y ahora se ha perdido definitivamente.
No obstante, tenemos que reconocer que estas clasificaciones tienden a ser consignaciones y descripciones bastante precisas de aquellas situaciones humanas que examinan porque son magníficas abstracciones de las puntualidades generales que presenta la experiencia bajo determinadas condiciones. La discrepancia con la perspectiva fenomenológica existencial se encuentra en que esta generalización, lejos de pretender esclarecer la experiencia, hace todo lo necesario para degradarla y eliminarla.
Acto seguido, la transporta al terreno de la conceptualización abstracta y la reenfoca desde el marco de una teoría sostenible. Este grado superlativo de precisión general, junto con la impresionante y experta elucidación teórica que la acompaña, lleva al hombre de la calle al pronto olvido de su singularidad existencial hasta el punto de preferir vivirse como una "gran generalidad", que de alguna manera lo recibe, lo incorpora y lo soporta pese a que, a la postre, termine anulándolo como proceso.
Entonces, incluido dentro de esta "feliz" generalidad clasificatoria, el hombre se experimenta con la sensación de que tiene una encomienda especial en la vida. O sea, considera que existe un destino puntual que lo programa para efectos específicos y que lo dota de una forma exclusiva de ser. Por consecuencia, se desplaza por el mundo convencido de que las cosas no ocurren por azar ni por su propia elección, sino por motivos que rebasan su condición personal.
Sus frases predilectas son que "todo ocurre por algo", que "no hay casualidades" o que "así es la vida" refiriéndose a que existe una razón misteriosa que lo guía. Esta idea hace que la persona no sólo se sienta segura ante la accidentalidad del mundo, sino que se cree distinguida por los designios ignotos del universo, de modo que su 25 predefinición cosificante la percibe como una venturosa virtud.
Además, la vida se simplifica ante el beneplácito de la persona, porque ahora sabe que solamente debe apegarse al camino que su propia clasificación le prescribe, y se limita a orientarse sin mayores titubeos hacia la dirección implicada. Recordemos que muchos de nosotros nos autopercibimos como personas que somos de determinada manera y, curiosamente, constantemente estamos confirmando que efectivamente así somos.
Sin más preámbulos nos clasificamos como seres "inteligentes", "cariñosos", "alegres", "irritables", "ansiosos", "valientes", "reservados", "respetuosos", y el resto de nuestra vida la consagramos a cumplir cabalmente lo que decimos ser. Incluso, por más temerario que pudiera parecer, algunos lo llegan a cumplir con gélida puntualidad hasta el último momento de su vida.
Desde que nacemos, e incluso desde antes, somos clasificados de alguna manera porque ya se espera algo predeterminado de nosotros.
Nacemos en un mundo que, además de contenernos en su facticidad ontológica, nos deposita dentro de un conjunto amplísimo de categorías clasificantes que nos sellan desde el arranque de la existencia. Es la caída existenciaria de Heidegger.
En el subsiguiente curso de la vida vamos siendo adscritos a una inmensa diversidad de tipologías explícitas que nos sobreclasifican desde ángulos mucho más complejos y sutiles. Nada de esto sería terrible si estas clasificaciones auspiciaran y apuntalaran nuestra condición existencial distinta y relacional. Pero lejos de que esto suceda, somos cosificados de tal manera que, si nos apartamos de los estándares impuestos por las clasificaciones a donde la sociedad nos ha confinado, entonces quedamos convertidos en seres anormales, enfermos y trastornados.
No está de más rememorar el célebre suceso de la psiquiatría, ocurrido en 1973, y dos años después en el campo de la psicología, cuando ambas disciplinas lograron el mayor golpe terapéutico jamás logrado en la historia de la humanidad antigua, media y moderna: millones de homosexuales enfermos de la mente, y anteriormente del espíritu y del cuerpo, quedaron sanados cuando la pretendida ciencia de la salud depuso sus criterios.
Nos quedamos con una pregunta: ¿cuando les tocará el turno a los esquizofrénicos, a los somatomorfos, a los depresivos, a los "border", a los TOC, a los TAG, a los TEP, a los TEA, a los TDA, a los TID, a los RM1?
El ser humano ha sido desposeído del entendimiento y del sentido de su existencia. Le han arrancado su cuerpo, su mirada y su horizonte, y ha quedado abatido sobre un peñasco en donde ahora tiene que autoinmolar su pasión para que, después de esta muerte existencial voluntaria, sólo pueda aspirar a ser un sí mismo sólido, uniforme e indiferenciado. Sólo entonces podrá ser recibido en el paraíso prometido y gozará de las dispensas que se ofrecen a los que, por algún infortunio, tuvieron la osadía de mostrar algún destello de apropiación.
Mientras las clasificaciones nos sedimentan, la fenomenología nos quita toda posible sustancialidad y además nos coloca frontalmente con la angustia, la contingencia y la incertidumbre. Esto no la hace fundamentalmente atractiva, al menos en primera instancia. Sin embargo, para alegría de muchos, la mayoría de las disciplinas de conocimiento entronizan la abstracción y la recrean en las firmes celdillas de la clasificación. En el mercado de la existencia, los índices de apertura ontológica, claridad relacional y cuidado del ser son de escaso valor. El aprecio y la admiración es constelado por casi todo lo que se muestre macizo, manipulable y predecible.
Cada uno de los detalles inacabables de la experiencia humana, que van construyendo a aquel ser-en-el-mundo- no definible, se diluyen hasta desaparecer por completo en las generalidades de la clasificación.
El empeño por sabernos parte de una abstracción mayor genera que nuestra condición fenomenológica nos resulte sumamente extraña y hasta desagradable. No solamente estamos deseosos de conocer las clasificaciones donde somos susceptibles de ser incluidos, sino que sabernos incluidos y orientados por estas entidades abstractas nos produce un gran alivio y satisfacción. Sin embargo, la persona ni siquiera se entera de que está abdicando a su experiencia en aras de un concepto.
Más aún, le resulta incomprensible tener que vivirse desde lo más concreto de sí misma, que es su propia experiencia. Por increíble que resulte, los aspectos integrativos de esta concreción le llegan a parecer elementos fantaseosos o, en el caso de verlos como reales, los percibe como materiales inútiles o innecesarios.
Paradójicamente, cree que ocuparse de ellos, le distraerá de su existencia. Sólo le interesa saber que es parte del grupo de las "personas felices", de los que "se sienten bien y tienen logros", de los que poseen "buena autoestima" o de los "sanos, adaptativos y funcionales". Si, por otra parte, tienen algún problema, les interesará saber que son "depresivos", "alcohólicos", "neuróticos", "inestables" o "introvertidos" porque suponen que estos conceptos les suministrarán la claridad sobre su situación y les permitirán obrar en consecuencia.
En pocas palabras, existe una enorme inclinación por ser clasificados de alguna manera y es muy poca la conciencia que se tiene acerca de los efectos destructivos que la clasificación produce sobre la posibilidad de apropiarse de la existencia. Pero esto no queda solamente en la indiferencia o en la falta de claridad. A la mayoría de las personas también les resulta muy complicado comprender lo que significa la experiencia de singularidad.
En la medida en que desconocemos que somos la experiencia que vivimos, nos cuesta trabajo percatarnos de la importancia ontológica del trabajo de exploración fenomenologica. Por lo mismo, no sólo puede parecer difícil pensar en términos fenomenologicos, sino también reconocer su inmensa utilidad terapéutica.
En general, la persona vive su experiencia fenomenologica como algo extraño y desconocido para ella misma. Tal parece que, para el ser humano, su propia experiencia es lo más ajeno que le sucede. Por esta razón, hace todo lo posible para ignorar la experiencia que lo construye o, peor aún, para suprimirla tajantemente. La cultura actual no promueve la asunción experiencial y, en el mejor de los casos, sólo valida su expresión como algo que, sin embargo, es distinto y separado de lo que presuntamente es el ser humano.
Por lo tanto, no resulta sencillo destacar la importancia de los detalles singulares, concretos y específicos de la acción experiencial humana que arroja el trabajo fenomenología). Por el contrario, estos elementos moleculares que articulan la existencia se observan como irrelevantes, carentes de significancia, escasos de peso, poco importantes y no valiosos. Este armazón de la cotidianidad se contempla como la basura de la existencia o como el traspatio del hombre moderno, y no como las posibilidades de vida del proceso humano.
En contraposición, sólo los grandes acontecimientos son bienvenidos y sacralizados, a saber, las grandes verdades de la ciencia, los eventos sociales magnos, los actos heroicos, las marcas mundiales o cualquier cosa que se salga de lo común.
Por definición, la clasificación es una generalidad que nos impide asumirnos y apropiarnos de lo que estamos siendo en cada instante porque dejamos escapar la originalidad y la temporalidad co-creadora de la cotidianidad en aras de un concepto al que nos adherimos, el cual nos puede sugerir superioridad, importancia, logro y trascendencia, aunque también cargamos con clasificaciones que nos pesan, duelen y limitan severamente porque nos sugieren desventura, fracaso o enfermedad.
A través de las clasificaciones generales dejamos de ser quienes somos en cada instante, para sumergirnos en la creencia de la propia exaltación o del propio hundimiento personal. Nos convertimos en una masa fenomenológica prerreflexiva y despojada de sí mismos, que se enajena a través de sus propias creaciones mentales.
Pero no es gratuito que las clasificaciones ejerzan tanta fascinación. El beneficio que otorgan las clasificaciones cosificantes consiste en que nos crean la ilusión de ser personas estables, es decir, de "ser algo", independientemente de que su sentencia sea a favor o en contra, porque nos dotan de una identidad con cualidades propias y con una forma de ser preestablecida. Con esto, se conjura la incertidumbre del horizonte de la existencia y el ser humano se crea la sensación de adueñarse de la seguridad que anhela ansiosamente.
En pocas palabras, y para alegría de muchos, la generalidad clasificatoria nos dasmaniza y nos coloca en una condición de grave mala fe porque no nos permite reconocernos como seres para sí, es decir, como la nadeidad que nos hace emerger o "salir afuera" a cada instante, sin identidad ni certidumbre, ni calma ni definición, sino como posibilidades, intencionalidad, futuro e, incluso, rebeldía.
Tenemos que aceptar que la humanidad no ha desarrollado un genuino interés por cultivarse en el plano de la conciencia ni tampoco en lo que compete al cuidado de su existencia. Vivimos devorados por un mundo de necesidades artificiales creadas por la mercadotecnia, en medio de desmedidas compras a crédito y vencidos por la frenética adquisición de objetos desechables. El sentido de vida imperante se halla regido por la entrega ciega al desarrollo económico salvaje y al inacabable consumo de productos banales.
Los intereses políticos, religiosos y científicos están abocados a usurpar los veneros de la naturaleza y del ser humano para extraer ganancias indiscriminadas que retribuyan toneles de poder. En este marco, la existencia se reduce a la búsqueda obsesionante del "éxito" a cualquier precio, incluso en aquellos sectores donde se padecen los más elementales niveles de vida. Son escasísimos los espacio/tiempos donde podemos reconstruir las intimidades de nuestras emociones, palpar el descubrimiento de la alteridad en la configuración de nuestra identidad o de reconducir nuestra inteligencia hacia la reflexión y la presencia.
Se llega a sentir que todo lo referente a la experienciación fenomenológica es un desvarío egótico, un discurso delirante o un producto anodino. Con esto, se cree que el ejercicio fenomenologico no es un quehacer auténticamente humano, sino una actividad onerosa y ociosa que nos aleja de nuestro cometido de vida y que no nos reporta ningún beneficio práctico.
Imploramos porque se descubran las leyes que rigen la experiencia, que se diseñen protocolos impecables para resolver los problemas de la vida y que se conciban las técnicas que curen el sufrimiento. Para la generalidad humana, la extraña tarea de hacer fenomenología sale sobrando en la vida. Se sueña con la idea de que el conocimiento experto pueda imponerse a la existencia y a la naturaleza a través de la manipulación rigurosa de datos objetivos.
Como contraparte, las incursiones al territorio de la conciencia, no sólo se antojan como carentes de utilidad y validez, sino que incluso son imaginadas como aterradoras y peligrosas para el buen vivir porque nos hacen temer que nuestro mundo personal se podría tornar todavía más arduo y zozobrante. De manera rotunda, parece que la persona actual no quiere pensarse, ni sentirse, ni vivirse desde su propia titularidad.
Notas:
1 Estas siglas se refieren a algunos trastornos mentales bastante comunes en el mundo de la psiquiatría y de la psicología clínica: TOC: trastorno obsesivo compulsivo, TAG: trastorno de ansiedad generalizada, TEP: trastorno de estrés postraumático, TEA: trastorno de estrés agudo, TDA: trastorno de déficit de atención, TID: trastorno de identidad disociativo, RM: retraso mental. El "border" es el trastorno límite de la personalidad.
Datos para citar este artículo:
Ricardo Arturo Arreola Viera. (2015). Psicopatología desde la psicoterapia existencial: clasificación. Revista Vinculando, 13(1). https://vinculando.org/psicologia_psicoterapia/psicopatologia-desde-la-psicoterapia-existencial-clasificacion.html
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