En el presente apartado vamos a describir algunos de los principales problemas económicos que afectan al sector cafetalero desde finales de los años ochenta, cuando varios elementos de orden interno y externo se conjugaron para dar lugar a una de las peores crisis experimentadas dentro del sector. Entre ellos se describirán algunos elementos que dificultan a los pequeños cafeticultores la obtención de mayores ingresos por sus cosechas, como los bajos rendimientos por hectárea o el minifundismo que caracteriza a la cafeticultura mexicana, situaciones que se compararán con diversas observaciones de campo*. También analizaremos algunos de los efectos que esta crisis tuvo en los ramos comercial y financiero.
Así, uno de los antecedentes para la crisis cafetalera de 1989 se encuentra en 1978, cuando el crédito bancario canalizado hacia el sector agropecuario, que había ido aumentando desde principios de esa década, cayendo por debajo del 60% del total, acentuándose dicha tendencia después de 1988 con sólo 41% en dicho año, 38% en 1990 y 35% en 1991. Por su parte, las inversiones extranjeras hasta 1988 no rebasaron 0.04%, pero con la cristalización de las medidas neoliberales en la estructura agraria, esta inversión creció 27% en promedio anual durante los tres primeros años del gobierno salinista[1] lo que, sin embargo, no benefició a los pequeños cafetaleros que tienen sus parcelas dentro de lo que se conoce como áreas marginales*, y que por su naturaleza no son atractivas para los inversionistas privados.
Lo anterior pudo confirmarse durante nuestras investigaciones de campo, donde se observó que la mayor parte de los productores que no pertenecían a ninguna organización, no habían tenido acceso a créditos desde hace varios años, y los pocos que sí lo habían tenido, no presentaron mejora alguna ni en sus parcelas ni en sus niveles de vida respecto a sus vecinos, lo que mantiene las precarias condiciones de los pobladores de dichas comunidades.
Junto a lo anterior, debemos tomar en cuenta que 91.77% de los cafeticultores mexicanos tienen, como en dichas comunidades, menos de 5 hectáreas de cafetal, normalmente con poco o ningún apoyo económico ni técnico, por lo que México tiene uno de los niveles de productividad más bajo: una media de 10 Qq. por hectárea entre 1980 y 1990, y 9.6 Qq. en 1996/97, en comparación con los 34 Qq. de Costa Rica, uno de los países con más alta productividad en el mundo. Además, los costos de producción en México son 27.5% superiores a los brasileños y 22.6% mayores a los de El Salvador.
Si a los pequeños y extemporáneos apoyos económicos gubernamentales, la baja productividad y altos costos de producción agregamos el hecho de que el promedio nacional de tierra por cafeticultor es de dos hectáreas, veremos que ello representa una producción muy pequeña que al final deja sólo diminutas ganancias a los minifundistas cafetaleros, lo que tiene diversas repercusiones para la mayoría de los cafeticultores, cuestión que analizaremos más adelante.
No obstante, también se debe reconocer que existe un 8.23% de cafetaleros que tienen excedentes en su producción, lo que evidencia la variabilidad en las condiciones bajo las cuales se cultiva el café. Así, los rendimientos varían, en general, entre los estratos del grupo de grandes productores con más de 20 ha. de cafetales (0.43%), quienes tienen un rendimiento promedio de 30 Qq/ha., mientras que el estrato que tiene de 5 a 20 ha (7.8%) produce en promedio 16 Qq/ha.[2]
Junto a las precarias condiciones ya expuestas, encontramos dos factores que empeoraron la situación de los cafeticultores, y que empezaron a notarse a partir de 1989, con el descenso de los precios del aromático en el mercado internacional y con el gran cambio que han tenido las políticas del Estado dentro de la cafeticultura. Estos factores minimizaron las expectativas de inversión en los predios, lo que estancó e incluso redujo la producción de los pequeños cafeticultores. Esta disminución en la captación de divisas y la falta de apoyos del gobierno también causaron que dos años después (1991), la deuda cafetalera ascendiera a casi 670 mil millones de pesos, correspondiéndole 170 mil millones a los productores del sector social y 500 mil millones a exportadores de café[3].
Dentro de este contexto, algunas instituciones financieras pusieron en marcha nuevas estrategias para hacer frente a la crisis de la cafeticultura. Entre ellas, Banrural aplicó durante 1989 su "Nuevo Plan de Operación", el cual incluyó diversas medidas para romper el ciclo de endeudamiento-corrupción característico de esta institución:
Se negaron los préstamos a clientes con cartera vencida; se rechazaron los pagarés múltiples o colaterales (de grupos "solidarios" como en los ejidos por ejemplo); se estableció la propiedadcomo garantía (terreno, casa, equipo) y no se prestó para jornales ni para compra o arrendamiento de tierras;
El banco dejó de proporcionar servicios de aseguradora ni de asesoría. Los inspectores de campo y la Aseguradora Nacional Agrícola y Ganadera (ANAGSA), pilares de la corrupción, desaparecen en 1990 y pasan al sector privado;
El banco se retiró de las zonas conocidas como sistemáticamente siniestradas, dejando el lugar al Pronasol.
Además, se llevó a cabo una reestructuración interna, una reorganización territorial y el despido de empleados, con el objetivo de "aclarar las cuentas", hacer más transparentes las reglas de funcionamiento del banco, y modificar las relaciones con los acreditados, con el lema: "Hay que dejar el paternalismo y responsabilizar al productor". Los tratos fueron personalizados e individualizados, excluyéndose los trámites colectivos o la intervención de grupos u organizaciones[4].
Asimismo, Banrural transfirió su cartera vencida -de 3.5 billones de pesos- al Pronasol y al Fideicomiso de Administración y Reestructuración de la Cartera Vencida de Banrural. De esta forma, el programa incidió en el conjunto de productores del sector agropecuario nacional vinculados al sistema Banrural e involucró a un número importante de cafeticultores del sector social y privado.
Se implementó, además, el Programa de Reestructuración Integral del Sector Cafetalero Mexicano, que entre sus acciones reestructuraba la cartera vencida que los productores con capacidad económica, beneficiadores, industrializadores y comercializadores del grano tienen con la banca comercial.
Así, para 1995 los programas de reestructuración de carteras permitieron la disminución de la presión financiera sobre los medianos y grandes cafeticultores. Sin embargo, la falta de garantías limita su acceso a nuevos créditos, aun cuando las condiciones de mercado ya hayan hecho viables algunos proyectos.
Después de la reestructuración de la deuda en el sector, la falta de financiamiento se ha convertido en un problema mucho más generalizado que la cartera vencida, ya que son muy raros los grandes y medianos productores que tienen acceso al crédito bancario. Por su parte, los pequeños productores, aunque tienen acceso al Progresa, Alianza para el Campo o Pronasol, obtienen montos tan pequeños, que resultan insuficientes para darle un manejo adecuado a sus parcelas.
La falta de créditos afecta también a la planta agroindustrial, en particular a la del sector social, pues los recursos para acopio y comercialización que ha recibido del Pronasol no han tenido ni la cuantía, ni la oportunidad necesaria para consolidar las empresas. Así, no será raro que se presente en las zonas cafetaleras la situación paradójica de que se tienen buenas per
spectivas de precio, pero no
se podrán aprovechar al 100% porque la producción es muy baja y no se cuenta con los recursos para incrementarla[5].
A partir de la liberalización del mercado internacional del café y del retiro del Inmecafé de las actividades de financiamiento, acopio, beneficiado y comercialización, diversas empresas extranjeras empezaron a participar en el beneficio y exportación del café mexicano.
Esta forma de penetración del capital extranjero al sistema agroindustrial del café ha pasado prácticamente desapercibida para los productores, pues se ha manifestado por una substitución de fuentes de financiamiento en la agroindustria y no al nivel de producción primaria[6].
Actualmente, la difícil situación de la cafeticultura nacional no ha desaparecido debido a que a la inestabilidad de precios en los cuatro ciclos posteriores a 1989 se sumaron factores importantes de la persistente crisis general del país, tales como problemas de financiamiento al productor y comercializador cafetalero, la eliminación de los subsidios a la producción por parte del gobierno, factores provenientes del medio internacional, bajo consumo interno, etcétera. Así pues, aún cuando el precio internacional repuntó para 1996, el efecto de los fenómenos ocurridos en la fase más crítica no ha permitido una plena recuperación de la actividad cafetalera nacional.
Infraestructura de la cafeticultura mexicana.
Una parte de las redes de la agroindustria cafetalera se encuentra en los beneficios, patios de secado, caminos y telecomunicaciones, que revisten importancia dentro de nuestro estudio ya que en conjunto son un buen indicador del grado de transformación que los cafeticultores dan a su producto, y que conlleva un mejor pago por el mismo.
Así, entre menos procesamiento tenga el café, más alejado se encuentre el productor del lugar donde se compra el grano, menor sea la información de mercado y más escasa la competencia entre compradores, el precio que recibirán los productores es menor. En contraste, cuando se tiene la posibilidad de procesar el aromático, las vías de comunicación son adecuadas (aunque las distancias sean mayores) y existen varios compradores, el pequeño productor podrá obtener mejores precios por su cosecha.
De esta manera, “las redes de comercialización van más allá de la simple relación comercial, pues implican el ir de pequeñas localidades muy rurales, dependientes, de difícil acceso, a localidades mayores, que dependen a su vez de las semiurbanas, que son el paso para las urbanas y de ahí al mercado internacional. Se trata de una verdadera red de dependencia en la que las comunidades centrales no sólo acaparan y benefician el café, sino también influyen en la vida económica de su región”[7].
Cuando el productor vende su grano localmente, es posible observar que existe una gran diferencia en la ganancia que recibe dependiendo del grado de procesamiento que haya dado al aromático. Así, pudimos constatar en nuestra investigación de campo* que el precio local al productor por kilo de café cereza* varió entre $1.50 y 3.00 pesos para la cosecha 1998/99, mientras el café verde u oro alcanzó un precio de $14.00 pesos por kilo durante el mismo periodo.
Esta primera diferencia la dan los procesos de beneficiado húmedo y seco. De los 1962 beneficios secos que había en 1993, 174 se ubicaban en Chiapas, siguiéndole Puebla y Veracruz, con 71 y 63 respectivamente. En lo que respecta a los beneficios húmedos, Veracruz ocupa el primer lugar con 733, siguiéndole Chiapas con 639 y Puebla con 270, teniéndose en total una capacidad instalada de 166,270 Qq. por día[8].
Por su parte, Miguel Cervantes Sánchez, productor cafetalero y propietario del beneficio El Fundador ubicado en Coatepec, Veracruz, mencionó que el beneficiado de café es importante debido a dos situaciones: porque el precio del café beneficiado es superior al que recibe el café en cereza y por estrategia comercial, ya que permite al productor almacenarlo por algún tiempo, en espera de las cotizaciones más atractivas del mercado[9]. En este sentido debemos hacer notar que dicha afirmación parece aplicarse sólo a medianos y grandes cafeticultores, pues dentro de nuestra investigación se observó que los pequeños productores constantemente necesitan de recursos tanto para cuidar sus parcelas y para el corte de café, como para sus necesidades familiares durante todo el año, lo que no les permite guardar su grano por un periodo muy prolongado.
En el Soconusco, el grupo de cafeticultores más pobres tiene en promedio 0.07 beneficios húmedos y 0.21 patios de secado por productor respectivamente, lo cual significa que varios productores carecen de infraestructura y dependen principalmente de compradores mayores con quienes venden o maquilan su café. Por su parte, aunque la situación de los cafetaleros medianos es ligeramente mejor, cerca del 50 por ciento no cuentan con beneficio húmedo y patio de secado, siendo el promedio por productor de 0.39 en el primero y 0.70 en segundo. En lo que se refiere a los grandes productores, todos cuentan con un beneficio húmedo y el promedio de patios de secado por productor rebasa la unidad[10].
Como hemos podido advertir, los precios pagados al productor dependen en gran medida del grado de procesamiento que éste último le haya dado al aromático. Esto demuestra que dicha dinámica refuerza la actual situación de pobreza en la que viven numerosos cafeticultores mexicanos, lo que junto con otros factores, les impide obtener mayores beneficios y por ende, la compra de la maquinaria y las herramientas que necesitan; esto deja, en el otro extremo, la mayor parte de las ganancias para las grandes empresas.
Notas
* Nuestra investigación de campo comprende a las comunidades de “San Juan Villanueva”, “La Joya” y “Morelos”, ubicadas dentro del municipio de Tezonapa, en Veracruz. Dichas comunidades fueron visitadas en nueve ocasiones durante 1995, 1996, 1997 y 1999. Cabe enfatizar que hasta mi última visita, ninguna de estas comunidades poseía algún tipo de organización propia en lo referente a la producción del aromático. Por otro lado, también se incluyen observaciones recogidas en Cuetzalan del Progreso, Puebla entre 1998 y 2001; y se incluyen experiencias recogidas en Tapachula, Chiapas, en una visita realizada a mediados de 1998.
[1] Aurora C. Martínez Morales, op. cit. Pág. 70
* Se consideran como marginales las áreas que se ubican debajo de los 600 msnm, las zonas que presentan climas con precipitaciones inferiores a 1,500 mm por año o con más de cuatro meses sin lluvia o bien zonas con presencia de heladas.
[2] Algunos datos tomados de Vinicio Santoyo Cortés, op. cit.; Pág 29.
[3] Cifras tomadas de Ma. Del Carmen García Aguilar y José Luis Pontigo Sánchez; “Las reformas económicas del Estado en la cafeticultura nacional”, en El café en la frontera sur. La producción y los productores del Soconusco, Chiapas; Pág. 50
[4] Odile Hoffmann; “Renovación de los actores sociales en el campo: un ejemplo en el sector cafetalero de Veracruz”, en Estudios Sociológicos; El Colegio de México; Vol. X, num. 30; septiembre-diciembre de 1992;
Pág. 543
[5] Vinicio H. Santoyo Cortés, op. cit. Págs. 95 y 140.
[6] Ibídem, p. 93
[7] Margarita Nolasco, op. cit. Pág. 23, en Aurora C. Martínez Morales, op. cit., Págs. 28-29
* Precios obtenidos en las comunidades de La Joya y San Juan Villanueva en Tezonapa, Veracruz.
* En México, el 40% de los productores venden su café en cereza.
[8] Datos tomados del Consejo Mexicano del Café, Estadísticas de Producción; del “Censo Nacional de Beneficios Comparativo por Estado 1981/1987/1993”. Cfr. con lo afirmado en El café en México, Publicación del Confederación Mexicana de Productores de Café, Pág. 25, donde se afirma que nuestro país cuenta con una capacidad instalada para beneficiar por día de 298,508 quintales, es decir, 132,236 quintales más que hace seis años, no obstante que también se indica la existencia de los mismos 1968 beneficios censados en 1993.
[9] Rodolfo Valadez, “Las fincas cafetaleras detonantes de desarrollo rural”, en 100% café, Publicación del Confederación Mexicana de Productores de café, 1998; Pág. 19
[10] Daniel Villafuerte Solís y Salvador Díaz Meza; op. cit. Págs. 106-107
Datos para citar este artículo:
Francisco Aguirre. (1999). 9. Características económicas y financieras de la cafeticultura en México. Revista Vinculando, 1(1). https://vinculando.org/mercado/cafe/caracecofin.html
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